Mis facciones cambiaron de asustada a pálidez al ver a Ippei frente mío, viéndome entre confundido y preocupado por mi reacción.

—¿Abril?—oh no, ahora va a pensar que soy una loca desquiciada que es acosadora, pensé queriendo que se abriera un hueco bajo mis pies que me llevara al centro de la Tierra para no aparecer más en este plano—¿Estás bien?

Asentí, sonriendo débilmente—Estoy bien, nos vemos luego, Ippei. Fue bueno verte.

Ni siquiera lo dejé contestar, pero me sentía con un vacío aterrador en mi pecho que solo quería llegar a mi apartamento y esconderme bajo mis sábanas como una niña de 10 años.

Le di un trago a la bebida, que me calmó un poco mi inquietud con el suave caramelo que empalagaba mis papilas y me recordaba a Adrián y su adicción al café. Di zancadas cuando milagrosamente vi la esquina, pero casi escupo mi cuarto trago de la bebida caliente cuando varias personas se voltearon a verme y no quitaron su vista luego de tres segundos.

—¿En serio, Dios? ¿Qué más quieres de mi?—gruñí entre dientes y el vaso de Starbucks, soltando a los segundos un insulto en silencio al notar que mi gorra no la tenía en manos.

Esto te pasa por torpe, dijo mi Catalina interna a lo que la callé por el bien de mi conciencia.

Necesitaba respuestas o al menos una solución, porque ni loca volvía al Starbucks.

Miré a mi alrededor a lo que vi un auto blanco al otro lado de la calle, a lo que hice la mejor actuación del mundo en ver la hora en mi reloj imaginario y darme media vuelta hacía el carro que me sacaba un poco más altura. Siguiendo mis terribles planes, caminé tranquilamente y luego hice la parafernalia de cruzar la calle.

Pasando detrás del auto y viendo distraidamente hacía donde estaban las personas, y lógicamente si no había moros en la costa, me pegué al hermoso Tesla blanco como si mi vida dependiera de ello, sentándome en plena acerca y escondiéndome de las personas.

Esperaba solo dos cosas:

1. Que ni una persona pasara por la acera que me encontraba.

2. Que el Tesla no suene, en caso de que me pare apuradamente.

Intenté tomar bocanadas de aire mientras llevaba mi cabello hacía atrás, sin prestarle mucha atención a mi alrededor. Mi corazón se sentía pesado junto a mi respiración, a lo que lo único que queria era llegar a mi apartamento o al menos, ir a donde mi mamá.

El sonido de una ventana bajándose ni siquiera me importó, mi prioridad era calmarme o no iba a moverme hasta mi casa.

Pasé las manos por mi cabello y jalé un poco de ellos con frustración. Verdaderamente odiaba estos momentos; no eran la primera vez que pasaban, pero ¿primera vez sola en un país dónde tienes una complicada historia? Era mi fin.

Tenía que calmarme. Mi psicóloga siempre me lo dijo, que respirara, que pensara en cosas que me distraigan de ese temor o al menos tener la noción de que puedo calmar mis nervios si trazaba con mis dedos uno de mis tatuajes.

Era tonto, pero me servía a veces.

Alguien me llamaba, pero estaba concentrada en que mis manos dejaran de temblar y ya estaba al borde de la impaciencia al notar que mis ejercicios de respiración no estaban funcionando.

—¿Abril?

Hijo de la ching—exclamé asustada en voz baja al cuarto o quinto llamado que hizo, dando un respingo y volteando a la dirección en que estaba. Mis ojos quizás se dilataron en confusión y miedo al ver quien tenía en frente de mio—¡¿Qué te pasa, coñoetumadre?! No vuelvas a hacer eso en tu vida.

Lost In Traslation || Shohei Ohtani ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora