El Murmullo

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Él, estaba parado en medio de la oscuridad. Su contorno se adivinaba gracias a la tenue luz que ingresaba por la ventana. Miraba con toda su atención al perro dormido en el sillón. Tengo el recuerdo grabado en mi memoria, lo observaba con curiosidad extraordinaria, perdido en el eterno sueño del animal y olvidándose de su propia existencia. Usted sabe, señor juez, que sufro de insomnio. No es una enfermedad fácil de llevar. Es muy solitaria. A mi señora ya la tengo harta. Hay noches que después de tomar tres o cuatro Zolpidem, no logro conciliar el sueño y el día del suceso, fue una de esas. Los médicos aún no han descubierto qué tengo. Antes, me levantaba en la madrugada escuchando Joaquín Sabina por el altavoz de mi celular, pero tuve que abandonar esa costumbre porque mi señora me amenazó: si volvía a escuchar "Y Sin Embargo" en medio de la madrugada, mi casa se iba a convertir en una embajada. Fue una amenaza muy seria, se lo juro. Desde entonces me he dedicado a levantarme muy lentamente, evitando hacer el menor ruido y en la ventana husmear las estrellas, mis vecinos y los grillos. Es rara la noche dónde observo algo interesante, pero aún así no me duermo. Con el cansancio, escribo, juego ajedrez en línea y tomo té. No me creería si le dijera la cantidad de elo que he perdido a altas horas de la madrugada. Pero aquella noche...¡Ay aquella noche!. Fue muy extraña. Estaba mirando, mientras tomaba un té de canela, por la ventana del comedor que por la cual se observa la casa del nuevo. Hasta donde sé, vive solo, con sus perros. Cuando lo ví, mirando al perro, sumido en sus pensamientos, cuando a paso lento empezó a moverse. Pasito a pasito, ví que se dirigió a la puerta trasera de su casa, giró la llave y ahí tuve que cambiarme de ventana para evitar perderle el rastro. Incluso salí, impulsado por el viento frío de la noche, amparado por las tinieblas, lo seguí, levantando mi vista entre las rejas. Hace meses que vivimos en la más completa oscuridad en este barrio, ya podrías decirle algo a los del municipio para que pongan unas lucecitas por aquí. Ví que fue a su garaje, estaba experimentando, haciendo cosas extrañas. Señor juez, ya le dije todos mis oficios y sin duda la mecánica no es uno de ellos. Tampoco me gustaría aprender. Ni las artesanías, ni las matemáticas son lo mio. Fue una lección muy dura para mi cuerpo, intenté construir una casa del árbol y me fracturé un brazo. Pensé, "ya está pronta, la voy a probar", olvidando en el camino que peso más de cien kilos. ¡Fue el porrazo del año!. Volviendo al tema, el vecino nuevo estaba soldando, uniendo cables y colocando chips a las tres de la mañana. Sí, cómo usted lo está escuchando, a las tres de la mañana, en su garage, trabajando. O era un trabajador incansable o un loco suelto. En determinado momento, cuando el cansancio pasaba factura y pensé que no iba a haber más acción, salió el vecino con un dispositivo, un casquito extraño, cómico y pequeño, parecía un kippah. Volvió a su casa, con paso decidido y como si estuviera coronando a un rey, se lo puso a su perro, quién seguía dormido, perdido en sus sueños. Conectó el cable a una portátil y ví, cómo si conectara con él, todo lo que veía, estaba en su cabeza. Si su corazón latía, el mío también. Si él miraba un montón de códigos, uno tras otro, yo también. Si él escuchaba el ronquido del perro, yo también. Me encontraba en la comodidad de la lejanía y sin embargo lo viví. Viví todo, cuando se prendía fuego en carne viva y el perro corría desesperado, con su cuero incendiado. Yo también me prendí fuego, por dentro. Lloré un montón, tanto que podría apagar el incendio con mis lágrimas. No hice nada, esa es la verdad. Sólo estaba tirado, sobre el césped, ¡pero yo no lo maté!. La policía me encontró en el lugar equivocado en el momento justo mientras los bomberos apagaban el incendio.

Después de pronunciar esas palabras, estalló el tumulto. Un policía lo esposa con brutalidad y dice:

-Sí, sí, lo que diga, vámonos.

"SE LOS JURO, ES VERDAD". Gritó el loco desesperado.

Antes de contar su versión por tercera vez, la justicia sentenció que el aparato es fruto de su locura. El juez lo condenó por homicidio. Terminará sus días en el Villardebó, rodeado de otras personas, igual de peligrosas, locas o valientes, como él.

Cuentos RecopiladosWhere stories live. Discover now