12: Fantasías en el pasillo del supermercado.

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Lexi

Cuando tienes un trabajo que consume la mayor parte de tus días, comienzas a valorar en demasía los fines de semana. Los romantizas, se convierten en tus vacaciones en el caribe, solo que en lugar de la playa y la arena tienes el sofá de tu casa y un televisor. De cada lado de mi cuerpo echado en el mueble tengo a mis gemelos favoritos de cabello rulo acurrucados, aprovechando el tiempo que me tienen en la casa.

A diferencia de muchos adolescentes, ellos disfrutan muy bien sus días libres y se levantan temprano al igual que yo, así que ya tenemos como gusto personal mirar caricaturas antes de tomar desayuno en familia, solo que no alcanzaremos a desayunar con mis padres pues ya se han ido a la boda a la que estaban invitados, dejándome la misión de cuidar a mi hermana.

Evelyn, por su parte, goza de dormir todo lo posible y suele despertarse a eso de las once y media de la mañana. Son las nueve, así que por ahora no me preocupa mucho.

Preparo el desayuno para los tres que estamos despiertos, y decido consentirlos con unos panqueques en forma de algo que planeaba que fuese un dinosaurio, pero que resulto en ser una completa decepción.

—¿Sabes qué? Mejor que sean redondos y ya —pide Evan al ver que a su hermano le ha tocado una atrocidad.

—Puedo hacer un corazón —le ofrezco.

—Redondos —repite.

—Redondos entonces —asiento, tomando el jarrón con mezcla y echándolo en el sartén.

—Aunque se vea horrible, está rico —nos tranquiliza Dante desde la mesa atrás de nosotros.

No sé qué les preocupa, si siempre que cocino algo queda, en el peor de los casos, regular. Puede que sea talento natural o que simplemente sé seguir recetas, pero soy buena en la cocina a pesar de que no disfruto mucho de preparar casi nada. Si algún día tengo suficiente dinero, contrataría a alguien que cocine para mí. Aunque me divierte hacer postres.

—¿Olly te dijo si debíamos llevar algo de comer? —le pregunta Dante a su espejo, quien ya se ha sentado con su panqueque en la mesa.

—Me dijo que mejor lleváramos refrescos, porque ya habrá bastante comida —le responde Evan con la boca llena.

—¿Mamá les dejó dinero? —pregunto, volteando a verlos.

—Olvidamos decirle —responden al unisonó. La diferencia en la manera que hablan hace que, cuando coinciden con lo que dicen, suenen como una armonía.

—Entonces asumo que me van a pedir dinero a mí —niego con la cabeza mientras pongo mezcla en el sartén para hacer mí panqueque.

—Te lo devolveremos —asegura Evan.

—¿Así como me devolvieron lo que gastaron en el regalo del cumpleaños de Isabelle? —volteo otra vez, alzando una ceja. Ambos me ven, se ven entre ellos y siguen comiendo.

A veces me sorprende lo grandes que son. Cada día que pasa me vuelvo la más pequeña en estatura en la casa, sin contar a Evelyn, por supuesto. Ellos hasta hace un par de años eran pulguitas, y ahora comienzan a verse como todos unos jóvenes que dejan de pensar solo en videojuegos.

—¿También nos darías para el taxi? —pide Dante.

—Váyanse en bus, no se pasen.

Una parte de mí sabe que terminará dándoles dinero de todas maneras, es ese tipo de cosas de hermana mayor que no desaparecerán hasta que sean más grandes, pero es terrible que sea por dos.

Comemos juntos, ellos con cierto apuro porque de seguro quieren salir lo más pronto posible para así irse a la casa de Olly, su amigo más acomodado que vive en la zona adinerada de la ciudad y que, por supuesto, tiene piscina. Pasarán el día nadando, jugando y al parecer a la tarde verán una película.

Esas canciones que nunca te mostréWhere stories live. Discover now