1. ¿Casarme?

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Paris, Francia

30 de julio

Hace alrededor de un mes regrese a París, hace tres años que me fui de mi departamento para olvidar. Viaje por tantos lados, hice negocios y crecí como persona. Tengo todo lo que muchos desearían, un trabajo más que estable y dinero que nunca me hará falta. Bueno, aunque no todo.

Lo único que sigue vacío en mi vida, es la amorosa, no hay nada y creo que nunca lo habrá. Suelo ser un hombre de solo una noche, un ligue, un coqueteo. Sólo sexo ocasional de una sola vez; yo no repito paso página.

Ir al gimnasio por las mañanas es uno de mis pasatiempos de casi todos los días, me gusta mantener mi forma y a la edad que tengo a veces ya es difícil. Mientras hago un par de flexiones me gusta escuchar música para distraerme.

Una alarma suena en mis oídos dando a entender que mi tiempo acabo, debo de ir a la ducha para cambiarme e ir al trabajo. Tomo la toalla para secar el sudor que recorre mi cara y mis brazos.

Camino por el pasillo, algunos apenas van llegando a hacer ejercicio.

En la entrada puedo ver cómo unas mujeres me comen con la mirada, no soy un santo así que les doy una de mis sonrisas.

Podría jurar que casi se desmayan.

—Volví a llegar tarde —mi amigo apenas entra con su maleta—. Dormí de más.

—Más bien, ¿con quién dormiste? —enarco una ceja.

—Con una sexy mujer de curvas, esa piel exquisita morena —veo las adulaciones que le hace a la mujer con la que pasó la noche—. Es una lastima que no la volveré a ver.

Niego con la cabeza, mientras río.

—Tu no aprendes.

—No me vengas con palabrerías, tú eres igual o peor que yo. Que aún no hayas cogido por aquí no quiere decir que no lo vayas a hacer —su lengua sin filtros—. Te gusta solo una noche, solo sexo y listo. Y ni olvidar que luego las echas, yo tan siquiera las mantengo toda la noche.

—Eso es lo malo de ti, yo no les doy falsas esperanzas. Soy claro a la hora de enrollarme con alguien.

—Eres todo un mujeriego —me palmea la espalda.

—Somos —volteo los ojos—. Tengo que irme. Te veo en el trabajo, no llegues tarde.

—Ahí estaré —me guiña un ojo.

—Idiota

Subo a mi coche.

Ya en la casa, subo a mi habitación a darme esa ducha que necesito. Vivir de nuevo en la casa de mi padre es como iniciar de nuevo.

Es un dolor de cabeza, estoy de insistente con la inmobiliaria. Aún no me entregan mi departamento, el anterior lo vendí y ahora busco una mejor zona.

Acomodo mi corbata, me echó un poco de perfume. Camino por la habitación buscando algunas cosas que llevaré a la oficina.

Bajo para tomar un café e irme, llevo un poco de retraso. Odio la impuntualidad.

En el comedor solo localizo a Drystan mi hermano. Su desayuno es tan pobre, solo veo un par de frutas y ¿verduras?.
Mi padre quiere matar a mi hermano, con eso ni siquiera podrá llenarse.

Ser modelo a veces no es fácil, eso es a lo que se dedica. Mi padre controla cada cosa de él, hasta el mínimo detalle. Lo está asfixiando.

—¿Qué tal el ejercicio? —lo veo jugar con el desayuno.

—Bien, ¿No tendrías que ir tu también? —una señora de la servidumbre me acerca mi taza de café.

—Tenía pero no quiero, no por hoy. Llegué noche, la fiesta se extendió demasiado —eso implica regaños.

El heredero Bouffart Where stories live. Discover now