III

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—¡Mi señora!

La joven doncella de 12 años se exalta en el momento que el vestido rojo es descubierto por Caila y María. Leonor queda impactada y no puede evitar imaginarse a su maestra bailar con aquel, por lo que desde el suelo la mira con admiración. La sorpresa forma a ser parte del grupo de mujeres que sirven a la princesa de Ytegoyena.

En cambio, en silencio, Dominio analiza el presente de sus parientes de la isla.

—No puedo siquiera pensarlo —asombrada, destaca María la belleza de la mano de obra—. Mira la calidad de los hilos de oro al haber bordado con tanta precisión una planta de guía, incluso fueron cuidadosos en el calado de las mangas, el cinturón y cuello. ¡Oh, Dios! Miren la falda.

—No solo los hilos, María. —La recién nombrada levanta la cabeza del tul de seda—. Si prestas atención podrás ver diamantes brillar en las hojas representadas en este precioso vestido. —Caila, la mayor de todas, manipula con cuidado la tela con el objetivo de que puedan admirar los detalles.

—Se ve cómodo para la danza de espadas. —Dominio, alza la voz—. Es agradable a la vista. ¿El pecho?

La pregunta obliga a buscar a las doncellas.

—Sí, princesa —responde María y prende con cuidado los botones, hasta el que está en el cuello de tortuga.

—Las vistas se centrarán en usted. —Leonor apoya el mentón en la rodilla de su señora y no puede evitar admirarla con enamoramiento.

Ella baja la mirada y sonreí por el encanto de las chicas al verla con tanta devoción.

—¿Es así? —divertida, pregunta mientras acaricia con cuidado los cabellos rubios de la doncella—. Tendré que visitar a mi familia. Mi abuelo debe estar ansioso por la mayoría de edad.

—¿Qué piensa, mi niña? —La mujer de cuarenta y cinco años analiza la postura relajada de la adolescente encima del diván.

—Ah, Caila —dice en un suspiro—. Mi destino es caminar sobre el sendero detrás de mi marido. —Disfraza la irritación con una falsa sonrisa—. No debo ser codiciosa —miente.

En el momento que los ojos rojos voltean a ver a la mayor, aquella sintió un escalofrío ascender por la columna vertebral por la vesania de la primogénita del rey.

Caila Hatmmage es considerada una mujer con experiencia que convierte a las señoritas en damas de prestigio. Las capacita para debutar y caminar en un mundo social con las características similares a las de los rosales. Los cuales logran herir de gravedad si no se pisa con cuidado.

Tan pronto como conoció a Dominio, no consideró que la hermosa bebé que sostuvo en brazos sería una inquebrantable farsante. Ella finge una sonrisa con una naturalidad escalofriante. Del mismo modo, reprime la rabia que la atormenta día y noche por no haber nacido como el heredero prometido de Dagomar II Yruretagoyena.

Lo más triste es que jamás, incluso con la confianza que se ganó, vio llorar a la princesa.

«Una vacía muñeca.» La mirada de Caila viaja a la falda de tul de seda para contemplar el bordado en ella, porque seguir dándole vuelta a la melancolía de su pequeña jovencita la hará lagrimear.

—Déjame peinarte, Leonor. Me encanta el color de tu cabello. —Dominio se endereza con la finalidad de apreciar las ondas de una melena dorada preciosa—. ¿Puedo trenzarlo?

Hacerlo aliviaría los latidos de un corazón agitado por la desesperación.

—¡Lo que desee! —halagada, estalla al sentirse consentida—. Mi maestra, ¿conseguiré hacer lo mismo? —Mira de reojo y se atreve a ver el movimiento de la mencionada al verla con atención.

De Sacrificio, Sangre y Muerte © (+18) #PGP2024Where stories live. Discover now