𝐕𝐈𝐈. 𝐄𝐥 𝒃𝒐𝒈𝒈𝒂𝒓𝒕 𝐝𝐞𝐥 𝐀𝐫𝐦𝐚𝐫𝐢𝐨 𝐑𝐨𝐩𝐞𝐫𝐨

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Malfoy no volvió a las aulas hasta última hora de la mañana del jueves, cuando los de Slytherin y los de Gryffindor estaban en mitad de la clase de Pociones, que duraba dos horas. Entró con aire arrogante en la mazmorra, con el brazo derecho en cabestrillo y cubierto de vendajes, comportándose, según le pareció a Harry, como si fuera el heroico superviviente de una horrible batalla.

—¿Qué tal, Draco? —dijo Pansy Parkinson, sonriendo como una tonta—. ¿Te duele mucho?

—Sí —dijo Malfoy, con gesto de hombre valiente. Pero Harry vio que guiñaba un ojo a Crabbe y Goyle en el instante en que Pansy apartaba la vista.

—Siéntate —le dijo el profesor Snape amablemente.

Harry y Bella se miraron frunciendo el entrecejo. Si hubieran sido ellos los que hubieran llegado tarde, Snape no los habría mandado sentarse, los habría castigado a quedarse después de clase. Pero Malfoy siempre se había librado de los castigos en las clases de Snape. Snape era el jefe de la casa de Slytherin y generalmente favorecía a los suyos, en detrimento de los demás.

Aquel día elaboraban una nueva pócima: una solución para encoger. Malfoy colocó su caldero al lado de Harry y Ron, para preparar los ingredientes en la misma mesa.

—Profesor —dijo Malfoy—, necesitaré ayuda para cortar las raíces de margarita, porque con el brazo así no puedo.

—Weasley, córtaselas tú —ordenó Snape sin levantar la vista.

Ron se puso rojo como un tomate.

—No le pasa nada a tu brazo —le dijo a Malfoy entre dientes.

Malfoy le dirigió una sonrisita desde el otro lado de la mesa.

—Ya has oído al profesor Snape, Weasley. Córtame las raíces.

Ron tomó el cuchillo, acercó las raíces de Malfoy y empezó a cortarlas mal, dejándolas todas de distintos tamaños.

—Profesor —dijo Malfoy, arrastrando las silabas—, Weasley está estropeando mis raíces, señor.

Snape fue hacia la mesa, aproximó la nariz ganchuda a las raíces y dirigió a Ron una sonrisa desagradable, por debajo de su largo y grasiento pelo negro.

—Dele a Malfoy sus raíces y quédese usted con las de él, Weasley.

—Pero señor...

Ron había pasado el último cuarto de hora cortando raíces en trozos exactamente iguales.

—Ahora mismo —ordenó Snape, con su voz más peligrosa.

Ron cedió a Malfoy sus propias raíces y volvió a empuñar el cuchillo.

—Profesor; necesitaré que me pelen este higo seco —dijo Malfoy, con voz impregnada de risa maliciosa.

—Potter, pela el higo seco de Malfoy —dijo Snape, echándole a Harry la mirada de odio que reservaba sólo para él y su hermana.

Harry tomó el higo seco de Malfoy mientras Ron trataba de arreglar las raíces que ahora tenía que utilizar él. Harry peló el higo seco tan rápido como pudo, y se lo lanzó a Malfoy sin dirigirle una palabra. La sonrisa de Malfoy era más amplia que nunca.

—¿Han visto últimamente a su amigo Hagrid? —les preguntó Malfoy en voz baja.

—A ti no te importa —dijo Ron entrecortadamente, sin levantar la vista.

—Me temo que no durará mucho como profesor —comentó Malfoy, haciendo como que le daba pena—. A mi padre no le ha hecho mucha gracia mi herida...

III. El Prisionero de Azkaban | La Historia de los PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora