4. Solo caricias

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La chica subía las escaleras como si la mismísima muerte la estuviera persiguiendo sin tregua.

Le faltaba el aire y tenía los pies maltratados por haber pisado los fragmentos de vidrio del jarrón que habían heredado de la abuela, pero nada de eso importaba realmente en aquel momento, el dolor físico era pasajero, era algo que luego un poco de desinfectante, gasa y tiempo, podía sanar, lo había aprendido a base de golpes.

Cuando llegó a su cuarto, que pasó el seguro y dejó descansar su espalda contra la madera para estabilizar su respiración, sintió que la puerta del salón también daba la bienvenida a alguien; habían llegado sus padres, lo sabía, y eso, en lugar de alegrarle la noche solo la había temblar en su lugar.

Con suerte ese día ellos se venían felizmente enamorados, tomarían un baño juntos luego de que los sonidos desagradables contra la pared cesaran, su madre prepararía la cena con una gran sonrisa en la cara y a papá le tocaría poner la mesa para que, sin que mamá se diera cuenta, dejar unas cuantas gotas del remedio que tenía para hacerla dormir como una piedra hasta el otro día. Luego llamarían a su hija y la recibirían, ella con un beso en la frente, él con un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de su boca. El hombre se la pasaría hablando de lo bien que le ha ido en el trabajo, de todas las ganancias que aportó al negocio y de los nuevos clientes a los que logró engatusar, las dos mujeres comerían en silencio, solo asintiendo de vez en cuando para dejarle claro que le estaban prestando atención, hasta que mamá lo rompiera con el chirrido de la silla sobre las baldosas una vez terminada su cena, para ponerse de pie y, fingiendo tomar un largo trago de agua bajo la atenta mirada de su esposo, preguntaría cómo le había ido a su hija en la escuela.

La chica estaba en su primer año de secundaria así que siempre le venía bien desahogarse un poco de las cosas "normales" que la abrumaban durante el día.

Entre todos tenían que retirar las cosas de la mesa pero la menor se excusó con que tenía mucha tarea pendiente y subió corriendo a su habitación, quedándose en el rincón más oscuro con las rodillas pegadas a su pecho intentando calmar al pobre corazón que le aporreaba las costillas.

Conforme pasaban los minutos la ansiedad la carcomía por dentro, era un sentimiento mezquino, no dejaba de recordarle que pronto llegaría la hora.

Como siempre fueron tres toques en la puerta, una pausa, y luego dos toques más, esa era la señal de que la muerte estaba del otro lado de puerta; su muerte, porque cada vez que su padre iba a visitarla por la noche para hacerle esos cariños que tan poco le gustaban a ella, sentía su cuerpo como un cascarón vacío luego de haber sido recorrido por gusanos, dejándolo cada vez con más grietas que no hacían más que volver a dañarla cada vez que intentaba curarlas.

Sin embargo en esa ocasión el calvario fue diferente, porque su madre apareció con una sonrisa y el ceño levemente fruncido, evidenciando confusión.

—¿Cariño, qué pasó? —la chica fue a responder pero su padre se adelantó, dándole una clara advertencia de silencio.

—Venía a darle un beso de buenas noches a la niña, se fue tan rápido que no me dio tiempo, ¿cierto princesa? —Princesa, así le decía cuando quería obtener algo de ella. A la mayor no le extrañó escuchar ese apodo por primera vez dirigido a su hija, conocía muy bien las artimañas de su marido y él jamás le daba un beso de buenas noches a su hija, solo le sonreía, como si fuera lago que no necesitara más atención, mucho menos le diría princesa.

La mujer se acercó a su hija, haciendo a un lado al hombre para arroparla como cuando estaba más pequeña.

—A-así es mamá, yo... estaba teniendo una pesadilla horrible y... —no sabía cómo terminar de decirlo, era medio verdad, medio mentira.

—Ya, tranquila, solo fue un mal sueño, verás como volverás a quedarte dormida enseguida. Mañana será un buen día, te lo aseguro. —respondió con movimientos semiautomáticos.

Pero a la chica no le importaba el día siguiente, ni siquiera sabía si podía llegar intacta al final de la madrugada, sin embargo, viendo la seguridad con que su madre lo decía no le quedó más remedio que aceptar sus palabras, y su suerte.

Ambos progenitores abandonaron la habitación dedicándole un mirada fugaz en el último paso antes de cerrar la puerta, solo que cada uno con motivos diferentes.

Pasaron y pasaron los minutos, convirtiendo el lapso de tiempo en dos horas despierta cuando volvieron a llamar a su puerta. Dio un respingo del susto.

La chica arrugó el entrecejo desorientada, el reloj de su mesita marcaba las tres y treinta minutos de la madrugada, así que cuando pasaron otro par de segundos y no llegó ninguna amenaza, se extrañó aún más. Todo el miedo que tenía arremolidado en el estómago le apretó la garganta e hizo sudar sus manos al punto de que, antes de girar la perilla tuvo que limpiar sus palmas en la falda de su vestido de dormir.

—¿Mamá? —no pudo ocultar su sorpresa cuando vio a su madre de pie con las manos tras su espalda y una enorme sonrisa pintándole el rostro.

—Te he traído un regalo que hará de tus días por venir, los más especiales. —la mujer no esperó respuesta, estaba impaciente por ver la reacción de su hija, aunque en realidad no importaba, porque de igual forma su trabajo no había sido en vano.

A ese malnacido que se hacía llamar la había dejado embarazada después de violarla estando dormida ya le había tragar su asqueroso pene, lo había visto ahogarse con su propia arma de tortura. Después de dejarle la dosis de medicamento que había comprado para "su dolor de cabeza" solo fue cuestión de tiempo para que el sueño comenzara a vencerlo, y cuando estaba dando los últimos pestañasos, entonces atacó, para que no tuviera oportunidad de hacerle daño a ninguna de las dos.

Pero su hija no tenía porqué saber más que lo que había en la bonita caja envuelta en papel negro que le acababa de entregar.

Se adentraron en la habitación para sentarse al borde de la cama. Su madre parecía no caber en sí misma de la emoción así que la chica intentó deshacer el nudo rápido pero teniendo cuidado de no romperlo.

Todo quedó en silencio cuando al fin destapó la caja, un silencio tan perturbador que lo único que se sintió fue al reloj marcar las tres y treinta y tres minutos y seguir su recorrido.

—Ahora de sus manos nunca más recibirás caricias, eres su dueña para decidir si quieres deshacerte de tu pesadilla para siempre.

Y allí estaban las manos de su padre y verdugo, cortadas por las muñecas, esperando, inertes, al juicio final.

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