abril 2020

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Violeta se aferra con fuerza al lateral de su asiento, las manos blancas del esfuerzo y la ansiedad haciendo hogar en sus pulmones. Inspira, expira.

Siempre ha tenido un miedo atroz a volar. Por mucha evidencia científica y horas de meditación previa, es poner un pie en el avión y del rincón escondido entre la sexta y la séptima costilla, allí donde descansa nuestro yo más feral, a Violeta le nace un instinto animal que lucha por salir corriendo de la jaula. Pero hoy no, hoy me trago los colmillos si hace falta.

La granadina piensa en su padrastro Carlos, en sus reproches y su mirada altiva. Violeta casi puede saborear el ácido de las sílabas marcadas, cortantes. Él no está aquí, pero ella sí.

- Empiezas a ser un poco mayor para tenerle miedo a un avión. Estás haciendo el ridículo.

Violeta es plenamente consciente de su cuerpo. Del surco que la gota de sudor deja en su frente, de su respiración entrecortada. Del peso de sus pestañas y de la curvatura de su espalda. No tienes nada que reprocharme Carlos, nada.

- Violeta, tía, ¿estás bien?

Almudena. Denna. Su mejor amiga. Una de las pocas, o la única. Se conocieron en el despacho del director de su instituto, ambas sentadas en aquellas sillas incómodas, más un símbolo de exceso de dinero y poder que útiles, esperando el reproche. Una por saltarse repetidamente las clases de matemáticas, la otra por llamar "machirulo" al profesor de lengua. Poco le dije. Compañeras desde entonces. Para todo.

Violeta abre los ojos despacio. Fija la mirada en el minúsculo espacio entre sus piernas y el respaldo amarillo del asiento de delante. A este paso solo podrán volar contorsionistas del Circo del Sol. La voz de Denna le devuelve a la realidad y se aclara la garganta antes de responder.

- Sí sí, no te preocupes. Ayer empecé a ver Lost y siento que vamos a caer en picado sobre una isla desierta.

- Tía, que vamos a Bilbao desde Granada, como mucho nos estampamos en Zaragoza.

En la cara de Violeta se dibuja una mueca de pánico que no logra disimular. Es una broma, es una broma, es una puta broma.

- Joder, parece esto una novela de Agatha Christie. Muerte en tierra de maños.

Denna suelta una carcajada y la espalda de Violeta parece relajarse. Vértebra a vértebra, como una escalera infinita, cada fibra de su ser suelta un suspiro al escuchar la risa de su amiga. Menos tensa, más ebria de seguridad. El tacto de la camiseta la reconforta como un salvavidas y la mano de la otra chica la ilumina cual farolillo.

- Gracias. Por hacerme reír.

La próxima vez voy en tren. Pero no habrá próxima vez. No con el grupo con el que viajan. Violeta y Denna encabezan al frente del avión al resto de sus compañeros de curso, un rebaño insulso de niños ricos con complejo de superioridad. Para el resto la pareja no les merece más aprecio que una mosca en un día de verano. Y es mutuo.

Es el último viaje de estudios de Violeta. Y no le apetece en absoluto. Lleva ya una década conviviendo con su padrastro, a caballo entre colegios de nombre imponente llenos de cabezas vacías y casas descomunalmente frías. La granadina cuenta mentalmente el dinero que le falta para poder marcharse de casa e irse a vivir lejos. Si por mi fuera te robaba hasta el sacacorchos, Carlos.

A pesar de ser un trayecto bastante corto, Denna consigue adormecerse. Su cabeza reposa sobre la ventanilla y un hilo de luz baila en el puente de su nariz. Pocas cosas tiene Violeta que agradecer, la más grande pero, descansa a vaivén del ronroneo de los motores.

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