¿Qué Veo?.

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Arriba de una mesa, una hoja. Una persona, mirándola, examinándola. Otra persona, esperando. El ruido de la calle se filtra por un ventanal ligero, flaco, débil. La decoración, una planta humilde, artificial. Servilletas y cuadros de supermercado.

Después de unos minutos de introspección, la hoja reveló su entidad de test. La analizadora se lo advirtió cuando entró a la consulta. Pero él no le creyó.

La prueba consistía en ocho cuadrados, ocho ventanas sugerentes. En una, había un punto solitario cómo un planeta sin sistema solar, perdido en la basta nada del universo. En otra, una serpiente pequeña, bebé, sin madre y parecía dibujada por un niño. En la tercera ventana, simbólica de por sí sóla, había tres líneas ascendentes, cómo una gráfica o tal vez, una escalera. En el último recuadro de la primera columna, un cuadrado tan sumido en su soledad como el punto, pero más grande. No podría decir que está más acompañado.

En el primer recuadro de abajo, una línea diagonal y otra diagonal hacia abajo. Tenía la forma de un martillo. El próximo recuadro, continuaba con el estilo del anterior, con sus líneas inconexas, extrañas. Lo habitual, lo supo luego, es dibujar diseños arquitectónicos o que recuerden a ciudades. En el penúltimo recuadro, puntitos sonriendo, con una sonrisa extraña, pequeña, corrida de su lugar y apuntando a la nada. En el último, retoma la idea pero esta vez, recuerda a una expresión triste, limitadora. Llena un vacío que quizás, debería estar en su estado original, representando a la nada y a la libertad. Porque, de cierta forma, están relacionadas. La libertad es la ausencia de limitaciones y no sólo estatales.

El sujeto, respiró profundo y acto seguido, soltó. Agarró el lápiz ofrecido. Tenía miedo de darle libertad, entonces lo tomó con fuerza. Antes de ponerse manos a la obra, tenía un miedo fundamental, el miedo de abrir la boca, con la sencilla motivación de pedir un sacapuntas. Pero ese primer estorbo fue superado, el lápiz tenía punta. Así, no hay más excusas, hay que hacerlo.

Poco a poco, fue realizando el desafío. Para él no era un test, era un desafío. Dificultoso, con piedras en el camino. Movimiento a movimiento, línea a línea, fue removiendo esas piedras. Por dentro, parecía que se estaba exponiendo, desnudando, cómo si dijera secretos inconfesables y fuera a quedar expuesto. Los minutos corrieron como una carrera, veloz, incontenible. Todo a su alrededor parecía moverse a una velocidad no proporcional a los segundos que corrían.

El individuo pensó en dejar el penúltimo cuadrado vacío. Pero lo llenó gracias a un esfuerzo mental que para él, era demasiado duro. Era dejarse someter. Dibujar figuras, que no quería dibujar y aún así, lo hizo. Qué extraño que es el ser humano, cuando una voluntad se le cruza, prefiere complacerla a rebelarse. Una vez finalizado, restaba lo último. Responder a las preguntas. Cuando lo leyó por primera vez, teorizó su inutilidad, que después de la explicación, fue excomulgada.

El sujeto cerró los ojos y lo entregó.

La analizadora lo increpó - ¿no respondiste a las preguntas?.

Sin titubear, respondió-Todos los dibujos me hicieron sentir lo mismo.

Cuentos RecopiladosWhere stories live. Discover now