Prólogo: Acusado 312.095

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-Acusado número 312.095, Alec Evariste Scopoliere, tomando en cuenta los crímenes que cometió en contra de la Comunidad de Rastreadores de Almas, el Senado ha decidido declararlo culpable por los crímenes de alta traición, asesinatos múltiples, terrorismo y conspiración, por lo tanto se le sentencia a cadena perpetua. 

De inmediato la audiencia soltó una sonido de sorpresa ante la decisión, no era eso lo que esperaban, no al menos ante un criminal como Alec, por lo que el bullicio se intensificó, algunos familiares de víctimas rompían en llanto, mientras otros protestaban.

-¡Vendidos! ¡Están a su servicio! - Gritaba desconsolada una mujer. Su marido la sostenía de los brazos para que no se lanzara al estrado.

-¡Silencio en la sala! - exigió el gran senador golpeando el mazo sobre la madera - Será absuelto de la pena de muerte por su eficiente labor en la Academia El Nido. Sin embargo, el prisionero será confinado a la prisión de El Olvido, hasta el final de sus días para pagar por sus delitos.

La sentencia no era suficiente para los dolientes. Alec había causado muchísimo daño y no podía haber redención, ni siquiera sus años de servicio en El Nido eran suficientes para curar el dolor de las madres ahí presentes, pero la decisión era clara, irreversible.

Alec, a la vista de todos sonreía su cuerpo se moví en pequeños espasmos, mientras su pelo goteaba sudor. Abrazado por aquella masa viscosa y transparente que no solo le generaba calor, si no que entumecía sus músculos mientras la temperatura de la masa hasta quemar. Estaba hecha para evitar que escapara. Cada movimiento, por más leve que fuese era una orden indirecta a la sustancia, no solo para calentarse más, si no para constreñir. Había registros de personas muertas a causa de asfixia, fue una estrategia del Senado para ahorrarse procesos judiciales y no sobrepoblar las prisiones. 

-Son todos unos malditos - murmuraba Alec mientras gruñía,  para luego soltar unas carcajadas descontroladas, pero el simple movimiento de sus cuerdas vocales, su mandíbula y el movimiento de su cuerpo, eran suficientes para enviar la señal a la sustancia. El único que podía decidir si paraba o no, era el gran senador, justo frente a él, en lo más alto del estrado.

El gran senador miró a los guardias y asintió con su cabeza, casi de una forma imperceptible. Cualquier intento de rebeldía en un juicio y de ofensa, era interpretado como una pretensión de escape y el gran senador era implacable. Acto seguido, lo apuntaron con sus pistolas, largas y hambrientas de daño y sin esperar alguna palabra dispararon contra Alec. Del cañón brotó a gran velocidad, más de aquel líquido que cubrían ahora casi en su totalidad el cuerpo del profesor.

Una parte de los presentes no podía creer que el honorable profesor Alec Scopoliere hubiese estado involucrado en tantos crímenes, pero mucho menos liderando una causa que para muchos ya era parte del pasado. Más de 20 años desde el fin los días del terror.

-Esto... esto... es un error, yo nunca conspiraría contra ustedes y menos en contra del Gran Senado, todos se equivocan. Senador escúcheme. Míreme. Soy inocente-  Alec no le quitaba los ojos de vista al gran senador, tenía que convencerlo, estaba convencido de su brillantez y capacidad para manipular.

El senador no se inmutó. Su expresión era incorruptible, pero la de la audiencia era de indignación, los murmullos se hacían más fuertes así como los abucheos.

 -No hay nada más que decir señor Scopoliere. El caso está cerrado. No quiero escucharlo más- Golpeó el estrado nuevamente con el mazo. La decisión estaba tomada, uno de los guardias a espaldas del gran senador abrió la puerta de doble ala para que el hombre saliera. 

El gran senador apartó la mirada de Alec y se levantó del asiento, su vestimenta, blanca de pie a cabeza relucía entre los presentes, parecía como si no pudiese caer ni una sola pizca de polvo sobre ella y sin más, dándole una espalda al condenado se perdió en lo largo del pasillo, hasta que las puertas se cerraron tras el. 

Rastreadores de Almas y el Faro de OrienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora