—La vida adulta se está cargando el grupo.

—Desde luego...

Justo en ese momento, su teléfono vibró sobre la mesita de café frente a ellos. Y esta vez, el nombre de Harry brilló claro en la pantalla.

Luke parpadeó frente a ella, y después le miró a él. Su mandíbula descendió lentamente al suelo.

—Pero qué hijo de la gran... ¡Sigues hablando con él!

Louis no pudo hacer más que ladear la cabeza.

—Bueno, hablando... —Hizo una mueca—. Más bien manteniendo el contacto. Por el tema del divorcio.

Su amigo entornó los ojos.

—Estoy casado con tu abogada, Louis —dijo—. Ese divorcio sigue estando en una carpetita bien lejos de los juzgados, así que no me cuentes cuentos. —Se arrimó a él, pero señaló al teléfono con una mirada de reojo—. ¿Qué te ha dicho?

Él se encogió de hombros.

—Sé lo mismo que tú.

—¡Pues míralo!

Louis inspiró. Sabía bien que, dijera lo que dijera aquel mensaje, no iba a estar mínimamente relacionado con ningún divorcio. Se inclinó hacia delante y desbloqueó la pantalla. Con ella la notificación:

«¿Sabes que hay alguien con tu mismo nombre que está en la cárcel por atraco a mano armada?».

Louis presionó los labios, rascándose una ceja mientras contenía una sonrisa casi tan tonta como el mensaje.

Su amigo optó por reaccionar con el mismo gesto de labios pensados, aunque alzando un poco las cejas.

—No voy a decir nada. —Se recostó contra el respaldo del sofá.

—Mejor...

El silencio le duró menos que a Louis la soltería en una noche por el centro.

—¿Cómo...? —Comenzó su amigo, inclinándose hacia él con una miradita suspicaz—. ¿Cómo de inocente crees que es esto por su parte?

Louis abrió la boca. Se había hecho esa pregunta antes, y si tenía que ser honesto, la respuesta que creía correcta no le gustaba demasiado.

—Yo diría que bastante.

—¿Y piensas hacer algo para corromperlo?

Le miró. No dudaba que aquella pregunta, viniendo de Luke, fuera totalmente en serio. Y sacudió la cabeza.

—Claro que no —dijo—. Está prometido.

—¿Entonces por qué sigues hablando con él?

—... Porque me cae bien.

Luke emitió una risita, sarcástico.

—Al que seguro que no le caes bien es a su novio. Que en mi opinión, no creo que esté enterado de toda esta... amistad tan pura que ha florecido entre ustedes.

—Ni ha florecido nada, ni hay nada de lo que enterarse —dijo, antes de que se montara películas en la cabeza—. Han sido un par de mensajes sin importancia.

Más de un par, en realidad.

—Lo que tú digas. —Le miró de reojo—. Pero si en algún momento dejan de serlo y quieres que te de algunas ideas...

Louis frunció el ceño.

—¿Cómo que ideas?

Su amigo se encogió de hombros con inocencia.

—Yo solo digo que él va a tener que venir hasta aquí para la audiencia —dijo—... y que tú siempre has sido muy buen anfitrión.

Louis tosió una risa tremendamente irónica.

—En la vida.

Luke se inclinó hacia él con una mirada indignada.

—¿Lo vas a dejar tirado como una colilla en la cama sucia de un motel deprimente —Paró para coger aire—, cuando tú tienes un pisito de soltero monísimo con una habitación de sobra?

Louis tuvo que reírse.

—Pues sí.

—Pues vaya esposo estás hecho, entonces.

—Te das cuenta de que no lo conozco de nada, ¿verdad?

—Él tampoco a ti cuando te pidió matrimonio, y no es que tú te llevaras las manos a la cabeza.

—No es lo mismo.

—Claro que no es lo mismo. Uno es un contrato legal, y lo otro es un favor sin importancia.

Louis chasqueó la lengua.

—El problema es que lo que yo quiero hacerle no es un favor, precisamente. Y si me tengo que poner en ridículo no va a ser en mi propia casa.

Luke apretó los labios al instante; pareció hacer un esfuerzo tremendo para no desplegar una sonrisa demasiado amplia.

—Bueno, tiempo de sobra para meditar la idea. —Se inclinó para alcanzar el litro de cerveza del suelo, y mientras se rellenaba el vaso le miró de reojo—... Yo solo te digo que es buena.

. . .

La brillante idea de su amigo se quedó olvidada en la esquina más remota de su mente. No tuvo ni la intención, ni el tiempo para darle vueltas. Su semana se basó en responder una lista interminable de correos urgentes, y llamadas de importancia cuestionable tanto dentro como fuera de su horario laboral. Llegado el viernes, tenía la paciencia rozando el límite y la vena de la frente a punto de reventar.

Y aun así cometió el error de revisar su bandeja de entrada por última vez antes de dar por finalizada su jornada de trabajo.

Se encontró con un correo que adjuntaba las fechas de presentación de un modelo que la empresa tenía previsto sacar el próximo trimestre. No era algo que debiera haberle tomado por sorpresa; hacía apenas un mes había asistido a una conferencia sobre el modelo en cuestión en Los Ángeles, y él, como portavoz de la central, se había estado preparando la presentación para cuando tuviera que exponerlo en los concesionarios a su cargo.

Pero la diferencia estaba en que antes, ese cuadrante de fechas solo implicaba que le esperaban un puñado de viajes de trabajo por Nevada y California. Hasta hace menos de un mes, San Francisco no era más que una ciudad cualquiera. Una que solía pisar en completa ignorancia.

«Intentaré hacerte un hueco en mi próxima visita». Esas fueron sus palabras la última vez que estuvo allí, y no podía decir que fueran sinceras. Las pronunció al mismo tiempo que su cabeza le recordaba otras:

«Está prometido».

No iba a llamarle. Bastante preocupante le parecía lo que ese hombre llegaba a causar en él con apenas un mensaje; no necesitaba verle más veces para seguir cerciorándose de que en persona era peor.

. . .

Sus viajes empezaron en Nevada. Pasó una semana de aquí para allá, presentando el modelo a los trabajadores de cuatro concesionarios diferentes. Aquello le vino como anillo al dedo —chiste amargo— para comenzar a reducir la cantidad de mensajes que se permitía responderle a Harry.

Apenas habían hablado un par de veces cuando, la semana siguiente a aquella, puso un pie en California. Aterrizó en San Diego, hizo lo que tenía que hacer, y de repente se vio en la soledad de un hotel con el teléfono en mano, mucha noche para pensar, y un vuelo directo a hacia San Francisco programado para la mañana siguiente.

No voy a llamarle, fue la frase que se estuvo repitiendo cada vez que se encontraba a sí mismo abriendo sin querer su chat inactivo.

Vegas LightsWhere stories live. Discover now