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Desde la noche del estruendo, era la primera en que Yoohyeon no tenía sus ojos en ella y eso la hacía sentir un poco intranquila, algo faltaba.

Los temblores se detuvieron con el paso de las horas, los sollozos se apagaron, pero Minji sabía que no estaba dormida.

Afuera, la lluvia había parado también, solo quedaba una brisa fresca y el sol que comenzaba a asomarse. Aprovechó la pobre luz para volver a mirar su pierna y asegurarse de que lo que creía de verdad había pasado; sentía un ligerísimo entumecimiento por encima la rodilla, pero el dolor había desaparecido del todo.

Miró a esa chica entre sus brazos y las preguntas empezaron a revolotear en su mente, era inevitable ¿cómo lo había hecho? Ella vio la oscuridad que se comía la mano de Yoohyeon retroceder a medida que pasaba la noche y, ya para ese punto, apenas si se notaba un poco en la punta de sus dedos, aun así, no quería soltarla.

Contra su pecho, Yoohyeon estaba tibia y la curiosidad y la duda la dominaron. Con sumo cuidado le apartó el cabello del cuello, dejó al descubierto su piel nuevamente grisácea, la línea de su mandíbula guiaba al rojo de su boca ahora opaco, su respiración era casi imperceptible. Minji suspiró al tiempo que le dejaba suaves caricias en el cuello. Esa chica la había arrancado de las garras del Rey Pantano, le agradecería luego.

Yoohyeon despertó casi entrado el mediodía. Cargaba el peso de esa noche en todo su cuerpo, quiso estirarse y se encontró con los brazos de Minji rodeándola, cuidándola. Alzó su mano en frente: ya no había daño en ella, aunque sabía que tendría que drenar la infección en algún momento, de no hacerlo, el dolor volvería y con él el peligro.

—¿Cómo te sientes?

Las palabras le hicieron cosquillas en el cuello.

«No entiendo cómo no morí anoche».

Minji resopló, calmada.

—Hablaste... —dijo sonriendo.

Yoohyeon no le contestó, se acomodó mejor entre sus brazos sin entender del todo por qué Minji podía oírla y así pasaron largo rato. Era paz lo que las envolvía, de alguna forma estaban a salvo la una con la otra, el dolor se había ido.

Pero el hambre no demoró en llegar y lo poco que quedaba de la liebre sirvió de bocado. Sin embargo, y aunque se sentía bien, una ligera molestia aquejaba a Minji y es que a pesar de que el calor se hubiese ido, la noche había maltratado demasiado a ambas y el sudor febril que se secó sobre sus cuerpos ahora daba comezón e incomodaba a sobremanera. Afuera la brisa era fresca pero los rayos de Padre Sol pegaban con furia en las rocas, no demoraría en secar sus pieles.

Minji aún no podía creer lo bien que se sentía, miró a Yoohyeon caminar a su lado con la vista siempre al frente y los ojos blancos del todo. Veía lo que se le cruzara con asombro, para ella, Yoohyeon era como un cachorro curioso ¿tendría también ese lado juguetón? La sola idea le llenó el pecho de cosquillas.

Pisaron arena húmeda y ramas muertas que la tormenta arrastró y, si bien el plan inicial era llegar al ojo de agua que estaba más allá de las rocas, se detuvieron bastante antes, justo en el lugar del estruendo.

El agua de lluvia se había acumulado en el cráter y ahora era un precioso lago artificial, pequeñísimo, pero perfecto para las dos. Sus aguas eran cristalinas y calmadas y, en los bordes, los rastros de la tormenta habían ocultado sus filos desparejos.

Yoohyeon se acercó e hincó la rodilla en la arena, pasó la yema de sus dedos por el vidrio suave y elevó la vista al cielo.

—No olvidaste este lugar... —murmuró Minji a sus espaldas.

Más allá de las nubes (Jiyoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora