03. El navegante.

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Yuta.

Una enorme celebración se estaba llevando a cabo en el muelle del pueblo, en honor al capitán, que había conquistado un par de islas cercanas por orden de su majestad. El alcohol, los fuegos artificiales y el ajetreo de estar sobre el barco podía marear a más de algún inexperto que no estuviera acostumbrado a esos movimientos tan bruscos.

El adolescente de cabellos castaños era uno de esos. Le tenía pánico al mar, incluso el olor del pescado almacenado le ocasionaba malestar. Sin duda alguna era la decepción de su padre, pero no había nada que pudiera hacer para cambiar esta situación.

Bajó de ahí en cuanto su familia se distrajo, huyendo de la celebración lo más rápido que sus piernas le permitieron. A lo lejos observó el mar y sintió un poco de lástima, era un lugar bonito, le gustaba mucho pasear por la orilla para poder recoger rocas de diferentes colores, cuando se sentía con valor se animaba a entrar un rato. Lo único que no podía hacer era subir a un barco y tratar de navegar, como su padre.

De pequeño se volcó su balsa cuando intentó pescar un maldito pez de color plata, casi muere ahogado, y hasta el día de hoy no sabe como carajos llegó a la orilla, solo sabía que debía de hacer ofrendas a Poseidón por haberlo cuidado en esos momentos. También solía pedir por la protección de su padre y su hermano menor, al cual le encantaba entrometerse en cada invasión que el rey ordenaba.

A su madre la recuerda bastante bien; una mujer joven con cabellos dorados y rebeldes, con una red en manos porque amaba pescar cerca del muelle y una bandana pirata adornando su frente. Ella fue quien le enseñó a trenzar su cabello con hilos de colores y pequeños caracoles de mar.

Hace tiempo que navega solo por la vida, ya que ser la mayor decepción de su padre no le da beneficio alguno, está seguro de que solo sigue viviendo en su hogar porque es quien da mantenimiento a la vivienda cuando no hay nadie. Tiene miedo de que, algún día, su padre se harte de verlo vagando por ahí en lugar de tomar el timón del barco.

No tiene idea de como es que tiene buen sentido de la orientación, solo sabe que eso es algo muy necesario para poder ser un excelente sucesor, aunque el miedo de ser hundido es más fuerte que cualquier deseo de hacer sentir orgulloso a su padre.

Ironías de la vida.

Decidió esconderse en el bosque, cerca de la laguna donde su madre, en ambos embarazos, nadaba durante horas para que su cuerpo pudiera descansar de los dolores de espalda que le daban sus hijos. Notó que había un par de rocas azules al fondo del agua cristalina, parecían brillar cuando les daba la luz del sol, así que se acercó con curiosidad.

—Madre —habló, tomando asiento a la orilla de la laguna. —Si estuvieras aquí, habría sido capaz de nadar hasta el fondo y llevarte esas rocas a casa, para que las colocaras en tu colección.

Yuta siempre sonreía, lo conocían por su carisma y por regañar a su hermano menor a cada cinco segundos. Aunque por dentro sentía una tristeza profunda que llevaba cargando desde el día en que su madre emprendió su viaje al más allá.

Se aferraba a su hermano menor, porque era lo más preciado que su madre le había dejado, e intentaba acercarse lo máximo posible, deseaba enseñarle a trenzarse el cabello con diferentes accesorios que el mismo inventaba con la esperanza de que su hermanito algún día los usara. Sin embargo, Shotaro se parecía a su padre y no podía retenerlo dentro de casa cuando su alma pertenecía al mar.

Nunca reía genuinamente.

—¿Qué debería de hacer? —sollozó, dejando que sus lágrimas cayeran al agua de la laguna. —No puedo, madre. Se que dijiste que debía de enfrentar mis miedos, que Poseidón no dejaría que me sucediera nada porque siempre protege a sus hijos navegantes... ¿por qué no te cuidó a ti? ¿por qué dejó tu barca hundida al fondo del mar? eras la única persona capaz de comprender mis miedos, nunca me hiciste a un lado. Me dejaste en un naufragio.

El agua de la laguna vibró, llamando vagamente la atención del adolescente.

Lamento mucho lo que sucedió con tu madre, Yuta.

Al escuchar esa voz tan profunda, solo pudo agachar la cabeza para ocultar que estaba llorando a la persona que había decidido seguirlo para escucharlo hablar solo. Tal vez ahora creerían que se había vuelto loco después de un duelo interminable.

Yuta...

—No —susurró, cerrando sus ojos. —Vete.

Yuta...

La tierra se removió, provocando que Yuta se colocara de pie, sin abrir los ojos aún, aunque si lo hubiese hecho, habría observado el dibujo de un tridente justo a sus pies. Con cuidado, retrocedió un par de pasos, queriendo correr de aquella voz extraña.

Tus rezos siempre son escuchados, navegante.

—¿Poseidón? —susurró, confundido. —No, no soy un navegante.

¿Estás seguro?

—Bastante seguro. Me da pánico el mar.

Abre los ojos.

Con miedo, Yuta abrió sus ojos y la vista frente a él fue maravillosa; el agua de la laguna lo estaba rodeando, podía ver a los peces nadar como si fuese lo más normal del mundo y las rocas del río pasaban a su lado, sin golpearlos.

Extendió sus manos en automático, porque algo dentro de su mente le dijo que lo hiciera, y en ellas cayó una de las rocas azules que había estado observando con anhelo. Intentaba buscar una explicación lógica para todo lo que le estaba pasando en esos momentos, incluso si sabía, muy dentro de su corazón, que todo era obra de un Dios al cual había empezado a culpar de la muerte de su madre.

Deja de tener miedo a las mareas altas, deja de decir que tu madre te ha dejado en un naufragio. Un capitán nunca dejará a su tripulación, y una madre no abandonará a sus hijos. Quiero que vayas al muelle y tomes el timón del velero de tu madre, navega un poco.

—Pero yo...

Toma el timón, yo te acompañaré todo el tiempo.

No podía negarse ante la petición de un Dios, mucho menos de uno al que le ha estado hablando toda su vida, sin haber recibido una respuesta clara hasta ahora.

En ese mismo instante regresó al muelle, aprovechando que todos estaban de fiesta, y retiró la cadena que mantenía quieto el velero que su madre le había heredado. Era un poquito viejo, también le faltaba un mejor mantenimiento, pero cumplía bastante bien su función.

Le costó alrededor de una hora, pero logró subir y colocar sus manos sobre el timón. En ese momento una fuerte ventisca de aire lo empujó directamente al mar, logrando sacarle un grito de terror.

Cálmate y mira al frente.

Obedeció, centró su mirada al frente y sujetó el timón con fuerza. Las olas golpearon con fuerza pero no lograron voltearlo, la vela se movía a compás del viento y la brisa del océano chocaba contra su piel, recordándole constantemente en donde se encontraba y los problemas en los cuales podría meterse por haber actuado sin el permiso de su padre.

Hasta que todo se calmó.

Y se dió cuenta de que finalmente estaba en el mar, bastante lejos del muelle.

Yuta, el navegante de Poseidón.

Yuta, el navegante de Poseidón

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