Capítulo 2

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El pueblo de Blackwood quedaba a unas cuantas jornadas de distancia. Zaktana apenas notaba cansancio, a pesar de que había pasado casi un día desde que se había levantado. Aquel día, el buen tiempo lo acompañó durante su viaje, aunque el sol se ocultaba entre las nubes.

«¡Estas cápsulas son fantásticas!», se dijo. «No tengo ni hambre ni sed, y tampoco estoy cansado. Lástima que estas sean las últimas diez que me quedan. Debo guardarlas muy bien para no perderlas». Guardó el envoltorio en su mochila lo mejor que pudo. Aquellas extrañas cápsulas daban la energía suficiente para aguantar sin comida ni agua, por lo menos, tres días seguidos. Lo malo era que quien se las había dado le había borrado la memoria, para que no supiera cómo las había conseguido.

El objetivo principal de Zaktana era llegar al castillo del rey Volkar para comenzar con el entrenamiento de los tres hijos de este. Los chicos tenían un gran poder y era necesario ayudarlos a controlarlo lo antes posible. Zaktana notaba en la piel y en el ambiente que algo no iba bien; percibía que aquellos chicos ya deberían empezar a hacer uso de sus poderes, que yacían aún dormidos en su interior.

«No me siento del todo tranquilo, algo me dice que se avecina una dificultad», se dijo mientras se tambaleaba y luchaba con el terreno disparejo para no caer de rodillas. Lo que en realidad sentía era una amenaza que empezaba a nacer en algún lugar; a la larga, los chicos serían los encargados de acabar con ella. La magia que poseían era tan fuerte que podrían ser capaces de autodestruirse. Por eso, Zaktana tenía que llegar hasta ellos lo más rápido posible; de lo contrario, la magia empezaría a manifestarse sin control y podría causar problemas graves. Siguió caminando hacia el castillo por la dirección que recordaba. Pasó por grandes campos verdes y bosques densos. Caminó y caminó largas horas sin detenerse. Cuando llegó al pie de una colina, se tumbó para sacarse tierra y alguna que otra piedrecilla del zapato, pues le molestaba desde hacía rato. Mientras sacudía el zapato se dio cuenta de que empezaba a oscurecer. «El sol está a punto de ocultarse, será mejor que busque un lugar donde pasar la noche». Miró hacia todas partes en busca de ese lugar. «Ahí, junto a ese gran roble». Se puso de pie y caminó hasta llegar al gran árbol. Se sentó y se apoyó en el tronco. Cerró los ojos y trató de relajarse para darle algo de descanso a su cuerpo. «Estas cápsulas dan energía, pero no detienen el deterioro del cuerpo. Tengo que descansar, aunque no sienta la necesidad».

Una vez acomodado, se dio cuenta de que no había recogido leña para hacer fuego. Le echó el ojo a un gran tronco derribado que se hallaba a unos cuantos metros de donde se encontraba. Se concentró en el tronco mientras lo miraba y, sin tocarlo, pudo elevarlo del suelo y acercarlo hacia donde él estaba. Después, lo depositó en el suelo con la mente. «Ahora tengo que cortarlo en pedazos pequeños para poder hacer la fogata». Se volvió a concentrar y el tronco empezó a crujir y a partirse en pequeños pedazos, hasta que quedó reducido en pequeños maderos que flotaron hasta acomodarse en una pequeña pila. «Ahora necesito fuego», se dijo. Chasqueó los dedos y en la punta de estos se generó una pequeña luz azulada. Observando su dedo, ladeó un poco la cabeza y el color fue cambiando, tornándose entre rojizo y naranja, hasta convertirse en fuego. Después, señaló la pila de maderos y el pequeño fuego se deslizó en el aire hasta llegar a la madera, con la cual se fundió y se encendió. «Eso es, así está bien».

Una vez hecha la fogata, se dedicó a observar las estrellas. «¿Será posible contactar de nuevo con los chicos en sueños?», se preguntó. La primera vez no había sido un contacto como tal, tan solo había rozado la energía de los chicos para saber si lo percibían. Aún no sabía si habrían logrado verlo en sueños. Cerró los ojos, se concentró y se relajó. Sintió que el mundo que lo rodeaba se alejaba y, a la vez, se hacía más pequeño. Entonces, empezó a buscar la energía de los tres chicos. La veía en sueños como formas brillantes y nebulosas difuminadas, con destellos azulados, violáceos y rojos. Sin duda, eran ellos.

MAGIAWhere stories live. Discover now