—¿Hay alguien que pueda corroborarlo?

Considera decir que su hermano, pero ha visto un par de series de televisión como para comprender que él no sería tomado como una fuente confiable por los trajeados. Además, ella no hizo nada, por lo que incluso si la acusan de algo, no hay manera de que se prueba si nunca ocurrió.

—No.

—Por favor, llámenos si recuerda con mayor claridad. —Hunter le extiende su tarjeta—. Estaremos en contacto.

—Adiós.

Cierra la puerta con el corazón desbocado y corre al sanitario por temor a que las arcadas que la atacan realmente la hagan devolver la comida. Sus ojos lagrimean en reflejo con las fuertes contracciones de su diafragma. El miedo la tiene paralizada, y lo sucedido con Axel vuelve a someterla. La impotencia y la humillación se suman a la espiral de emociones en la que está atrapada, y entonces las lágrimas dejan de ser un reflejo y pasan a dar cuenta de sus emociones.

Diez o quince minutos después, consigue incorporarse, aunque más que nada porque escucha la puerta principal abrirse y sabe de quién se trata por los pasos arrastrados. Mira jala la palanca y sale. Quizá debió haberse ahorrado esos segundos de escenificación, porque en ese momento su padre cruza el umbral de su habitación. El corazón se le detiene, las nuevas cajas que ha conseguido para la mudanza están a la vista. Acelera el paso hasta llegar a él, su padre ya destroza las cajas y vuelca aquellas que ya había llenado.

—¿Qué es esto? —demanda.

Solo el silencio le responde. Con la visita de los detectives, el recuerdo de Axel y el fuerte olor a alcohol de su padre su cabeza no está en condiciones para formular una mentira creíble.

—Pensaba vender algunas cosas.

—¿Y por eso las envuelves en papel burbuja y las guardas en cajas?

—Las iba a llevar con una amiga que planea una venta de garaje —contesta, intenta mantener la voz plana, pero en la última palabra se le rompe.

—Perra mentirosa —explota su padre y se arroja contra ella, apenas tiene tiempo de retroceder dos pasos, aunque no logra evitar que la someta del cuello—. Seguro pensabas irte con algún rufián, dime, ¿te embarazaron? —Dos ganchos a su vientre, su grito no logra salir de sus labios, pues su padre presiona su garganta.

Cae al suelo. La lluvia de golpes comienza, y Mirabella solo atina a cubrirse la cabeza y hacerse bolita tanto como puede. Los puntapiés le roban el aliento, los puños hacen que el golpe llegue hasta su alma. El dolor comienza a nublar su visión, pero se obliga a mantenerse consciente, si se duerme es probable que no despierte. Su mirada vaga por los zapatos de Mauricio, las patas de la cama y las muchas cosas desperdigadas. Hay varios regalos de Gavar, no había querido empacarlos porque muy dentro de sí su compañía era reconfortante.

Mirabella regresa al presente cuando una nueva voz se escucha. Es Frank. Su hermano le quita a su padre de encima y se enzarza con él en una contienda. Mauricio está tan enojado que no le importa golpear a su hijo, se preocupa Mira, es la primera vez que lo hace desde que tiene memoria. Su hermano parece ser capaz de mantenerle el ritmo a su padre; sin embargo, no mucho después, las cosas pintan bastante a favor del progenitor. Le rompe el labio a su hijo.

La sangre la hace espabilar, y su memoria muscular la conduce a la cocina. Coge el cuchillo más afilado que hay, sabe bien cuál es porque ella se encarga de cocinar la mayoría de las veces. Su cerebro procesa recuerdos, información y probabilidades a una velocidad abrumadora. Vuelve a donde Mauricio continúa masacrando a su hermano, está de espaldas; y sin pensárselo mucho se lanza contra él en silencio. Cuchillo en ristre. La punta penetra con facilidad la piel de su cuello, lo hunde hasta al fondo y lo retira solo para clavarlo en las costillas, justo en el ángulo preciso para que no choque con ningún hueso.

Mauricio intenta defenderse, pero el primer golpe ha sido fatal. El segundo y los que le suceden son por placer y deseo. La sangre chorrea de su boca y cuello, el rostro de Frank está salpicado de vida roja. Mirabella lo apuñala un sinfín de veces.

Mauricio no es capaz de defenderse, cuando el arma rompió la piel de su cuello y le destrozó la manzana de Adán, su fuerza escapó en cuestión de segundos.

La imagen frente a ella se transforma, y el cuerpo humano se hace un lienzo rojo, un sangriento atardecer, la piscina que Gavar le hizo en sueños y el mar violento que ella se dará. La sangre mana cada vez más lenta, se extiende por el que es su cuarto y su yo interior celebra. Más... Más... Axel, Mauricio, Axel, Mauricio. Está harta.

La fuerza en su brazo mengua, y después de tres brochazos más, el cuchillo cae de su mano. Se incorpora. Frank la observa en la distancia, no hay miedo, sorpresa ni indignación en sus ojos, lo que le confirma lo que intenta negar.

Ella mató a Axel.

La revelación lejos de asustarla, la hace sentir poderosa porque supo vengarse, sin necesidad de nadie. Mirabella se confirma a sí misma que sola es imparable y que ni siquiera los imbéciles como Axel, Mauricio e incluso Gavar podrían detenerla.

Aun así, extraña ese par de sodalitas.

—¿Qué hago con esto? —murmura con una calma impropia de la situación.

—La última vez Gavar se encargó.

Así que ese fue su papel.

—¿Lo recuerdas?

—Sí.

—¿Todo?

—Ahora sí. —Suspira y se limpia las manos en la ropa, qué suerte que no sea el uniforme—. Tengo que hacer una llamada.

Toma el celular que Gavar le dio, y una sonrisa se extiende por sus labios cuando marca su número. Sufre de una fuerte punzada de orgullo cuando responde al primer timbrazo.

—¿Mirabella?

—¿Podrías venir?

—¿Estás en tu casa?

—Sí.

—Llego en media hora... —Lo piensa mejor—. Veinte minutos.

Mirabella cuelga.

—Necesitamos curarte. —En su interior hay paz, certeza y seguridad—. Buscaré el botiquín, espera en la sala.

Frank obedece. En medio del caos y la sangre, sí encuentra sorprendente que su hermano no luzca alterado. ¿Hace cuánto que sabe de esta Mirabella? La propia Mirabella no era consciente. Su hermano abandona la habitación y obedece. Minutos después, se encuentra repitiendo los cuidados que tuvo con Wyn.

Pensar en él la hace tomar una decisión, mantenerlo como amigo porque como algo más... huiría despavorido, y tampoco le apetece esconder esta parte de sí misma cuando apenas comienza a entenderla. Solo Gavar la entiende. Ahora ve que son lo bastante retorcidos para ser más compatibles de lo que pensaba. Quizá el amor no lo pueda todo, pero qué tal los secretos y la unidad que han conformado. Mira es el arma, Gavar la sombra que esconde el caos, la sangre y el daño que va sembrando a su paso.

Una vez curado, su hermano va a su habitación. Debe trabajar.

—Cancelaré la mudanza, el fin de semana iremos por todo.

Al menos la vida continúa con normalidad.

Minutos después de que se marcha su hermano, Gavar arriba. Sus ojos azules la recorren de pies a cabeza, y sus manos viajan con celeridad buscando heridas.

—La sangre no es mía.

Por un breve instante, él luce preocupado, como si temiera que ella perdiera la cordura. No podría estar más equivocado. La comprensión poco a poco se abre paso en sus ojos.

—Lo sabes...

Asiente, y sin más lo toma de la mano para conducirlo a su habitación.

—Haré un par de llamadas... —Saca el celular, pero le impide que llegue a buscar a sus contactos.

Mira se pone de puntitas y demanda atención en silencio. Las brasas del deseo y la necesidad yacen en sus ojos, el fuego prende y ella extiende las manos para rodear su cuello antes de apresar sus labios. 

En el Corazón de la ÉliteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora