Capítulo 6- La fábrica

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Se me hizo un nudo en la garganta al ver las lágrimas de 186 cuando se despidió de mí. Su llanto me dijo que, a pesar de que las dos habíamos logrado entrar en confianza y construir una buena relación, no íbamos a volver a vernos. Yo no quería llorar: unos meses atrás había cumplido catorce años en absoluta soledad, y ese día, al igual que cuando cumplí los doce y los trece, lloré todas las lágrimas que me quedaban, encerrada en el cuarto del fondo. Extrañaba a mi madre y a Ekhab, y hubiera dado todo por verlos ese día y festejar con ellos con toda la comida que, junto con los libros, era lo único que me hacía sentir menos desgraciada. 186 me devolvió de mis oscuros recuerdos cuando me recomendó  por quinta vez que me cuidara. No entendí por qué parecía temerle a mi nuevo destino: 

—¿Sabes algo de lo que se hace en la fábrica? —le pregunté—. ¿El trabajo es muy difícil?

—No sabría decirte bien… —186 tenía tal cara de disgusto que era imposible creerle que no supiera nada de lo que pasaba en ese lugar que para mí era un misterio—, pero debes cuidarte.

—¿Cuidarme de qué?

—De los Vigilantes…

—¿Y quiénes son los Vigilantes?

En ese momento descubrí que había otra clase de seres del Aire: los encargados de controlar a los Alas de carbón que trabajaban en la fábrica:

—Por lo que sé, pueden ponerse desagradables si los obreros no cumplen con su trabajo. ¡Pero tú lo harás bien! —me dijo, forzando una sonrisa—. No tendrás ningún problema.

Intenté ser valiente y sonreír también:

—Sí. Seguro lo haré bien…

                       ***

Estuve un día entero encerrada en el cuarto 316 del sótano, respirando el aire caluroso y pesado que entraba por el tragaluz; vi toda clase de imágenes fantasmales en las manchas de humedad de las paredes, y traté de no sacar los libros de un lugar que había elegido para esconderlos, por miedo a que alguien entrara a la habitación sin avisar y me descubriera con ellos. Finalmente, en la mañana del día siguiente, alguien tocó a la puerta: era otro Alas de carbón, un joven de aspecto rudo y con enormes músculos:

—186, me imagino —me dijo, mientras me miraba con un gesto poco amable—. Cada vez los traen más pequeños… —protestó, como hablando para sí mismo.

—Sí, soy yo —respondí, con la voz más serena y madura que me salió.

—Yo soy 240. Ven conmigo. —Se echó a caminar sin esperarme, y yo tuve que cerrar la puerta de apuro y correr tras él. Mientras trataba de igualar sus enormes zancadas escuché su explicación—: La fábrica está fuera de la ciudad, y solo se puede llegar volando. Mientras no te crezcan las alas yo me encargaré de llevarte.

Me asombró descubrir que los seres del Aire nos permitían volar. En el tiempo que llevaba allí arriba jamás había visto a uno de mis pares desplegando las alas:

—¿En serio podemos ir volando?

—¿Y por qué no íbamos a poder?

—Pensé que no estaba permitido.

El hombre se detuvo en seco y yo, que venía a la carrera, casi seguí de largo y lo dejé atrás. Por primera vez me pareció ver en su cara un gesto amigable:

—¿Nunca viste volar a los nuestros? ¿En dónde estabas?

—Cuidando a un anciano —le respondí, sin aliento—, pero se murió.

—Ahora las cosas van a ser distintas. —Unos pasos más adelante encontramos la salida. Sin mirarme, 240 me agarró de la cintura y extendió sus magníficas alas negras.

Me quedé asombrada: le bastó un solo impulso para elevarse conmigo y ascender con la misma seguridad con que lo hacían los del Aire. Ese hombre era tanto o más fuerte que cualquiera de los Supervisores que yo había visto. Y mis alas, que estaban creciendo de a poco, me iban a permitir ser igual a él. Creo que la emoción me hizo suspirar con demasiada fuerza, porque él me miró con curiosidad:

—¿Estás asustada?

—Un poco —le confesé—. Alguien me dijo que tenía que cuidarme de los Vigilantes…

240 lanzó una carcajada:

—Esos buenos para nada no van a molestarte si haces bien tu trabajo. No los mires a la cara ni les hables, porque se creen los reyes de la fábrica y les gusta que seamos humildes con ellos, aunque están muy por debajo del resto de los seres del Aire. Hasta los Supervisores tienen más cargo que ellos…

240 me dijo todo lo que, según él, debía saber: que no debía confiar en nadie. Mientras me alertaba acerca de los peligros de la fábrica, nos fuimos encontrando a otros Alas de carbón que volaban, la mayoría solos. Unos pocos llevaban a otros a los que aún no les habían crecido las alas. Entre las nubes y a lo lejos comencé a ver una estructura cuadrada y enorme que parecía haber sido blanca alguna vez, pero que ahora lucía por fuera las manchas grises del humo que salía por unas chimeneas que brotaban, como hongos, de las paredes y el techo. 

—Ésa es la fábrica —me indicó 240—. Te dejo en la entrada y luego me voy a mi puesto de trabajo. —Antes de irse, sin embargo, volvió a advertirme—: Recuerda todo lo que te dije, y no vayas a meter la pata, chiquilla.

                          ***

En mi primer día en la fábrica me pusieron a acarrear cajas de comida junto a otros Alas de carbón, casi todos demasiado jóvenes y con las alas a medio salir. En otros sectores había hombres y mujeres jóvenes y fuertes, que ya tenían sus alas y hacían tareas más pesadas. Fuera del ruido de las máquinas no se escuchaba ni una voz, salvo algún que otro grito de los Vigilantes, que no tenían gran diferencia con los Supervisores, salvo en que eran más viejos y no tan limpios, y tenían un pésimo carácter. Por lo que me dijo uno de mis compañeros, un chico algo mayor que yo y que tenía sus alas formadas, aunque no parecían ser demasiado fuertes, estábamos en la sección de empaque de los alimentos.  Me contó en un susurro, para que no lo oyeran los Vigilantes, que había varios lugares como ese, en donde se hacían otras cosas, como material para muebles o las construcciones, telas o papel. En otros sectores separados se trabajaban los metales y se refinaban los combustibles.

—Pero nosotros nos vamos a ir ahí, al menos por ahora —musitó mientras llevaba las cajas de a dos y las ponía en un contenedor—. Ese lugar es para los Alas de carbón más fuertes…

—¡¿Por qué estás hablando?! —sentí el grito de un Vigilante a mis espaldas, y del susto solté la caja que llevaba, que se golpeó contra el suelo y se abrió. Los paquetes de comida saltaron para todos lados. El chico que me había hablado me miró, horrorizado, y luego siguió su camino, como si la culpa de lo que había pasado no hubiera sido suya—. ¡Eres una torpe! ¡Levanta todo eso enseguida!

Recordé que no podía abrir la boca ni mirar al Vigilante a la cara, y no lo hice. Mientras juntaba los paquetes y volvía a ponerlos en la caja bajo una lluvia de gritos, me tragué el orgullo y observé de reojo al resto de los Alas de carbón que trabajaban y me miraban, algunos con expresiones sombrías y otros tratando de contener la risa. Recordé la advertencia de 240: nadie era digno de confianza allí adentro. Tenía que aprender a cuidarme hasta de mis pares.

Alas de carbón #ONC2024Where stories live. Discover now