CORA

0 0 0
                                    

Ya en casa solo me apetece llamar a Marta.

—Hola Cora. ¿Cómo vas?

—No te vas a creer quién ha empezado a trabajar en la resi—digo con voz de susto.

—No me digas que Jaime—contesta con tono de preocupación.

—No. Aitor.

— ¿Aitor, Aitor?

—Sí, Aitor Aitor.

—Ups.

—Eso mismo he pensado yo nada más verle. Ups.

—Y ¿qué ha pasado?

—Solo me he quedado muda por un rato y él casi. Menos mal que Toni estaba ahí para sacarme del apuro.

—Dime que está feo, gordo y con una incipiente calva.

—Está jodidamente guapo y sigue teniendo su mata de pelo negro más cuidada que nunca.

—Joder.

— ¿Y cómo te ha sentado verle?

—Fatal. Creo que todavía me tiemblan las piernas. Y encima Toni quiere que quedemos los tres para ponernos al día y retomar la amistad.

—Lo que tendríais que hacer es quedar a solas para aclarar lo vuestro.

—No hubo nada nuestro—contesto en tono cansado.

—Cora, no te engañes. Deberíais tener una conversación. Tú tienes muchas preguntas sin respuesta y ganas de mandarle a la mierda de viva voz.

—Ya tuvo la oportunidad de hablar y no lo hizo.

—Siempre has querido saber sus razones.

—Hace tiempo que ya dejó de importarme.

—Bueno, pues entonces ya me dirás por qué te tiemblan las piernas.

—Ay chica, pues por la impresión de verle sin esperármelo. Me parece de lo más normal mi reacción.

—Si tú lo dices

Genial. Me he pasado toda la noche mirando al techo. Ver ayer a Aitor hizo que todo lo que había quedado olvidado en algún rincón de mi cabeza, aflorase de nuevo y con menuda fuerza. Aitor. Sí, Aitor. Mi amigo de toda la vida. Éramos inseparables hasta que dejamos de serlo, claro. Lo único bueno de todo esto es que hoy no me he acordado de Jaime en ningún momento. Solo Aitor ha sido el protagonista de mi desvelo. Y de mis suspiros, lo reconozco. ¡Qué guapo está, Dios! Creo que voy a tener que tomar un earl grey o mejor un english breakfast bien fuerte para espabilarme. Además, hoy empieza Susana y tengo que explicarle todo.

Consigo a duras penas centrarme en las tartas y bizcochos antes de que llegue Ruth, que me encuentra con las manos sobre la mesa enharinada y con la mirada fija en la pared. Ni siquiera me entero de que está a mi lado.

— ¡Eeeooo! ¿Hay alguien ahí?—pregunta pasándome una mano de arriba abajo frente a mi cara para hacerme volver a la realidad.

— ¡Voy! —contesto en alto creyendo que es un cliente que me llama desde fuera.

— ¡Que soy yo, merluza!

—Ah hola Ruth. ¿Qué tal?

—Yo muy bien, gracias. ¿Y tú?—Su expresión busca respuesta a mi estado catatónico.

—Bien también—sonrío.

—Y una mierda. ¿Ha vuelto el macizo de los ojos de hielo?

— ¿Eh? No.

— ¿Viste ayer una peli romántica y hoy te has levantado enamorada del protagonista?

—No, qué va.

—Pues tienes cara de enamorada. ¿Quién es él y cómo se llama? ¡Desembucha!

—Aitor—suelto sin pensar muy bien lo que digo.

—Sabía yo que había un nombre masculino detrás de ese ensimismamiento. ¿Le conociste anoche y te ha dejado en Babia para todo el día?—pregunta con voz sugerente y levantando las cejas repetidamente.

— ¿A Aitor? ¡Qué va! Es un viejo amigo.

— ¿Solo un viejo amigo o fue algo más? Porque por tu cara diría que hubo algo más.

— ¡Otra!—Consigo salir de mi atontamiento—¿Por qué todos os empeñáis en que tuvo que haber algo más?

— ¿No hubo nada más?

—Nooo.

—Si tú lo dices—dice con expresión escéptica.

—Pues sí. Lo digo yo y es la verdad.

— ¿Y está bueno?

—Tú, Ruth ¿cuánto tiempo hace que no mojas? Porque hay que ver lo salida que estás siempre.

—Pues exactamente —Mira su reloj—hace seis horas. Tengo las hormonas muy despiertas, jefa.

—Que no me llames jefa—mi tono es de hartura total.

—Ya, ya, pero ¿está bueno?

—Está como dices tú, como un queso cremoso, pero con topping de mermelada de fresa y virutas de colores.

— ¡Jo-der! A ese quiero verle yo con mis propios ojos.

—Pues es el nuevo fichaje para cuidar a los abuelos en la resi.

Se empieza a reír a carcajadas.

— ¿Por qué te ríes?

—Porque entonces aquí va a haber Aitor para rato.

—No pienso tener más contacto con él que el que tengamos allí los miércoles.

—Fíjate que me cuesta un horror creerte.

— ¿Holaa?—se escucha desde fuera.

—Seguro que es Susana. —Siento un gran alivio viendo que así es y que por fin voy a poder desconectar de Aitor por un buen rato.

La mañana se pasa entretenida explicándola todo a Susana. A ella se la ve encantada escuchando todo lo que hacemos.

—Los jueves por la tarde siempre viene a merendar parte del equipo de baloncesto, así que esta misma tarde les conocerás. Y los viernes

por la mañana, tenemos al grupo de mujeres que se juntan para hacer labores.

— ¡Me parece maravilloso!—Después de los años que había pasado en Inglaterra, le ha quedado una acento suave y bonito que me gusta y relaja escuchar.

—Todos llevan años viniendo y es algo que no quiero perder. Me encanta estar rodeada de gente siempre. Y ahora también voy a ofrecer desayunos a domicilio los domingos. Espero que la idea funcione.

—No veo por qué no va a funcionar. Es algo novedoso e innovador que seguro que gusta.

Ruth y ella han congeniado bien, así que todo comienza de maravilla. Y ya por la tarde, cuando el equipo entra por la puerta, la cara de sorpresa de Susana aparece de inmediato. No sabía que se trataba del equipo de baloncesto de minusválidos.

— ¿Qué sorpresa, eh?—la digo al ver su cara.

—La verdad es que sí. Con cosas como esta te das cuenta de que damos por hecho algo de antemano y luego se nos queda la cara de sorpresa como la que tendré yo en estos momentos.

—El ser humano y sus prejuicios—digo sonriendo—. Ven que te los presento.

¿Desayunas conmigo?Where stories live. Discover now