Prólogo

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–¡Auch!– se quejó Martin cuando soltó su maleta sobre su pie al bajarla del maletero del autobús. Cargado con su mochila de montañero y con las gafas de sol medio caídas sobre sus ojos, saltó sobre el pie que no había sido masacrado por su torpeza. Por mucho equilibro que hubiera demostrado poseer durante sus 20 años, el peso a su espalda y los saltitos a la pata coja -motivados por el maletazo- consiguieron que perdiera la estabilidad y cayera al suelo de culo. Aunque, mirándolo por el lado bueno, igual que sirvió para desestabilizarlo, la mochila le sirvió de amortiguación.

"Acabo de poner un pie en Madrid y ya estoy haciendo el ridículo, esto tiene que ser una señal"

Martin se levantó raudo, con las mejillas completamente rojas debido a la vergüenza. Se sacudió los vaqueros mientras buscaba con la mirada sus gafas de sol, que habían salido volando algunos metros más allá. Esperaba que nadie hubiera visto su estrepitosa y absurda caída.

Para su desgracia, a pocos pasos de él, alguien había sido testigo de su contratiempo, llegando a tiempo para recoger sus gafas al mismo tiempo que Martin se agachaba a por ellas. Y, obviamente, como un percance no había sido suficiente, Martin chocó su cabeza contra la de la amable persona que se había acercado a ayudarlo.

–¡Discúlpame, discúlpame! ¡Ay! ¡Qué mal! ¡Te prometo que no te he visto!

–¡Por favor, ni te preocupes!–la chica morena soltó una risa que calmó los nervios de Martin–Ni siquiera me has hecho daño, mi madre siempre dice que tengo la cabeza muy dura y ahora lo agradezco– volvió a regalarle esa risa tan divertida y extendió las gafas en su dirección–¿Tú estás bien?

No sabía muy bien qué responder. Estaba claro que se refería al golpe en la cabeza, del que sin duda se había llevado la peor parte, porque sentía como le palpitaba una zona muy específica de la cabeza. Iba a tener un buen chichón al día siguiente.

Pero casi que ni le importaba. Sabía que el dolor en su pie, en la parte baja de la espalda y en la cabeza no eran significativos. Volver a Madrid le tenía en un estado de nervios que lo iba a volver loco, ni siquiera sabía cómo no se había caido escaleras abajo al bajar del bus. Hacia algo más de 12 meses desde la última vez que había estado en aquella estación, en una situación mucho más tensa y que, aunque quisiera, no podía olvidar.

Pero debía volver. Vivir en Madrid nunca había sido su sueño, pero sabía que era un paso imprescindible si de verdad quería triunfar. El primer año en aquella ciudad fue maravilloso, aquel hostil lugar se convirtió en su hogar, siendo tanto así que decidió pasar el verano en Madrid y no volver a Getxo. Tras aquel verano se iría de Erasmus a Toulouse y no quería perderse ni un minuto de estar con las personas (o persona) que le habían hecho amar la ciudad.

Durante aquel verano Martin pensó en numerosas ocasiones en lo mucho que se había equivocado al haber solicitado un Erasmus durante su primer año de carrera universitaria, no podía soportar la idea de tener que alejarse de la familia que había formado en Madrid en tan solo unos meses. Pero aquel Erasmus se había convertido en su salvavidas cuando el amor decidió escapársele entre las manos y aquel chico que había abandonado su ciudad natal por acompañarle a la capital a cumplir su sueño, quiso tirar 2 años de amor por la borda.

No se despidió. Todos sus amigos eran conocedores de su partida, pero nadie supo por qué ni cómo Martin desapareció de la noche a la mañana. Aunque, a los que se quedaron en Madrid, no les llevó mucho tiempo descubrir el motivo de su apresurada marcha. Nadie lo culpó. Nadie se compadeció. Sabían que era lo mejor.

La mente de Martin daba vueltas en espiral alrededor del mismo tema mientras la chica que se encontraba frente a él continuaba extendiendo su mano para ofrecerle sus gafas de vuelta.

¿Quién es ese Juanjo? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora