Pasó una eternidad hasta que la movieron otra vez, adolorida y sangrante, y la sacaron al exterior con otro saco negro en la cabeza. Una ráfaga de aire fresco la estremeció y adivinó que ya era de noche, porque ella salió con ropa ligera por ser primavera, pero ahora sentía el frío.

―Quiero verla.

Casi rompió a llorar cuando escuchó la grave voz de Jennie, algo lejana a ella, pero lo suficientemente cercana como para saber que estaba allí. Entonces le quitaron el saco y trató de acostumbrarse a la poca luz, porque ya era de noche.

A varios metros suyo, estaba Jennie con su traje negro, su mirada llena de furia puesta en la omega, tanto que pensó que se enojó con ella y sólo fue para dejarla morir.

―Le hicieron daño ―gruñó Jennie, con la mandíbula apretada. Tenía las manos en sus bolsillos, con su rostro despejado y esos ojos brillando por la rabia.

Pudo sentir a sus captores removerse por los nervios.

―No dejaba de llorar ―se defendió el que le sostenía―, y debería agradecer que no la follamos, se la pasaba murmurando que ella era sólo una puta y no era importante.

―Es mía ―espetó Jennie, sin moverse, e inclinó la cabeza hacia la izquierda―, puta o no, me pertenece, y nadie toca lo que es mío.

Lisa no pudo menos que sobresaltarse cuando resonaron dos disparos y, de pronto, los betas que lo sostenían cayeron al suelo entre gritos. Su primer instinto fue tirarse al suelo, y en definitiva fue lo mejor cuando de pronto resonaron un montón de disparos. Por el miedo y el terror no pudo menos que ponerse a llorar como una bebé, con sangre pegajosa en su cabeza, sintiendo los cuerpos a su alrededor caer, y quiso acurrucarse, hacerse una bolita, sin embargo, no podía por las manos atadas en su espalda.

Cuando los disparos parecieron detenerse, se quedó allí, temblando, y Jennie tuvo que levantarla.

―Lo si-siento ―tartamudeó Lisa, sin saber qué estaba diciendo mientras seguía sollozando. Sabía que debía ser un desastre, pero estaba muy asustada por todo lo que había pasado.

―¿Qué dices? ―preguntó Jennie, frunciendo el ceño mientras le desataba las manos.

―Por... por esto ―su llanto sólo aumentó, desconsolada―, yo creí que no...

Jennie suspiró, quitándose el saco de su traje para colocárselo en los hombros antes de empujarla a caminar. Uno de los hombres de la alfa apareció, revisando su arma.

―Señora ―dijo la beta―, Woo sobrevivió, si quiere...

―Llévenlo al sótano ―dijo Jennie, su tono enfurecido―, haré que ese hijo de perra pague cada golpe que le dio a mi bebé.

―Sí, señora.

Lisa miró a Jennie, aturdida por lo que acababa de oír, con sus piernas temblando. Sin embargo, no dijo algo por varios segundos, hasta que fue sentada en el asiento trasero de la limusina de Jennie, donde estaba el doctor personal de la castaña. La mujer le atendió enseguida, revisando su rostro ensangrentado.

―Jennie ―tartamudeó la omega.

―Está bien, cariño ―suspiró la alfa, sentándose a su lado―, tranquila, ¿vale? No pasa nada, ahora estás a salvo.

―E-ellos que-querían...

―Mucho dinero, sí ―terminó de decir, mientras el auto empezaba a andar―, estaba dispuesta a pagarlo para que te soltaran porque eres mi bebé, pero cambié de opinión al ver cómo te tenían. Esos bastardos se merecían la muerte por haberte tocado ―una pequeña pausa y Jennie, con parsimonia y una suavidad que ya conocía, le agarró el mentón con cariño―. Lamento haber tardado tanto, prometo que esto nunca más ocurrirá.

Made in gold | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora