🎄 Capítulo 6.2 - Rebeca

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El viaje en autobús se me hace eterno y no sé si es porque comparto espacio y tiempo con Lucas o porque no recordaba lo mucho que me disgustan los viajes, aunque el trayecto no sea demasiado largo

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El viaje en autobús se me hace eterno y no sé si es porque comparto espacio y tiempo con Lucas o porque no recordaba lo mucho que me disgustan los viajes, aunque el trayecto no sea demasiado largo. Creo que es por el primer motivo, aunque no soy capaz de asegurarlo. Ya no. Le echo un vistazo de reojo con la esperanza de que él no se percate de mi atrevimiento. Por suerte para mí, no lo hace, pero sí sonríe una de las veces que mi mirada, de manera directa, se pierde en su perfil.

Siento algo especial en el ambiente. A nuestro alrededor, los demás pasajeros cantan villancicos —cada uno a su ritmo—; el conductor se rinde y cambia la música pop que tenía en la radio por un disco, supongo, de canciones navideñas tradicionales. No era consciente de lo que podría encontrarme al decidir acompañarle, pero en su compañía y tras el sueño que tuve con mi abuela la semana pasada no me resulta tan desagradable. Lucas también canta, lo sé porque voltea la cabeza hacia mí y veo cómo sus labios se mueven al mismo ritmo de la canción. Yo intento hacer lo mismo, pero parece que todas esas letras desaparecieron de mi mente el día en que mi abuela se marchó de este mundo.

Cuando el vehículo se está acercando a la parada en la que nos tenemos que bajar, Lucas me avisa y los dos nos preparamos para bajarnos. En el momento en el que piso tierra firme, oculto las manos en los bolsillos de mi chaquetón.

—Bueno, tú dirás a dónde nos dirigimos.

—He quedado con el dueño de la casa en —echa un vistazo alrededor y se detiene antes de dar la vuelta completa— aquel bar. Vamos.

—¿Estás seguro de que podemos fiarnos? —pregunté con un poco de desconfianza.

Ver tantos documentales, tantas series y películas de misterio y thriller han provocado esta desconfianza en mí. No puedo evitarlo.

—Claro que sí, ¿dónde te crees que he buscado la casa rural? ¿En la Deep Web?

Suelta una carcajada, pero yo no puedo reírme.

—Rebeca, puedes confiar en mí. He organizado muchos años la fiesta de Navidad, tú misma lo has visto, y nunca he tenido problemas. No nos van a secuestrar, si es lo que te preocupa.

Lanzo un pequeño suspiro y relajo los hombros por primera vez desde que nos hemos visto.

—Lo sé, pero soy una desconfiada, qué quieres que te diga.

Él no dice nada y emprende la marcha hacia el bar que hay en la acera de enfrente. Camino detrás y, mientras pienso en todas las posibilidades en caso de que yo tenga razón con mi falta de confianza en ese sujeto desconocido para mí, observo su espalda cubierta por las diversas capas de ropa. No puedo adivinar mucho, por eso decido dirigir mi mirada al local lleno de gente.

No creo que pase nada. O no, al menos, en público. ¿Y si en realidad la casa es una cabaña de mala muerte y nos encierra ahí con malas intenciones? Pero todas mis conjeturas son solo eso y el dueño de la casa resulta ser mejor de lo que había imaginado.

Sí, definitivamente he visto muchas películas.

Nos lleva en coche al lugar, pero no permanece con nosotros mucho tiempo. Solo nos abre la puerta de la casa, que ya tiene una corona de flores Navideña, y espera fuera mientras nosotros nos adentramos en aquella fantasía hogareña.

Todo es de madera, parece bien cuidado y bastante limpio. La calidez que transmite me recuerda mucho a la de mi propia casa cuando mi abuela aún vivía. El dueño ha preparado la casa para que la veamos en todo su esplendor, con la chimenea puesta y todo. Unas escaleras conducen a la planta superior, pero no me atrevo a subir para seguir cotilleando; no sé si está permitido.

—¿Qué te parece la casa? —me pregunta Lucas, que está frente a la chimenea. No retira la mirada de las llamas.

Me acerco para situarme a su lado.

—Maravillosa —susurro.

No para que el hombre no pueda enterarse, sino porque me cuesta alzar la voz.

—Me alegra, es lo mismo que pienso yo. Cuando vi las imágenes del sitio, pensé que no sería tan perfecta... —comenta él. Volteo para verle y él hace lo mismo—. Se me ocurre que aquí podría estar el rincón de juegos, del que creo que poca gente se despegará. Juegos de mesa, claro. Y esa zona de allí... —se gira, yo también, y señala el lado opuesto de la vivienda.

—Podríamos reservarla para el árbol y la entrega de regalos —termino yo.

Lucas me observa con sus ojos claros y sonríe.

—Me has leído el pensamiento. ¿Cómo lo has hecho?

—Supongo que me he acordado de otros años... —Desvío la mirada hacia el suelo.

Durante los siguientes minutos, continuamos compartiendo ideas y terminando las frases del otro, como si fuéramos amigos de toda la vida. Eso me recuerda que aún no me he disculpado con él por ser tan grosera, pero tampoco sé cómo hacerlo. Mi corazón late desbocado, mis manos tiemblan y no puedo mover las piernas.

Estoy paralizada.

Mientras intento relajarme, Lucas habla con el dueño sobre la decoración, por lo poco que puedo escuchar. Tras unos minutos de conversación, él regresa para hablar conmigo sobre las novedades.

—Me ha dicho que el árbol nos lo va a proporcionar él, que no tiene problemas con eso. Al parecer le hemos caído bien y cree que los chicos que traigamos no serán un problema. ¿El próximo sábado te parece un buen día para la fiesta? El siguiente finde ya sería Nochebuena, así que nos olvidamos.

—Sí, me parece bien. De todas formas, yo no tengo nada ese día.

Ni ningún otro, a decir verdad, pero no se lo digo.

—Está bien, entonces voy a darle la confirmación.

—No, espera... Luego... —me cuesta, pero trago saliva y al final las palabras salen—. Luego me gustaría hablar contigo. Es importante. —Bajo la voz—. Cuando estemos a solas.

—Vale, antes de volver al pueblo.

Me guiña el ojo y algo en mi interior se activa. Intento no prestarle atención, en su lugar practico en mi mente el discurso con el que planeo disculparme con él. Pero no tengo el tiempo suficiente para hacerlo; antes de lo que esperaba, él camina hacia mí con una sonrisa.

—Le he pedido unos minutos para admirar el paisaje de alrededor. Podremos aprovechar para hablar, ¿te parece bien?

Solo muevo la cabeza para responderle que sí y le acompaño al exterior. Hace frío, pero mi cuerpo no parece preocupado por ello, ya que los temblores son debido a otros motivos. El calor que siento es aún mayor que el frío que pueda calar en mis huesos. En estos instantes, no lo siento.

—Lucas, yo... —Un hilo de voz escapa de mis labios y tengo que carraspear antes de continuar—. Quiero disculparme contigo. No debí ser tan grosera contigo, no me has hecho nada... Por eso lo siento.

Él ríe y me rodea con su brazo derecho. Acerca su rostro al mío, demasiado, y mis pulsaciones se aceleran un poco más. Sin embargo, su única intención es decirme:

—No tengo nada que perdonarte, Rebeca.


La Navidad según LucasWhere stories live. Discover now