1 | 🧡CAITLYN🧡

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Matar no era para cualquiera. 

Existían muchas razones que llevaban a alguien a desear que la vida de otro terminara. Dinero, poder, amor. Muchas. Ninguna de esas era mi razón. Yo simplemente quería divertirme y no había nada más divertido y adrenalínico que ver los ojos de una persona mientras su existencia se iba como una mariposa que volaba lejos después de posarse en una flor.

—¡Esto es tan aburrido! —mascullé y solté un gruñido prolongado de hastío—. ¿Qué piensas?

El cine estaba casi vacío, no había adultos aburridos que cuchichearan o niños molestos que patearan tu asiento, solo estábamos nosotros.

Mi adorable cita y yo.

Bueno, él no era adorable, sino más bien un hombre bajo, canoso y sudoroso que parecía que se iba a mear en sus estúpidos pantalones hechos por un sastre.

¿Por qué?

Yo le estaba apuntando las pelotas con una pistola con silenciador. Aun así, daba pena ajena. Qué cobarde. Me apuntaron muchas veces a lo largo de mi vida y siempre les regalé una sonrisa para apreciar su atrevimiento.

Nuestro encuentro tampoco calificaba como una cita, era más bien una reunión de negocios. El hombre me daba información y yo lo mataba. Muy simple, en realidad. Pero él insistía en extender aquella horrible reunión, suplicando por su vida con lloriqueos que no llegaban a ser palabras. Como dije, aburrido.

—Tienes razón. No debería haberte preguntado. Después de todo, tú le elegiste esto. Tienes un gusto pésimo y eso no solo aplica para las películas. —Arrugué la boca—. Alguien tenía que decírtelo. ¿Y quién mejor que yo? Soy un ejemplo del buen gusto. Excelente ropa, excelentes zapatos, excelente arma.

Pese a que él estaba sentado en su lugar, temblaba como una casa durante un tornado. Yo era el tornado.

—¿Por qué me estás haciendo esto?

Siendo totalmente franca, no tenía un motivo personal, no me lo dieron. No necesitaba uno. Era el trabajo que me encargaron y, como cualquiera que vivía en el planeta Tierra y necesitaba dinero, lo hacía.

—¿Quieres oír una respuesta sincera?

Sollozó.

—Por favor.

Abrí mis ojos enormemente como una loca. No estaba loca, solo me apetecía asustarlo.

—¡Es divertido!

Mi contestación lo alteró tanto que trató de luchar en vano.

—Déjame ir, maldita puta o haré que te violen por turnos antes de despellejarte viva para que te den de comer a los perros.

No me inmuté demasiado. Suspiré, decepcionada. A nadie le agradaba que lo insultaran. Yo fui buena con él hasta ese punto.

—Hablas demasiado para alguien que tiene una pistola en la boca.

Justo cuando separó los labios para decir algo y supe que lo había engañado, le metí la pistola en la boca bien adentro para que se ahogara con sus palabras.

—Perdón —tartamudeó y cada letra estuvo teñida de pánico y arrepentimiento. Repitió la disculpa una y otra vez, como si fuera una oración que le rezaba a su dios. Yo no me sentía tan misericordiosa.

Moví la cabeza de un lado a otro, reprendiendo su actitud.

—Esa no es la forma de hablarle a una mujer, cadáver misógino andante, mucho menos a una que conoce mil formas divertidas de torturar e inventó unas cuantas.

La Mariposa de la MonarcaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt