Los siguientes minutos del vídeo mostraban lo que Luara hizo el resto del día. Su declaración fue cierta, no volvió a salir de su casa. Fue algo aburrido para el detective el hecho de ver en todos esos largos minutos a Luara yendo de allá para acá.

El vídeo no sólo se centraba en la cocina, también salían algunas partes en la sala. Algunas en cámara rápida para no hacer tan largo el vídeo. Eso sólo lo hizo más sospechoso de lo que ya era, pues podría significar que había cámaras en toda la casa. Aparecía el momento exacto en que sus padres llegaron y prepararon la cena. Un muchacho de unos veintitantos años llegó a cenar con ellos, el detective supo de inmediato que era el vecino.

Duraron cerca de una hora comiendo y platicando con normalidad. Antes de irse, Luara le dió una cajita metálica con galletas al chico y lo despedía con un abrazo y unas palabras de agradecimiento por parte de sus padres. Hasta ahí terminaba el vídeo.

El detective no supo como reaccionar ante tal evidencia. ¿Pero es que eso era una evidencia? ¿Qué mensaje trataban de mandarle con ese vídeo, además de demostrar un claro acoso hacia esa familia? Ellos no parecían darse cuenta que había cámaras ocultas en su casa. Actuaban normal como supuso que actuarían todas las personas en sus hogares.

Algo que lo desconcertó fue que Luara no mencionó nada a sus padres sobre la discusión que tuvo con Aeris, y también era bastante probable que no supieran sobre el inmenso odio que Aeris le tenía a su hermana. Tenía que ir urgentemente a esa casa a revisar hasta el último rincón para encontrar la cámara y ver cuántas de estas había. Estaba seguro que el asesino fue quien las colocó.

Guardó la USB en uno de los cajones de su escritorio bajo llave y apagó su computadora. Necesitaba ir con las personas indicadas a la casa de la familia Larsen, y estuvo a punto de salir cuando nuevamente lo interrumpieron.

El mismo oficial que tres horas antes le había entregado el sobre, volvió a hacer acto de presencia en su oficina.

—Detective, es urgente que venga. Hace un momento llegó un joven, dice que viene dispuesto a entregarse por el asesinato de la joven Aeris.

El hombre no pudo evitar expresar la gran confusión que sentía. Todo estaba siendo demasiado raro, sentía que no era real.

Acompañó al oficial a dónde estaba el supuesto culpable. Se trataba de nada más y nada menos que de Dariel Hall. El traficante de drogas a quien le pertenecía el auto blanco donde se encontró el cuerpo de Aeris. Permanecía sentado en una de las sillas de la sala de interrogatorio. Esa misma silla en la que Luara se sentó el día anterior.

Tenía la cara pálida, daba la impresión de que estaba asustado y parecía inquieto. Una vez más el detective volvió a tener esa sensación de que todo iba mal, la situación le parecía demasiado falsa para ser real.

El oficial se marchó y dejó al detective a solas con el chico.

—Y bien —comenzó el detective—. ¿Qué tienes que decir, muchacho? —se sentó frente a él y esperó expectante a que hablara.

—Yo... maté a Aeris —susurró—. Yo la maté —volvió a decir más fuerte.

—¿Y por qué lo hiciste?

Los ojos del chico parecieron abrirse más.

—Ella me debía mucho dinero, y la deuda era tan grande que yo sabía que nunca me lo iba a poder pagar, por eso lo hice.

El detective no le creyó ni media palabra.

—Entonces la droga que estaba en el auto si era tuya.

El chico asintió aunque no fuera una pregunta. Y nuevamente volvió a sorprender al policía:

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