Capitulo 5 - Unión de sangre

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Las campanas de Krea repiqueteaban con fuerza anunciando lo inesperado. Melisa las contemplaba a través de su velo plateado con incredulidad. En el pasado ese sonido le había parecido casi mágico, pero ahora no podía evitar escucharlo como su sentencia de muerte.
—Estás preciosa —le susurró su padre para alejarla de sus dudas.
Ella lo contempló como había hecho de niña. Goliat parecía afligido y triste, no emocionado y feliz como debía esperarse de un padre que estaba a punto de llevar a su hija al altar. Entonces Melisa se fijó en la corona dorada que llevaba y endureció sus facciones.
—Estoy lista —le dijo con convicción.
Las puertas de la catedral de Krea se abrieron de par en par. Padre e hija empezaron a adentrarse en ella como si estuvieran metiéndose en la boca del lobo. Miles de personas se habían reunido esa mañana para presenciar el momento más glorioso de los Argentum y todos contemplaban a esas dos figuras en movimiento como si fueran dioses.
Melisa no se dejó amedentar por el silencio de la sala y se fijó en que algunos invitados no iban vestidos de acuerdo a la tradición de su familia. Llevaban ropas oscuras y de colores fuertes que nada tenían que ver con los vestidos de seda y tonos pastel de Krea. Si algo tan banal como ropa y telas los diferenciaba tanto, ¿qué podría tener en común con su futuro esposo?
—Vas a hacerlo bien —le susurró su padre.
—Eso espero —le contestó fijándose en la sombra alta y delgada que se encontraba al final del pasillo.
Los pies de Melisa en ese momento se detuvieron, su padre la observó sorprendido, pero ella logró recobrar el control de su cuerpo y seguir avanzando. Al contrario del resto de su familia y conocidos, Leandro se había vestido de acuerdo a la moda de los Argentum y se había puesto un traje de color gris perla muy brillante adornado de arriba abajo con piedras de ónice. En cualquier otro momento ella hubiera aceptado que era una ropa preciosa, pero ahora mismo no podía evitar pensar en la puerta de la catedral y en la forma más óptima de huir de allí. Pero por más que el cuerpo de Melisa deseaba dar marcha atrás y esconderse, siguió manteniéndose firme tal y como le había enseñado su padre.
—Te confío mi hija, cuídamela —le dijo Goliat a Leandro mientras éste asentía.
Melisa no lo miró, se limitó a quedarse a su lado interpretando el papel que se había estudiado la noche anterior. Era joven e ingenua en muchos aspectos así que se limitaría a esconderse en su caparazón de tortuga hasta que pasara la tempestad.
—Estás preciosa —le susurró él.
Ella siguió mirando al frente sin pestañear. Solo tenía que esperar un poco más, dejar que el sacerdote hablara para que todo terminara por fin.
—Y ahora —les anunció el sacerdote con una gran sonrisa—. Ha llegado el momento del juramento de sangre.
Leandro se quedó paralizado enfrente del velo de Melisa, y como él parecía incapaz de apartárselo, ella decidió hacerlo para exponer su garganta. Sin su gran velo plateado su cuello quedaba completamente expuesto. Leandro sacó sus colmillos y se acercó a Melisa, clavó sus dientes en su pálida piel y ella se removió un poco. Disimuladamente el sacerdote le prestó un pañuelo para que se limpiara mientras Leandro se desabrochaba su camisa. Melisa se acercó a la garganta de Leandro y clavó sus colmillos. En un principio quiso hacerlo en un acto rutinario, pero nada más notar su sangre, una calidez le recorrió el cuerpo. Su garganta se encontraba hirviendo, su sangre era dulce y tenía un olor peculiar que jamás antes había notado en nadie.
—Ahora estáis casados —les informó el sacerdote.
La catedral estalló en aplausos, la música empezó a sonar y miles de cintas de colores se alzaron por sus cabezas. Melisa contempló ese espectáculo como si estuviera metida en una burbuja. Sentía que su garganta no dejaba de sangrar pero no le importó, de hecho, ahora pocas cosas le importaban ya.
—Deberías dejarte el pañuelo puesto —le dijo su marido—. Sujétalo —le insistió.
—No lo necesito —le contestó tirándolo al suelo—. No necesito nada más de ti.
Melisa por primera vez miró a los ojos de su esposo. Eran grises, y en lugar de parecerle bonitos, le resultaron tristes y fríos. Entonces se alejó de él porque empezó a notar náuseas y...
—¡Melisa! —la llamó su mejor amiga.
Catrina la abrazó, ella quiso apartarse, pero su amiga siguió sujetándola hasta que Melisa se dio cuenta que se encontraba llorando y que la estaba protegiendo para que el resto de invitados no la vieran.
—Hoy has sido muy valiente —la reconfortó su Cat—. Muy valiente.

Colmillos del pasadoWhere stories live. Discover now