el ensayo ( última)

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En medio de nuestra desesperación, un chico se nos acercó mientras estábamos pegando carteles con la foto de Ángela por toda la ciudad. Tenía el aspecto de un estudiante de la escuela de Ángela, y su expresión reflejaba una mezcla de preocupación y determinación.

"¿Ustedes son las madres de Ángela, verdad?", preguntó el chico con voz temblorosa.

Asentimos con la cabeza, el corazón latiendo con fuerza en el pecho, esperando que este joven tuviera alguna pista que nos pudiera acercar a nuestra hija.

"Soy Mateo", se presentó. "Soy compañero de Ángela en la escuela. Creo que sé qué le pasó".

Nuestro aliento se detuvo en seco mientras Mateo continuaba con su relato. Nos contó que había visto a Ángela siendo molestada por un grupo de chicos en las afueras de la escuela la tarde en que desapareció. Nos describió a los agresores y nos dijo que, después de forcejear con Ángela, la habían arrastrado hacia un callejón cercano antes de salir corriendo, llevándose su teléfono celular.

El corazón se nos encogió de dolor y furia al escuchar la historia de Mateo. ¿Cómo pudieron hacerle eso a nuestra hija? La rabia nos inundó, pero también la determinación de encontrarla, sin importar lo que costara.

"¿Viste hacia dónde se dirigieron después de salir del callejón?", pregunté, luchando por mantener la calma.

Mateo asintió. "Sí, vi cómo salían corriendo hacia la plaza del centro. Uno de ellos llevaba sangre en la ropa".

Una oleada de esperanza y horror nos inundó. ¿Qué le habrían hecho a Ángela? Pero al menos ahora teníamos una pista concreta que seguir. Agradecimos a Mateo por su valentía y coraje al acercarse a nosotras, y nos prometimos a nosotras mismas que no descansaríamos hasta encontrar a Ángela y llevar a los responsables ante la justicia.

Con el corazón lleno de determinación, nos dirigimos hacia la plaza del centro, impulsadas por la esperanza de encontrar a nuestra hija. La lluvia seguía cayendo, pero ya no nos importaba. Nos aferrábamos a la esperanza como a un faro en medio de la oscuridad, guiándonos hacia la verdad y la justicia.

Al llegar a la plaza, escudriñamos cada rincón, cada rostro, en busca de cualquier indicio que nos acercara a Ángela. Pero la plaza estaba desierta, envuelta en un silencio sepulcral que solo era interrumpido por el sonido de la lluvia golpeando el pavimento.

De repente, divisamos a lo lejos un grupo de chicos que parecían estar discutiendo entre ellos. Nos acercamos con cautela, el corazón latiendo con fuerza en el pecho, y entonces lo vimos: uno de los chicos llevaba manchas de sangre en la ropa.

Para este punto mis hermanas y Hanna y Valentín ya estaba involucrados y valen fue quien nos acompaño a buscar a estos chicos.

Valentín se acercó al chico con una mirada firme y decidida. "Háblame. Quiero todos los detalles. No omitas nada".

El chico, sin mostrar señales de remordimiento en su rostro, comenzó su relato con una voz fría y despiadada. "Ángela era solo una pieza más en nuestro juego retorcido. Sabíamos que estaba al tanto de nuestras actividades ilegales, así que decidimos darle una lección. Queríamos asegurarnos de que no hablara, de que mantuviera la boca cerrada sobre lo que sabía".

Cada palabra del chico resonaba en la sala, cargada de un desprecio cruel hacia la vida de Ángela.

"La llevamos al callejón, un lugar oscuro y solitario. La rodeamos, intimidándola, gritándole que se mantuviera callada. Pero ella se resistió. Se negó a ceder ante nosotros", continuó con una sonrisa despiadada. "Así que decidimos que necesitábamos ser más... persuasivos".

Notas En La Pista Where stories live. Discover now