Era todo lo que se escuchaba en aquella casa de paredes azul pastel, sentía como sus ojos palpitaban por todo lo que había llorado, siendo que este llanto había parado al ya no tener más fuerza para hacerlo, estaba sentado en un esquina de la sala, pensando en nada y en todo, siempre al pendiente de cualquier sonido diferente a lo habitual, si es que se le podia decir así.
Sus ojos viajaban por todo el panorama, notando en aquella noche azul, un toque de rojo, que se esparcía por toda la casa, dejando huella de cada marca, cada huella y cada gota de sangre que se encontraba por toda la casa, dejandohuérfano y desprotegido a un niño que ni siquieria sabia por qué había ocurrido aquello.
En algún punto se sentía cómodo en todo ese desastre, por fin el ruido había parado y solo podía escuchar su respiración, ahora ya calmada, evitando mirar lo que había estado en frente de él durante varias horas, no se atrevía a emitir ningún sonido, ni siquiera quería moverse, sentía que si hacía cualquier sonido, activaria algo de lo que se arrepentiría.
Después de un rato, empezó a ver como su madre empezaba a levantarse, teniendo el brazo dislocado y sangre esparcida por todo su cuello, manchando su hermoso vestido amarillo con flores anaranjadas, Oliver, pensando que su madre había vuelto, solo por el para acompañarlo y darle el amor que siempre le daba, se dio cuenta que esta emitía sonidos que el nunca había escuchado, su voz sonaba ronca y sin algún toque de cariño, y su rostro estaba desfigurado, asustando más al pobre niño que lo único que quería es volver a acurrucarse en los brazos de su madre.
Tratando de huir de esta, empezó a correr, dejando a su paso su hogar y su pueblo, adentrándose al denso bosque, sin comida, ni agua. Estaba claro que este no sobreviviría ni dos noches, pero para mala suerte de Oliver, su salvador había llegado, vestido de cordero y prometiendo algo que nunca se cumplió.
