—Claro, diviértete hija —mi papá hasta el momento no ha dicho nada—. Dile a Drystan que maneje con cuidado.

—¿Cómo sabes que voy con él?

Esta vez mi padre habla:

—Ya nos había pedido permiso para salir los dos —comunica—, no hay ningún problema solo pido que se cuiden y que se porten bien —añade.

Drystan hace aparición en la sala.

—Drystan cuida a mi niña, regrésala a casa sana y salva, tu también —nos señala a ambos—. Pásenla bien, diviértanse sin excesos.

Bueno una advertencia clara.

Salimos de la casa para subir a su coche. Es uno azul marino muy bonito, último modelo. Si dice que su papá lo está castigando con el modelaje no entiendo que clase de castigo es este.

Ni mis padres me han dado un carro ni mucho menos que esté valorado en millones.

—Le prometí a Chelsea que pasaríamos por ella —le informo mientras me pongo el cinturón de seguridad.

—Entonces vayamos a su casa —se coloca unos lentes de sol que le lucen tan bien—. Me veo bien, lo se —parece que se dio cuenta que lo veía más de lo normal.

—Ya se te subió el ego hasta el cielo —giro los ojos.

La verdad no voy nerviosa ni nada, salir se me está haciendo más fácil de lo que creí.

Llegamos a la casa de la chica vive unas cuadras más que la mía pertenecen al mismo barrio.

Drys suena el claxon para que salga.

—Ahora voy —grita desde arriba, se está asomando por una ventana que supongo ha de pertenecer a su recámara.

—¿Te gusta su forma de ser? —se retira los lentes para verme—. Cuéntame.

Sonrió de lado solo un poco, se me dificulta dar gestos significativos.

—Es muy bromista, dramática y tan alegre que hace que yo también quiera reír —procesa mis palabras—. Me gusta su amistad que me ofrece.

Una semana y ya me tiene atada en sus brazos Chelsea.

—Quizá sea lo que le falta a tu vida —estira su brazo para tocar mi mano—. Debes de sonreír más, no sabes cómo te ves, como te veo yo con que hagas un simple gesto además de tener la cara seria todo el día.

Tengo tantas ganas de sonreír así que no me resisto por estos segundos, le doy una sonrisa tan sincera que hace mucho no ofrecía a nadie.

—Lo vez —también me da una de esas sonrisas donde se le remarca los hoyuelos.

—Ya llegué, vámonos —se sube en la parte de atrás—. Que guapos.

—¿Qué tan lejos está?

—No tanto, el gps me marca que a unas cuantas cuadras.

Saco mi teléfono para revisar unas notificaciones que me llegaron, no las he visto, con sumo cuidado las veo para que Chelsea no se de cuenta.

No quiero que se entere que soy una chica a la cuál le gusta escribir y que sueña con algún día ser una escritora de verdad.

—Hace mucho que no voy a una fiesta de los populares —su cara lleva maquillaje muy bonito y unos delineados gráficos que me gustan—. ¿De quién es la casa?

A todo esto yo también quiero saber solo acepte y se lo comenté a Chelsea, ella rápidamente dijo que si.

—De un tal Alexander —tampoco tiene mucho que decir—, se ve buena onda.

Yo también quiero mi final feliz Where stories live. Discover now