2 - Althamere

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Lovhos corrió a través del bosque, y aunque había ganado una leve ventaja en su huida, sentía sus piernas como grandes cadenas; pesadas, y restringiendo su movimiento.

Jadeaba angustiado, y el sudor inundaba su frente, decidiendo apoyarse en un tronco. La herida le provocaba una constante presión en el músculo y una punzada en la pierna. Qué agobio sentía.

Los párpados se le cerraban y su mirada luchaba contra su conciencia. Se escondió tras el árbol, presionando la pierna con una mano, y mirando la herida. Sus dedos se engarrotaron en la carne, despotricando maldiciones.

Colocó la mano en la lesión, adolorido y tembloroso, y murmuró: 

Hemsa...

Un brillo verde empezó a iluminar la palma, el agujero empezó a cicatrizar, y un alivio recorrió su columna; suspirando finalmente desahogado.

Era la primera vez que una flecha atravesaba su piel. Qué experiencia tan dolorosa.

Miró a su alrededor, y escuchó los gritos de los soldados, estos demasiado cerca.

Irguió las piernas con rodillas vacilantes, dispuesto a correr, hasta que segundos después, su estómago se revolvió con recio malestar. Aturdido, sintió el ácido agitarse en su interior.

Estaba molesto, sabía que pasaría, pero no tuvo otra opción más que abusar de su poder.

Clavó las rodillas en el suelo, con manos en boca, y vomitó incontinente. El agrio olor se impregnó en su olfato, y las manos, de nauseabundo tacto entre sus dedos. Pero más allá del asco que pudo experimentar, sintió una profunda ansiedad, pues necesitaba moverse ya.

Cogió aire, se levantó y empezó a correr mientras su expresión se mantenía atolondrada, esforzándose por recomponerse lo antes posible.

A lo lejos, el murmullo del río le llegó como un desesperante consuelo. Allí, sus huellas no serían descubiertas, y el olor no revelaría su ubicación, pues no sabía si soltarían al ave.

Se hundió en él, y dejó que la corriente lo arrastrara.

Mientras tanto, los reyes de los cinco reinos se habían reunido en una mesa redonda. Si bien había sido un encuentro para cesar los ataques, lo que había ocurrido los tenía a todos en suspense.

—¿Todavía no aparece? —preguntó la reina de Lereth, bañada en riquezas.

—Hemos liberado al althamere, pero no ha encontrado rastro de él —habló un Rosvaliano, domador de bestias—. Habrá usado el río para alejarse.

—¿Hay guardias en su caudal? —se mostró Cristalline con tono juvenil.

—Sí, pero sólo Lerethianos —respondió un explorador.

Las miradas de los reyes se clavaron en los labios de éste. 

—¿Por qué solo está Lereth?  —preguntaron extrañados.

—Mis tropas llegaron antes —La reina de dicho reino respondió, confiada en su hablar—. No me gusta que se entrometan en mi organizada guardia-

—¿Entrometerse? —espetó el rey de Voldian, líder de las mayores minas conocidas, y hasta ahora imprevisto de la conversación— ¡Sólo quieres hacerte con él antes que el resto! —golpeando la mesa, irrespetuoso—. Todo el mundo ha visto qué hizo ese hombre, ¡no disimule!

La sala quedó en silencio, pues que alguien hubiera superado al mismísimo Lancelot, era una hazaña impensable. Fue entonces cuando la joven Cristalline decidió hablar, ya que la guerra estaba llegando a las puertas de su reino sin nada que la pudiera detener.

El Velo del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora