🎄 Capítulo 2 - Lucas

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El tiempo se me echa encima y aún no he encontrado a nadie que pueda ayudarme con la fiesta de Navidad

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El tiempo se me echa encima y aún no he encontrado a nadie que pueda ayudarme con la fiesta de Navidad. Sin embargo, no voy a entrar en pánico. Aunque tenga que recurrir a algún milagro típico de las fiestas. Cada año que pasa, siento que mis compañeros pasan cada vez más de este tipo de cosas, aunque luego sean los primeros en apuntarse a la juerga únicamente para beber y divertirse de la única manera que conocen: emborracharse. Por más que intento que el espíritu de la Navidad nos invada a todos, parece que soy el único que se siente en sintonía con ella, que aprovecha el tiempo para pasarlo en armonía con la gente que me importa y con la ilusión de la niñez prácticamente intacta.

Pero hasta yo tengo mis límites.

Sin embargo, ahora debo concentrarme en atender a los últimos clientes que llegan a la tienda de mi familia. Este es uno de los pocos comercios que abre incluso un sábado por la tarde durante este mes. Como apenas puedo ayudar de lunes a viernes, me toca encargarme del negocio los sábados. Por suerte, ahora estoy tranquilo, ya que la mayoría del trabajo se concentra durante la mañana y hoy no ha sido una excepción.

La noche llega cuando aún no ha terminado la tarde y enciendo las luces antes de admirar la decoración de la calle. Este año se han adelantado, aunque no es algo que me sorprenda: parece que cada año hay más prisa porque llegue la Navidad. Una pena que no sea por lo mismo que yo persigo...

Suspiro y regreso al mostrador, aunque pronto me aburro y decido ordenar algunos estantes que han quedado desordenados debido a los clientes indecisos que dejan los productos que desechan en los estantes que les pillan más cerca, en lugar de regresar sobre sus pasos y dejarlos donde corresponde. Mientras estoy devolviendo varias latas de conservas a su lugar, el sonido de la puerta llama mi atención. Me apresuro a terminar la tarea antes de regresar a mi lugar, desde donde puedo ver una cabellera rosa bastante llamativa. Como estamos los dos solos, me acerco con la intención de ofrecerle ayuda o asesoramiento, aunque ¿quién necesitaría lo segundo en una tienda de alimentación? Muevo la cabeza a ambos lados con una sonrisa antes de llegar hasta donde se encuentra la clienta, que resulta ser una chica joven, quizá de mi edad, cuyo perfil me es familiar. Está mirando con ahínco la estantería de los chocolates y turrones, como si en realidad se estuviera decidiendo entre cogerlos o no.

Entonces se voltea y sus ojos se posan sobre mí. Al principio muestra una sonrisa, pero esta se desvanece cuando nuestras miradas se cruzan.

—¿Puedo ayudarte en algo?

Ella permanece en silencio, aunque retira la mirada para volver a centrarse en las estanterías de su alrededor. Cuanto más la observo, más me suena su cara.

—No es necesario —responde.

Y entonces caigo en la cuenta. ¡Es una compañera de clase! ¿Cómo no me di cuenta antes?

—Oye, estamos en la misma clase, ¿no?

La chica baja los hombros y oigo un suspiro.

—Me gustaría decir que no, pero estaría mintiendo y de todas formas nos veríamos el lunes, así que lo descubrirías.

Fue una respuesta un poco extraña, inesperada, pero a la vez interesante.

—Recuerdo haberte pedido alguna vez los apuntes. ¿Te he dicho ya que tienes una letra muy bonita?

Mi halago parece enfadarla más, si es que ya lo estaba, porque me mira con cara de pocos amigos. No entiendo qué le pasa, pero quizá pueda aprovechar la oportunidad de preguntarle, fuera del horario de clase, sobre la fiesta de Navidad. Con un poco de suerte, quizá acceda a ayudarme. En realidad, bastante suerte, ya que parece que no le caigo bien.

Tal vez no debería preguntarle, pero este tipo de cosas unen a la gente, ¿no?

—Supongo que ya sabes que todos los años organizo una fiesta de Navidad para los compañeros... ¿Te gustaría ayudarme este año a prepararla?

Ella coge una tableta de turrón y después se acerca al otro estante para coger una caja de cápsulas de chocolate. Su ceño sigue fruncido cuando se gira hacia mí para decirme:

—¿Sabes acaso cómo me llamo, idiota?

—Claro, ¿crees que no me sé el nombre de todos mis compañeros?

—Que hayamos interactuado durante el tiempo suficiente para dejarte mis apuntes o para regalarte un saludo no quiere decir ni que me conozcas ni que sepas cómo me llamo. Tal vez hayas escuchado mi nombre en algunos momentos, cuando los profesores han pasado lista, si es que lo han hecho, pero eso no quiere decir que lo hayas retenido.

No entiendo qué le sucede conmigo. ¿Por qué me habla como si le hubiera hecho algo imperdonable? Que yo sepa, apenas hemos hablado, apenas hemos interactuado y apenas sé cosas sobre ella, igual que ella no sabe cosas sobre mí.

—No sé qué te pasará conmigo, pero no tienes por qué dudar de lo que te digo. De hecho, te demostraré que hablo en serio cuando te digo que conozco el nombre de todos vosotros. Eres Rebeca, ¿a que sí?

En realidad, no sé cómo pretende que yo no recuerde su nombre. Son pocas las chicas que hay y de entre todas, ella es la más peculiar. Suele ser bastante taciturna y por lo que he podido observar, no habla con el resto salvo que sea estrictamente necesario. Y ese color de pelo tampoco ayuda a que pase desapercibida, aunque ella quiera creer lo contrario.

Rebeca chasquea la lengua antes de responderme.

—Has tenido suerte, Lucas. La suerte del principiante, a decir verdad. Somos pocas en clase y mi color de pelo me delata, para mi desgracia. Una pena.

Parece que tenemos pensamientos parecidos, por lo que acaba de decir. No puedo reprimir una carcajada y esto provoca que su rostro se llene de confusión. No me extraña, debe de estar pensando que estoy loco o que me río de ella, a saber.

—Veo que tú también sabes mi nombre. Mejor, así no tengo que presentarme, mucho menos a estas alturas. Entonces, ¿qué me dices? ¿Me ayudarás?

—Búscate a otra. Seguro que aún queda algún compañero al que puedas embaucar. Conmigo no lo conseguirás, lo siento.

Si piensa que me rendiré tan fácilmente, está muy equivocada.

—En ese caso, por hoy me limitaré a cobrarte eso que llevas bajo el brazo.

Antes de dejar que ella pueda decir algo más, me giro para ir al mostrador. Durante todo el trayecto espero que me siga, aunque no tengo todas conmigo. Existe el riesgo de que deje las dos cosas en su sitio y se vaya, a no ser que lo necesite de verdad. Y al parecer es así, pues cuando me situó tras el mueble, ella llega y deja las cosas sobre él. En el fondo agradezco que no se haya ido.

Tras cobrarle y devolverle el cambio, ella se marcha sin despedirse siquiera. Tendré que intentarlo de nuevo el lunes cuando la vea en clase.



***

¿Qué te ha parecido este capítulo? Déjame tu opinión en comentarios, me encantará saber cuáles son tus impresiones sobre Rebeca, Lucas y su primera interacción en la historia jeje.

La Navidad según LucasWhere stories live. Discover now