Capítulo 1

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Era un día como otro cualquiera. El sol brillaba en las alturas, dotando a las nubes de un aspecto tan radiante que parecían de algodón. Desde la ventana del casti llo se veía el pueblo casi en su totalidad, y el ir y venir de sus habitantes llenaba las vistas de un toque especial; parecía una pintura en movimiento.

El rey Volkar estaba en pie desde muy temprano. Se había enfrascado en una de sus tareas y se negaba a dejar que alguien más la realizara. Con su musculoso torso al descubierto, acomodaba el tronco que había tomado de una enorme pila. El hacha subía y bajaba, rauda y veloz, partiendo el leño en dos. El sudor le resbalaba por la cara, llenándosela de pequeñas gotas.

Después de haber parti do leña un buen rato, se detuvo, se apoyó sobre el hacha que había usado (a modo de bastón) y se pasó el antebrazo por la frente, eliminando el exceso de sudor. Entonces, utilizando la mano como si de una visera se tratase para evitar que el sol lastimara su vista, buscó a sus hijos colina abajo, quienes se habían despertado al mismo tiempo y yacían sentados junto al río.

—¡Eh, chicos, no quiero que se alejen, no quiero perderlos de vista! —dijo el rey aumentando el tono de su voz como si imitara un terrible rugido.

—¡No, padre, aquí estamos! —contestaron los tres al unísono mientras lo saludaban. Estaban en la orilla mojando sus pies en el agua transparente del río, que fluía de manera tranquila.

Observando a sus hijos, se percató de que el tono de color que adornaba sus cabellos iba haciéndose más intenso conforme pasaban los años. «Es verdad», se dijo para sí, «el color se va haciendo más intenso a medida que van creciendo; es tal y como predijo Zaktana, el hechicero». Y vinieron a su mente recuerdos de años atrás: Cuando Raleska, la esposa del rey, estaba embarazada de su primer hijo, el hechicero les dijo que la concepción se había realizado durante una luna llena azul; era una luna que se daba cada dos mil años, de la cual nadie sabía el origen del color con la que se veía iluminada. El efecto de esa luz le daría a su primogénito control sobre el agua y el hielo. 

«Es casi seguro que su primer hijo será un poderoso hechicero azul en un futuro. Se darán cuenta porque tendrá un lunar en la cabeza que le teñirá unos mechones de ese color, y, conforme vaya creciendo, este se irá haciendo más intenso», les dijo Zaktana. «Dentro de algún tiempo volverán a tener noticias mías, pues veo en su futuro a dos descendientes más que tendrán la misma dicha: los tres serán hechiceros muy poderosos».

Tal y como prometió, Zaktana apareció dos años después. Era el día del nacimiento del segundo descendiente de los reyes, que sería su primera hija. Nació durante un atardecer en el cual el cielo lucía pintado de un color violáceo. Les hizo saber que la hija que acababa de nacer, gracias a la energía que irradiaba ese extraño atardecer, tendría control sobre el espíritu y el alma de las personas y de los animales, lo que le otorgaría la cualidad de curar males físicos y espirituales. Sería capaz de manipular magia, y les dijo que se darían cuenta porque el color de algunos mechones de su cabello iría cambiando con el paso del tiempo, como con el primogénito. Ella sería una hechicera violeta.

La tercera descendiente del rey nació durante un atardecer, pero, a diferencia del nacimiento de su segunda hija, ese atardecer se vio adornado por un color entre rojo y rosado. Zaktana volvió a aparecer ante ellos para decirles que su hija, la tercera y la más pequeña, tendría la facultad de controlar el fuego, y que veía la posibilidad de que ella fuera la más poderosa de los tres. Ella sería una hechicera roja.

Volkar regresó de su ensimismamiento y cayó en la cuenta de que habían pasado trece años sin saber nada del hechicero. Sus hijos habían vuelto del río y estaban de pie, frente a él.

—¿Te sucede algo, padre? —preguntó Raiquen mientras lo miraba extrañado.

—Sí, padre, ¿qué pasa? —preguntaron casi al unísono Kaelan y Lisandra.

MAGIAWhere stories live. Discover now