Capítulo 2

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En los albores de la existencia, antes de que el tiempo y el espacio tuvieran forma, existía un vasto vacío hasta que surgió una energía primordial, la Madre de Todo, la voluntad. Una fuerza que contenía en sí misma el potencial de todo lo que alguna vez sería. Esta energía comenzó a moverse y a cambiar, tejiendo patrones complejos de luz y oscuridad, calor y frío, vida, pero con la vida también vino la muerte, la sombra inseparable que sigue a cada ser viviente. Desde aquel primer destello de existencia, el ciclo incesante de vida y muerte ha persistido sin pausa. el ciclo natural. Esta labor eterna de nacimiento, crecimiento, decadencia y muerte, seguida por el renacimiento, se convirtió en una constante omnipresente en todas las formas de vida. Desde la semilla más diminuta que brota, se desarrolla y finalmente se marchita, hasta el árbol más majestuoso que vive durante siglos antes de caer y regresar a la tierra, todos participan en este ciclo.

Cada una de estas formas era única, pero todas estaban intrínsecamente conectadas con la energía primordial de la que habían emergido. La muerte, o 'Dissolutio', se convirtió en su compañera eterna, una presencia constante que no solo seguía a la vida, sino también a la Madre de Todo. 'Dissolutio' es la tendencia natural del universo hacia el desorden y la descomposición, siempre fluyendo, siempre erosionando lentamente la estructura y el orden. Aunque era la Madre de Todo quien daba propósito a 'Dissolutio', nutriéndola con sus creaciones, 'Dissolutio' también la acechaba, recordándole su propio final inevitable.

A lo largo de la historia, diversas culturas han reconocido y nombrado este proceso. Los antiguos griegos lo denominaban "Ananke", personificándola como la diosa inevitable del destino y la necesidad. En la filosofía hindú, se le conoce como "Samsara", el ciclo sin fin de nacimiento, muerte y renacimiento. Los nativos americanos se refieren a él como el "Círculo de la Vida", una creencia que reconoce la conexión interdependiente de todos los seres vivos. En la filosofía china la conocían como el "Yin y Yang" refleja la dualidad inherente en la naturaleza y el cambio constante de las estaciones y la vida misma.

Este ciclo, tejido en la misma tela del universo por la energía primordial, es un recordatorio constante de nuestra conexión con la Madre de Todo y con cada ser viviente que alguna vez ha existido o existirá.

Durante un extenso período, el fallecimiento de un alma desconocida en un rincón remoto de la realidad apenas provocó un susurro en el viento, una diminuta onda en el vasto océano de la existencia. La Grieta del Despertar, como se la conoció con el tiempo, abierta en su día por un hombre desesperado, permanecía en silencio, casi olvidada. No obstante, con el transcurso del tiempo, algo comenzó a cambiar. Los humanos, con su innata curiosidad y deseo de comprender el mundo, empezaron a descubrir la Grieta. Algunos se toparon con ella por casualidad, mientras que otros la buscaron activamente, guiados por sueños y visiones. La denominaban el Paraíso, un lugar celestial donde las almas podían encontrar descanso eterno.

La existencia de la Grieta empezó a propagarse como un susurro en el viento, tocando los corazones y las mentes de las personas en todas partes. Algunos la temían, percibiéndola como una amenaza a la vida tal como la conocían. Otros la veneraban, considerándola una bendición, un camino hacia la paz y el descanso eterno. A medida que más y más almas descubrían la Grieta y elegían entrar en ella, La madre de todo empezó a sentir su impacto. Cada alma que entraba en la Grieta era una que no regresaba al ciclo natural. Aunque el ciclo persistía, algo había cambiado. El equilibrio se había alterado.

La pérdida de estas almas y su conocimiento era como un agujero negro en el tejido de la existencia, una aberración que amenazaba con desgarrar el delicado equilibrio de la vida y la muerte.

La madre de todo, en su sabiduría infinita, se esforzó por cerrar la Grieta. Pero la Grieta del Despertar, una vez abierta, no podía ser cerrada tan fácilmente. Cada intento de cerrarla solo parecía hacerla más fuerte, más atractiva para las almas cansadas y desesperadas. En un acto de desesperación y coraje, la Madre de Todo tomó una decisión sin precedentes. En respuesta a la creciente amenaza de la Grieta del Despertar, decidió extender una fracción de su ser más allá del plano principal de existencia, en El Más Allá. Era un acto de auténtico sacrificio, una manifestación tangible de su esencia, una isla  en medio del mar oscuro del Más Allá. Un santuario para las almas que se perdían en la Grieta.

Pero un acto de tal magnitud no podía pasar sin consecuencias. En el plano principal, la creación de este santuario desató una conmoción cataclísmica. Un gran terremoto sacudió la realidad hasta sus cimientos. Las montañas, esas eternas testigos del paso del tiempo, se derrumbaron como si fueran meros castillos de arena frente a una ola furiosa. Los ríos, esos serpenteantes hilos de vida, cambiaron de curso en un instante, arrasando con todo a su paso, transformando el paisaje de formas inimaginables.

El cielo, antes un lienzo tranquilo de azul, se oscureció como si un velo de sombras hubiera caído sobre el mundo. Era como si el sol, esa constante y confiable fuente de luz y vida, hubiera sido tragado por un monstruo celestial, dejando a la tierra en una oscuridad casi total.

Las personas, asustadas y confundidas, buscaron respuestas. Los sabios consultaron sus oráculos, buscando en las palabras de los antiguos alguna pista o entendimiento. Los astrólogos examinaron las estrellas, buscando en los patrones celestiales alguna señal o presagio. Los chamanes, esos intermediarios entre los mundos físico y espiritual, interpretaron sueños y visiones, buscando en los misterios del subconsciente alguna orientación o revelación.

Pero a pesar de sus esfuerzos, pocas respuestas se encontraron. Algunos creían que era el fin del mundo, que la Madre de Todo había abandonado a la humanidad. Otros pensaban que era un castigo por su arrogancia y su desprecio por la vida y la muerte.

Mientras tanto, en el Más Allá, el nuevo mundo de la Madre de Todo, llamado, Vida, brillaba como un faro en la oscuridad, un santuario para las almas perdidas.

A medida que entraban en la Grieta, eran acogidas en este refugio, un lugar de paz y quietud en medio de la oscuridad. Pero aunque este nuevo mundo proporcionaba un lugar de descanso para las almas, La Madre de todo sabía que esta no era una solución permanente. Debía encontrar una manera de guiar a estas almas de vuelta al ciclo natural de la vida y la muerte, de restaurar el equilibrio antes de que fuera demasiado tarde.

Sin embargo, mientras en El Mas Alla su santuario impedía que las almas desaparecieran, en el plano principal se estaba produciendo un desequilibrio. La muerte, que siempre había estado a su lado, comenzaba a quedarse sin alimento. Cada alma que la Madre de Todo acogía en su santuario era una vida que no regresaba al ciclo de la vida y la muerte, una vida que no alimentaba a la muerte. Y sin la muerte, la vida misma no podía continuar.

La Madre de Todo se encontraba en una encrucijada. Si continuaba acogiendo a las almas en su santuario, la muerte se quedaría sin alimento y el ciclo de la vida y la muerte se detendría, significando el fin de todo. Pero si dejaba de acoger a las almas, estaría abandonando a las almas perdidas a la oscuridad del El Mas Alla.

Consciente de la gravedad de su dilema, la Madre de Todo se esforzaba por encontrar una solución. Sabía que debía restaurar el equilibrio entre Ella y la muerte, pero también sabía que no podía abandonar a las almas. Y aunque el camino que tenía por delante era incierto, estaba decidida a encontrar una manera, por el bien de todas las vidas que alguna vez habían existido y que alguna vez existirían.

F d (X)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum