capítulo 6- Algo en común

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Melisa se encontraba repasando mentalmente cada uno de los detalles que le había indicado Richard desde que había hablado con Catrina por última vez. Aún tenía el cabello enmarañado y llevaba el pijama puesto después de haber saltado de su cama al escuchar la fatídica noticia. ¿Quién de todos los Regnum podría haber hecho una cosa así?
—Si ha confundido a Cat conmigo, no puede tratarse de Kevin.
—Sea quien sea, obedece las órdenes de los Regnum —le contestó Richard.
—¡Un idiota! —estalló Melisa—. ¿Quién podría confundirnos de esta manera?
—Fue por culpa del velo —intentó razonar él.
Melisa se apoyó contra la mesa de la habitación porque por un segundo, acababa de perder el mundo de vista. ¡Ella se lo había dado!, un inofensivo y delicado tejido que le había parecido un divertido presente para su mejor amiga.
—Si la busca a usted —los interrumpió el segundo al mando de Richard—. ¿Por qué sigue desaparecida Catrina?
—¿¡Importa!? —le contestó su superior con un grito.
Melisa lo contempló sorprendida. Richard era un hombre honesto, valiente y reservado que se había ganado la estima de todos los ciudadanos de Krea por su templanza y sus nulas salidas de tono.
—Aquí no estamos para hacer preguntas —le explicó al soldado en un tono más sosegado—. Nos limitaremos a cumplir las órdenes de nuestro señor.
El soldado asintió en silencio y se apartó temiendo que su superior pudiera golpearlo.
—Es el guante —masculló en ese momento Melisa en medio de la tensión.
—¿El qué? —le preguntó Leandro que se había mantenido en silencio mientras analizaba toda la información que los Argentum disponían de los Regnum.
—Un símbolo. Para ellos Catrina no es importante, pero si la tienen en su poder, significa que están por encima de nosotros.
—Se equivocan —le contestó su esposo—. Pronto Catrina estará aquí de nuevo.
—Hasta que no lo vea —le dijo Melisa mientras contemplaba el círculo rojo de la hoja que delimitaba el territorio de los Regnum—. No voy a quedarme tranquila. Richard, prepara a tus hombres. Cuando mi padre regrese del cónclave, partiremos.
Richard se retiró entonces dando un portazo y sus hombres lo siguieron.
—Está nervioso —lo disculpó Leandro.
—Todos lo estamos. Llevamos años sin luchar, esto es...
—¿Te asusta? —le preguntó contemplándola a los ojos.
—Para ti es distinto, estás acostumbrado a luchar, pero nosotros, nos hemos dedicado a vivir pacíficamente durante años.
—¿Crees que la gente de esta ciudad es incapaz de defender? He visto la guerra con mis propios ojos y sé que cuando uno lucha por una causa noble, se vuelve más fuerte.
—Pero no invencible.
—Temerle a la muerte es algo natural, pero por eso te casaste conmigo, ¿recuerdas? Con la ayuda de mi gente todo saldrá bien.
—¿Los hombres de tu padre van a ayudarnos?
—Por supuesto, te dieron su palabra.
Melisa sonrió un poco y su expresión de preocupación se relajó. Entonces Leandro pasó su fría mano vampírica por la mejilla de ella. Melisa se quedó quieta esperando algo desconocido. Los dedos de él se movieron suavemente y recogió una lágrima que se le había escapado a esa joven chica obligada a madura demasiado rápido.
—Vamos a traer a Catrina aquí, y antes que te des cuenta, estaréis las dos armando otra de vuestras trastadas.
Ella le sonrió con tristeza y la mano de su esposo se colocó en su garganta donde aún se notaban las marcas de sus colmillos.
—¿Crees que voy a olvidar cuando te pillé escapándote de tu fiesta de cumpleaños?
—Creía que ya lo habías hecho.
Leandro sonrió y se aproximó a su garganta. Los colmillos de él aparecieron en un abrir y cerrar de ojos y al notarlos, se paró en seco. Después recordó que ahora estaban casado y que aquello era completamente natural. Lamió la herida que le había causado en su juramento de sangre y los ojos de Melisa enrojecieron un poco. Ella también expuso sus colmillos mientras dejaba que...
—¡Melisa! —se escuchó una voz grave desde la entrada de la habitación.
Leandro se lanzó enfurecido hacia la puerta dispuesto a golpear al vampiro que había osado interrumpirlos, pero tuvo que detenerse cuando se encontró con el padre de su esposa.
—Hay que marcharse ahora —le dijo Goliat con una expresión seria.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó Melisa.
—Los rastreadores han encontrado una pista, los Regnum huyen por el camino del norte.
—Si siguen ese camino solo pueden dirigirse a un sitio —le dijo Leandro. Goliat asintió.
—Antes quiero enseñarle algo, papá.
—¿Estás segura?
—Lo estoy, es mi esposo y si esto ayuda a encontrar a Catrina, estoy dispuesta.
Su padre se quedó valorando la situación unos segundos y al final tuvo que admitir que su hija tenía razón. Cualquier ayuda era poca para un ejército desentrenado.
—Os espero en el patio con el resto los hombres, daros prisa.
Melisa asintió y se llevó a Leandro a su habitación . Allí tecleó uno dígitos en su teléfono móvil y un espejo de cuerpo entero clavado en la pared empezó a moverse .
—¿Qué es esto? —le preguntó su esposo.
—Te lo enseñaré —le dijo Melisa metiéndose por la obertura.
Él la siguió a través de un estrecho pasadizo mal iluminado y llegaron hasta una pared que los dejaba sin salida. Entonces ella volvió a sacar su móvil y tecleó otro código secreto. La pared se movió lateralmente dejando una pequeña obertura por la que colarse de nuevo.
—Entra —le ordenó ella señalando la grieta.
A Leandro, a pesar de ser un vampiro esbelto y de constitución delgada, le costó colarse por ella. Entonces levantó la vista y no fue capaz de ver mucho con la poca luz del lugar.
—¿Qué es esto?
—Son armas —le indicó Melisa alumbrando la habitación con su teléfono.
—¿Tuyas?
—Son las armas de mis antepasados, casi podría llamarlas reliquias. Quiero que las uses.
—¿Yo? —le preguntó asombrado.
—Nunca me ha gustado demasiado utilizarlas. Ni siquiera me gusta ir a cazar, matar siempre me ha asustado. No encuentro diversión en la caza ni...
Ella se detuvo en ese momento como si se hubiera perdido en sus pensamientos, tomó un par de dagas de una de las estanterías y se las ocultó en sus botas.
—Ahora no lo haces por diversión —le dijo Leandro comprendiendo su cambio de actitud. «Supervivencia».
—Exacto, debo salvarla.
—«Los dos». Yo voy a ayudarte —le recordó Leandro cogiendo la espada más grande y pesada de toda la sala.
—Mi padre va a mosquearse por esto.
—¿Por qué?
—Acabas de coger su espada.
Él la observó con atención, era una espada perfecta, con una empuñadora dorada preciosa y reluciente. No se parecía a ninguna reliquia antigua e inservible sino a una espada cuidada con esmero dispuesta a brindar batalla en cualquier momento.
—Entonces será mejor que coja otra cosa.
—Creo que sí —le contestó Melisa tomando la espada de su padre para llevársela.
Leandro cogió otra más pequeña pero que le pareció suficiente. Al salir, una pequeña dudas empezó a bombardear la mente de Melisa. El pensamiento era el mismo: salvar a Catrina, pero una pregunta se le clavó en el corazón como una estaca.
—¿Cómo es? —le preguntó al único hombre que podía contestarle.
—¿El qué?
—Matar —le dijo mientras notaba la pesada espada de su padre entre sus manos.
—No debes vacilar —le explicó Leandro—. Pero debo serte sincero, cuesta.
Los ojos grises de él le dijeron mucho. Ella no se atrevió a preguntarle a cuántos había matado, pero por la forma de hablar y por su tono, sabía que los suficientes como para haber ensombrecido su alma. Cuando Leandro hablaba de la guerra lo hacía con una expresión extraña, más madura y seria. Nunca bromeaba sobre ella y actuaba como si lo tuviera todo bajo control ensayado una vez tras otra. ¿Cuántas veces lo habría hecho? Melisa se entristeció al darse cuenta que lo primero que tendría en común con su recién esposo sería algo tan terrible como una guerra.
—¿Nos vamos a liberar a tu amiga? —le preguntó Leandro para despertarla.
Le tendió la mano con la que la había acariciado y ella se dejó llevar hasta la entrada principal. Allí, Goliat acompañado por su ejército los estaba esperando para encaminarse hacia las tierras de los Regnum y recuperar aquello que les pertenecía.


Colmillos del pasadoWhere stories live. Discover now