IV

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La princesa se retira de la sala del trono con un sabor amargo en la boca.

—Mantienes una rivalidad notable, incluso cuando se trata de mi hija. —El rey declara con cautela.

—La insensatez de los niños tiene consecuencias gravosas. —Corvetatis se ataja tras haber enseñado una actitud hostil a la realeza.

La sonrisa, filosa y arrogante, se ensancha.

—Valiciana es una competencia hasta para Yruretagoyena —recuerda.

—Solo son simples bailarines, majestad —escupe divertido—. No hay razón para temerles.

—Bueno —ríe, y el consejero se muestra sorprendido por el gesto—, Alpia permanecía a esa casa, Arturo.

Antes de seguir con un intercambio de palabras que podría costarle la lengua, Corvetatis baja la cabeza porque comprende a donde quiere arrastrarlo Yruretagoyena.

Dagomar a simple viste tiene una personalidad bromista. En cambio, insensible cuando se lo reta.

Aun siendo consejero es consciente de que si establece una rivalidad con el rey llama a la muerte en cualquiera de sus formas.

—Envía una carta —ordena con simpleza y ante el gesto perturbado de su mano derecha prosigue a decir—; a Sir. Vísilboa.

—Le faltaré al cuestionarlo, majestad. —Él hace una pausa larga—. ¿Por qué ha de llamar a las serpientes?

Divertido, el rey enarca una ceja.

—Dile que tiene la facultad de seguir a la princesa adondequiera que vaya, hasta que las ceremonias concluyan.

Una sonrisa malévola abarca el rostro avejentado y dejado de Arturo, y aunque le encantaría enaltecer el momento, no es capaz porque transcurre de tal manera que no tiene tiempo a nada.

No se atreve a preguntar lo que perversamente piensa y la duda pasa a ser un problema. «¿Acaso desconfía de la integridad de obrar de la princesa?» Pero tarde o temprano la verdad saldrá a la luz y los bailarines soñadores perderán el prestigio que se han montado.

—Como usted ordene.

***

En otra parte del castillo, Dominio se pasea por el salón de honor luego de haber tenido una discusión con su padre y el consejero metiche. Decir que siente pena por el hombre mayor sería erróneo, pero por alguna razón se limita a bajar la cabeza y aceptar la coincidencia de haber nacido mujer.

No es culpa de nadie sufrir un destino como el suyo. De hecho, siempre estuvo rodeada de lujos, joyas y vestidos. El rey la ha consentido desde que la tuvo en brazos.

No obstante, luego de tanto tiempo, la angustia la hace dudar sobre aceptar un matrimonio político. No se atreve a renunciar a Ytegoyena, a la vida que lleva y a las personas que la rodean.

—Una corona para un continente —pensativa, murmura—. ¡Ja! Qué ironía, madre.

—La princesa se encuentra allí.

El murmullo de las doncellas llega con rapidez a los oídos, pero aquel no es importante para la princesa. En cambio, el deseo de seguir admirando el rostro de la mujer más hermosa de Ytegoyena se intensifica dentro de ella.

Esta escaló en contra de la indiferencia de su casa con la finalidad de convertirse en una figura revolucionaria, al igual que la del hombre que el pueblo denominó como su espada. Además, fue la mujer que la trajo al mundo, convirtiéndola en un accesorio para la realeza.

De Sacrificio, Sangre y Muerte © (+18) #PGP2024Where stories live. Discover now