82- Estoy en paz- FIN

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— ¿Que va a ser de vos? Va a ser lo que vos tengas ganas de ser. Santiago mientras respires, vos podés ser capaz de todo lo que te propongas. Solo tenés que tener ganas— puso su otra mano en mi otro hombro para que le prestara toda la atención.— El único problema irremediable es la muerte y quien mejor que yo para saber eso. Tenés que avanzar, Santiago, porque todo lo que paso siempre estará ahí, pero si avanzas vas a ver que cada día va a doler menos. No te dejes vencer porque es lo que todos esperan de quien ha sufrido. Y particularmente yo me sentiría decepcionado de que mi mejor jugador perdiera este partido.

Me estaba animando como en ese entonces cuando era un niño.

— ¿Puedo ganarlo?— pregunté entre sollozos.

— Vas a ganarlo. Será difícil, seguro que sí, pero tenés todo para lograrlo. Es el partido más importante, así que concéntrate bien. Así como en ese tiempo en que todos te querían tirar al suelo, bueno, así también será esta vez. Esta en vos convertirte en el mejor como lo hiciste antes— me acercó a él y me abrazó. — Desde donde este sé que estaré orgulloso de mi mejor jugador. Sé feliz. Adiós, Santiago.

De repente todo desapareció y una nueva luz cegadora entro por mis ojos. Ya no estaba en aquel campo. Estaba en mi cama, me senté en ella rememorando todo lo que había pasado. Aun esa sensación cálida de su abrazo se mantenía en mí.

«No. No perderé este partido. »

Tomé mi netbook y me dispuse a comprar un pasaje.

Quería irme lejos. No para olvidar porque jamás podría sino para avanzar a mi ritmo. En un lugar diferente.

Algún día volveré y seré mejor.

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Clara

Estaba enfrente de una puerta de hierro que me sonaba familiar. Era raro no entendía como había llegado a ese lugar. Se supone que estaba en mi casa. Aun así, a pesar de mi desconcierto, me sentía bastante tranquila.

Tomé la manija y lo abrí. No pude resistir la luz brillante que reino por lo que tuve que cerrar los ojos, pero de apoco todo empezó a ser más nítido.

— Es... es la azotea de la escuela — dije mientras la recorría. Era la azotea de mi escuela secundaria. — Pero...¿como llegué aquí? — me pregunté apoyando mis manos en la baranda mirando que tan alto estaba. — Vaya, se ve igual que en esa época, pero se siente diferente— toda la situación me hizo recordar la primera vez que llegue a ese lugar. Sonreí.— ¡Ya no odio a nadie!— exclamé replicando la primera vez, solo que esta vez ya no acumulaba resentimiento como en aquella época.

— Que pulmones— dijo una voz que venía atrás mío.

Giré rápidamente encontrándome con unos ojos marrones que me observaban con un brillo que no era normal en quien creía que era en su primer momento. No definitivamente esa no era la manera en la que Marco me miraba. Aquellos ojos que se encontraban frente a mi lo hacían con una intensidad vertiginosa llena de nostalgia.

— Eze — nombré en voz baja mientras en mis ojos se iban acumulando lágrimas.

— ¿Ya no los odias a todos?— preguntó rememorando lo que había dicho en esa época.

— No— negué con una sonrisa mientras las lágrimas recorrían mis mejillas.

Ezequiel se acercó a mí, levantó su mano para tomar con uno de sus dedos una de mis lágrimas.

— Siempre llorando, vos no aprendes— dijo con diversión extendiendo aquella humedad por su dedo. — Como el loco que era me gustaba verte llorar por mi porque eso significaba que te preocupabas por mí. Significaba que yo era importante. Mis gestos de amor nunca fueron los mejores.

Perdóname por todoWhere stories live. Discover now