Capítulo 1.

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—Buenos días mi niña —la voz de mi madre hizo su aparición cálida junto con su aroma a flores y el sonido de los zapatos en el piso de madera.

—Buenos días, mamá —le sonreí para sentir un beso en mi cabeza.

—Uh, me gusta el aroma del shampoo, ¿es nuevo? —amaba cuando ella se daba cuenta de esos detalles tan pequeños pero importantes.

—Si. Lo compré ayer, es de una nueva marca naturalista —sonreí —también te compré un aceite para las puntas, pero lo tengo en mi cuarto.

—Que linda eres —abrió la puerta del refrigerador para sacar el jugo de naranja y una manzana —tengo que irme rápido al hospital, me avisaron que mi paciente nuevo es más odioso de lo que pensaban.

Mi madre era enfermera, fanática de su profesión.

En nuestro bello país ella trabajaba en un pequeño hospital en donde era muy conocida y amada por los pacientes. El día que avisó que se iba juraría que lloraron todos por perderla, además que llegó al hogar con bolsas llenas de cartas y regalos por parte de trabajadores del hospital.

Se que lamenta haber perdido su vida, pero hace lo mejor para no enseñar su dolor y ser optimista.

—¿Punto rojo? —Asintió con pesar para morder la manzana salpicando unas gotitas.

Les decían punto rojo a todos los pacientes más complejos. Los que poseían muchas enfermedades, o una que requería atención constante, adultos mayores y personas obesas.

—Si, los peores —dio un largo suspiro — amo mi trabajo, pero hay días en lo que lo detesto —reí ante el comentario.

—Odias a los viejos, mejor dicho.

—Touché —me apuntó para alejarse e ir en busca de su bolso —. Tu padre me dijo que te llevaría a la escuela así no tienes que ir en ese tortuoso autobús.

—Maravilloso —le di un sorbo al café —, ¿ya despertó o tengo que usar la vieja armería? —tomó las llaves de la mesa y abrió la puerta para gritar.

—¡Yo que tú lo despierto, sabes que tiene sueño pesado! —quisiera ser él.

—¡Bien! ¡Suerte, mamá! —le lancé un beso.

—¡Éxito querida! ¡La suerte es para perdedores! —Rodeé los ojos y escuché como cerraba la puerta.

Terminé mi café para seguir viendo el calendario de mi celular y maldije mi vida. Amaba estar en muchos talleres y en actividades de la escuela para no enfocarme en el dolor de la soledad de estar lejos de mi gente, cosa que me afectaba en sobremedida.

Siempre fui una persona de abrazar, besar, morder inclusive, por el amor y cariño que sentía con las personas, pero en Canadá la gente no es igual. Son fríos, reservados y un poco racistas, hay que admitirlo.

Dos años en este lugar y se siente cada vez más lejana mi vida en mi pueblo. No somos de la cultura más extrovertida o cariñosa, pero comparada con estos gringos, claro que hace una diferencia.

—Tengo dos exámenes, una entrega, un partido y entrevistar para el diario de la escuela —suspiré. Si que odiaba estar en el centro estudiantil, pero ayudará a mi ficha para ir a la universidad. Puede que sea un dato pequeño, pero a ellos les interesará que siempre quise ser una periodista enfocada en la ciencia y reformas naturales. Es lo que me apasiona y lograré subir en la escala profesional para difamar noticias de impacto ambiental.

O eso espero.

Se que soy buena en lo que hago, pero... pero el estrés a veces me atropella.

Lavé lo que había utilizado (solo la taza de café y una cuchara) para luego tomar un vaso con agua fría e ir en busca del mamut.

El lobo rojo de sangreWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu