—¿Y a él? —le preguntó señalando a Áleix—. ¿Lo conoces?

Elia pareció dudar.

—Su... su cara me suena. También va al instituto —acabó diciendo. Había una cierta duda en su voz.

—¿Recuerdas cómo nos llamamos?

Negó con la cabeza.

—No... No sé... no sé... cómo os llamáis.

Naia se esforzó en regalarle una sonrisa tranquila.

—No pasa nada. Lo recordarás. Has estado durmiendo mucho tiempo —explicó.

Elia se revolvió. Parecía que a medida que se iba despertando su inquietud aumentaba. A Isaac no le pasó desapercibido como su mirada se dirigía una y otra vez a la puerta y la ventana, las dos únicas salidas.

Estaba aterrorizada, llegándose incluso a plantear si escapar.

El corazón se le encogió un poco más.

—Papá y mamá llegarán enseguida —mintió en un intento de tranquilizarla—. Los hemos llamado tan pronto has despertado.

Esa afirmación pareció despertar todavía más desconfianza en ella, o puede que la suspicacia se acentuara porque había sido él quien la había pronunciado.

Isaac se obligó a mantener una expresión tranquila y amigable.

—Están de camino.

El recelo no desapareció de su rostro.

—¿Los conoces? —preguntó.

—Claro. Son mis padres.

Elia volvió a negar con la cabeza.

—No. No. Soy hija única —Se rodeó a sí misma con los brazos, apretándose aún más contra la pared—. Quiero volver a casa. Quiero volver a casa.

El terror ya era evidente en sus facciones.

—¿Quieres...? ¿Tienes hambre? —le preguntó Naia. Seguía agachada delante de la cama como si así fuera más pequeña y por tanto menos amenazante. Le estaba resultando extremadamente difícil mantener la calma. Ese era el terreno de Isaac, no el suyo, pero solo bastaba mirarlo para comprender que en ese momento no podía ser quien Elia necesitaba. Que necesitaba ayuda para sobrellevar la situación. 

Lo entendía, y, por tanto, ella tenía que dar el paso.

Elia pareció darse cuenta de lo hambrienta que estaba tan pronto Naia lo mencionó. Asintió sin apartar los ojos de ellos.

—¿Quieres ir al comedor y te preparamos algo de comer?

Naia no tardó en sorprenderse de su improvisada estrategia, invitarla a salir de la habitación para que así no se sintiera atrapada o privada de libertad.

«Esa es Lilia y está atada en el desván». Apretó la mandíbula cuando el pensamiento le cruzó la mente.

Elia tardó unos instantes en considerar la opción y finalmente aceptar con un nuevo asentimiento de cabeza.

—Mira... ¿te parece si te saco la vía? —Debía pedir permiso para todo, asegurarse de que sentía que todas las decisiones le correspondían a ella.

Tras un nuevo afirmativo con la cabeza, Naia rebuscó en la bolsa de suministros médicos unos guantes y alcohol. Con el mayor cuidado posible en cada uno de sus movimientos, desinfectó los alrededores de la vía y retiró el esparadrapo que la mantenía en su sitio.

Si se hubiera despertado unos días atrás se habría encontrado con todo el codo rodeado de cinta adhesiva. Era la única manera que habían encontrado para asegurar la intravenosa en su sitio y que no consiguiese quitársela mientras gritaba y se sacudía con furia.

Cuando la muerte desaparecióKde žijí příběhy. Začni objevovat