-Tranquilo, alfa, tómatelo con calma -aconsejó-. Ya hemos enviado las tropas. Beta Max los está liderando.

-¿Max ha ido con ellos? -pregunté.

-Sí. Pensó que Aurora debería ver una cara familiar, después de todo lo que ha pasado.

Yo también debería ir -dije, tratando de ponerme en pie-. Ella es mi compañera.

Pero Remus me retuvo.

-No estás en condiciones, alfa. Sólo obstaculizarías la operación de rescaté. La tortura a la que sometieron a la Luna fue fuerte, teniendo en cuenta el dolor que has padecido.

-Aurora me necesita, Remus, ¡apártate de mi camino? -ordené, pero no se movió.

-Max y el resto de las tropas traerán a la Luna de vuelta sana y salva -dijo-. Además, he hecho que se envíe su informe médico. Parece ser que la Luna había sido envenenada con luparía.

Me entregó los documentos que tenía en sus manos.

-¿Luparía? ¿Pero cómo? -inquirí.

No estamos seguros, alfa. Beta Max la llevó al hospital después de encontrarla inconsciente, con fiebre alta, en el sótano. Sus latigazos estaban todavía intactos.

-¿Quién presentó la acusación contra ella? -pregunté, sabiendo ya la respuesta.

-Tallulah Wilhelm, alfa.

Arrugué los papeles en una bola y la tiré. Aurora había pasado por todo aquello por mi culpa.

-Todo esto es culpa mía. S la hubiera aceptado en el momento en que nos conocimos, esto no habría pasado. Ella estaría a salvo, aquí conmigo.

-Perdona que me entrometa, alfa, pero....¿por qué no la rechazaste cuando supiste que era tu pareja, si no la querías? -planteó Remus.

Aquella era la pregunta que temía.

-Sencillamente...no podía. Traté de convencerme a mí mismo para hacerlo, pero cada vez que la veía, o inhalaba su aroma... -sacudí la cabeza-. No podía dejarla.

-Esperemos que Max y la tropa puedan salvarla, alfa.

Esperaba que la trajeran a casa, pero ¿se recuperaría emocionalmente, después de lo que había pasado?

Recé a la Diosa de la Luna para que la ayudara a sanar.

Como su compañero, estaría a su lado, y la ayudaría a recuperarse de todo el dolor y el sufrimiento que lo había hecho pasar.

AURORA

Me senté en el colchón húmedo y mugriento, pensando en una forma de escapar.

Había pasado otro día, y no había ni rastro de la manada.

No había otra opción. Tenía que escapar.

No podía sentarme allí y esperar a que el bastardo de Klaus me tocara de nuevo.

Deseé tener un arma.

Un rebelde entró con una bandeja de comida y la tiró al suelo delante de mí.

-Aquí tienes, Luna. Necesitas reponer fuerzas después de todo el ejercicio que has hecho con el maestro Klaus.

-Te recomendó que comas -añadió entre risas-. Pronto volverá a visitarte.

Entonces me encerró una vez más.

Miré la bandeja y vi que me habían traído puré de patatas y chuleta.

Agarré la carne, arrancando ansiosamente trozos alrededor del hueso.

Un rato después, la puerta se abrió de nuevo. Era Klaus, luciendo aquella repugnante sonrisa suya.

Me quedé en un rincón de la mazmorras con las manos detrás de la espalda.

-Me estoy impacientando con tu manada, pequeña. No han enviado un mensajero para negociar. Parece que a ese alfa no le importas nada, ¿eh?

Ladeó la cabeza. Tenía su daga en la mano. No le respondí.

-Pero no te preocupes. Me has caído bien, así que no te mataré -afirmó, acercándose-. Estoy seguro de que mis hombres estarán encantados de catar ese dulce cuerpo tuyo. Después de todo, todos son renegados sin pareja. Necesitan desahogarse.

Me agarró por la barbilla mientras acercaba su cara a la mía, nuestras narices a escasos centímetros de distancia.

-¿Qué te parece? ¿Quieres convertirte en nuestro juguete privado? -me observó con lujuria en sus ojos. Su asqueroso aliento atufaba mi cara.

Me pasó la daga por la mejilla y sentí que la plata me quemaba la piel.

-Prefiero que me arrojen a un pozo de lava ardiente a que me vuelvan a tocar -gruñí.

Cogí el hueso del filete que había escondido a mi espalda y se lo clavé en la garganta.

La sangre salió a chorros, sobre mis manos y mi cara.

Odiada Por Mi AlfaWhere stories live. Discover now