9: La primera transformación

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—¿Cómo? —murmuró Ox.

—No temas —le dijo Livingstone, negando con la cabeza.

—¿Duelen? —preguntó Ox, cuando una nube tapó la luna.

—¿Qué cosa?

—Los colores.

—No. Me tironean y yo los aparto, y se trepan por mi piel, pero no me hacen daño. Ya no. —No como cuando era un niño y su padre le hacía esos tatuajes mientras él era agarrado por Abel.

—¿A dónde vamos? —preguntó Ox.

—Al claro —respondió Gordo, y en ese momento se escucharon muchos aullidos mezclados entre ellos.

—¿Quiénes son? —preguntó Ox.

—Intenté detenerlos —dijo Gordo, ignorando su pregunta—. Intenté que se mantuvieran alejados. Que te dejaran fuera de esto, que nos dejaran fuera de esto. Pero para cuando descubrí que sabías quiénes eran, que estaban de regreso en Green Creek, ya era demasiado tarde. Thomas fue a pedirme ayuda. Un día apareció Robbie...

—Me están llamando —murmuró Ox con los dientes apretados—. ¿No la oyes?

—Sí —respondió Gordo—. Pero no comp puedes oírla tú. No soy de la manada. Ya no. —Él escuchaba el canto de su Alfa, pero no entendía lo que quería decir, sólo entendía que los estaban llamando. Escuchaba el canto de Mark también, pero ni siquiera se iba a esforzar por entenderlo. Sabía que Robbie estaría necesitando su ayuda...

De repente, Ox empezó a correr.

—¡Ox! —gritó Gordo, y lo siguió.

Lo siguió hasta el claro, y cuando lo volvió a ver, su lazo estaba de rodillas ante un gran lobo blanco, con salpicaduras negras en su pecho, piernas y lomo.

—¡Ox! —le gritó Gordo, y escuchó el gruñido del lobo—. Oh, vete a la mierda, Thomas —le dijo, acercándose—. No sabes nada. Las guardas están resistiendo.

—¿Thomas? —repitió Ox, su voz sonaba rota.

Dijo algo que Gordo no pudo entender, pero que iba dirigido a Thomas, quien golpeó su hocico contra la cabeza del humano.

—No creo que esté soñando —dijo Ox.

—No estás soñando —negó Gordo, riéndose.

—Okey. Tú tienes brazos brillantes porque eres un mago —dijo Ox, y eso descolocó a Gordo. Thomas resopló divertido.

—Brujo —lo corrigió—. Y no tengo brazos brillantes.

—Eso es mentira —dijo Oxnard.

—¿En eso te fijas? —le dijo Gordo—. Descubres que los Bennett son hombres lobo, ¿y piensas en mis brazos brillantes?

—Hombres lobo —repitió Ox mientras respiraba.

Thomas sacudió su cabeza. Era claro que se reía de él y lo disfrutaba.

—Jesucristo —suspiró Gordo—. Thomas, trae al resto de tus perros aquí para que te huelan el culo. Me aseguraré que las guardas se mantengan. —Thomas soltó un gruñido desde lo más profundo de su garganta, y sus ojos se volvieron rojos. Como si eso siguiera funcionando en Gordo—. Sí, sí. Tu mierda de Alfa ya no funciona conmigo. Podría freirte el trasero en un latido. Tú, perro cretino.

Thomas lo miró. Miró a Ox. Miró por encima de su hombro y emitió un largo aullido. Los otros miembros de la manada empezaron a llegar y tocar a Ox. Carter y Kelly, siempre juntos, Kelly algo más pequeño que Carter.

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