Shane era mi Odjur, pero de pronto era algo más. De pronto yo quería que fuera algo más y ni siquiera me di cuenta de cuándo o cómo fue que sucedió eso. Desafortunadamente, mi etapa de negación no duró demasiado, porque era obvio. No sabía durante cuánto tiempo me había sentido así, pero era real. Lo único que yo no entendía era cómo pudo pasar desapercibido frente a mis ojos. ¿Cómo no me di cuenta de que todo este tiempo me había sentido así?

Me mojé el rostro varias veces recordando todas las ocasiones en que había deseado estar cerca de Shane, dormir con él, tomar su mano, descansar a su lado. La forma en que se me aceleraba el corazón cuando me sonreía o cuando entrelazaba sus dedos con los míos. ¿Por qué tuve que darme cuenta durante la boda de mi hermano?

—Dean, ¿estás bien? —Shane golpeó la puerta con suavidad dos veces y eso no ayudó al latir acelerado de mi corazón.

Tomé una respiración profunda y me miré en el espejo. Estaba bien, todo iba a estar bien. Shane no tenía por qué saberlo, no es como si fuera a corresponderme, de cualquier modo. Ni siquiera sabía si Shane podría sentirse atraído hacia mí y no quería descubrirlo porque su rechazo podría arruinar nuestra relación. Eso no iba pasar. Así que inhalé una vez más, me acomodé el cabello y abrí la puerta. Shane estaba ahí, pero era como si lo viera por primera vez.

—¿Estás bien? —repitió con su expresión preocupada y eso me habría derretido, solo que no lo haría porque él no debía saberlo.

—Estoy bien —respondí con mi mejor sonrisa torcida. Eso no lo convenció—. El vino se fue por el lugar equivocado, eso es todo. Soy un poco torpe para beber, al parecer.

Entonces sonrió y esa sonrisa le daba sentido a mis días.

—¿Quieres regresar? Creo que todos se quedaron muy preocupados por ti.

—Sí, está bien. —Y porque había descubierto todos estos sentimientos abrumadores, añadí—: Tengo algo para ti.

Intenté ocultar la forma en que me temblaban las manos cuando saqué la bolsita de tela de mi pantalón donde guardaba los anillos y se la entregué. No dudó en abrirla y vaciar su contenido en la palma de su mano. No supe interpretar el silencio que siguió porque fue largo mientras Shane contemplaba los anillos casi sin parpadear. Yo me mordía los labios y me toqueteaba los dedos sin saber qué estaba pasando.

—Uno es para ti —expliqué al ver que él no daba señales de decir nada—, y el otro es para mí. El blanco, porque es como tú y... es decir, si quieres usarlo. Yo... sé que las cosas han estado extrañas y pensé... no lo sé, que quizá eso ayudaría. —Me reí con torpeza, el nerviosismo trepando por mi nuca—. No tienes que...

—¿Podemos usarlos? ¿Ahora? —me interrumpió.

Sonreí mientras asentía. Shane tomó mi mano y eso hizo que se me erizara la piel por completo. Solo deseaba que no se diera cuenta porque si lo hacía, estaba perdido. Con suavidad me puso el anillo blanco y después él se puso el dorado. Lo usábamos en el mismo lugar: el dedo medio de la mano izquierda. Quizá para él no significaría nada, pero para mí estaba más allá de lo maravilloso.

—Gracias —susurró.

El resto de la noche no se alejó de mí y eso me hizo el ser humano más feliz sobre la faz de la Tierra

🥀

Las cosas no estaban mejorando, en realidad era todo lo contrario. De alguna forma, debí haber imaginado que eso pasaría, por supuesto que Jaimie no mantendría la boca cerrada con respecto a todo lo que había pasado entre nosotros. No, él estaba muy contento corriendo la voz sobre que el príncipe de los Kensington no solo se había enamorado de él, sino que daba muchos detalles de lo que había sucedido en todo mi tiempo a su lado, incluyendo, claro está, lo que había pasado en la cabaña. Cuando Chasydi me lo contó, más por exigencia mía que por deseo suyo, quise correr para esconderme en el hoyo más profundo que pudiera encontrar y así esperar mi muerte. Me sentía como el idiota más grande que existía en todos los universos posibles y sabía que todos lo pensaban. Shawnneta, sentada en el sillón de mi habitación no había dicho ni una sola palabra desde que Chasydi terminó su relato y Shane ni siquiera me miraba, estaba de pie junto a la puerta, con los brazos cruzados y una mirada furiosa en el suelo. Nunca en mi vida me había sentido tan avergonzado y lo peor era que, tanto aliados como enemigos, sabían sobre eso. Me cubrí el rostro con las manos, quería volver a mi casa, huir de todo esto, irme a donde nadie supiera nada al respecto.

KensingtonWhere stories live. Discover now