Mi primer decreto había sido que en el momento en el que mi muñequita decidiera atacar o aparecer, todos estarían listos para protegerla, porque ella era y siempre sería la única razón por la que había aceptado ser el líder de la Bratva. Por ella y por mi pequeño había aceptado algo que siempre había jurado no hacer.

Ella tenía la fuerza necesaria sobre mí para hacer que con un simple llamado corriera a su lado sin importarme que rompiese cientos de reglas o incluso fallar a mi propio juramento de lealtad o a los principios que me habían inculcado desde que era un niño, aunque ciertamente mi padre siempre me había inculcado que la familia estaba primero, quizás no lo había inculcado como mi padre sino como mi tío, pero yo había guardado cada una de esas enseñanzas como mi ley máxima, como todo aquello que regía mi moral y en ese momento mi familia era mi muñequita y mi hijo, era quienes me encargaría de proteger incluso si no podía estar a su lado.

Mi ceremonia de presentación había sido algo realmente simple o por lo menos así lo había visto yo, aunque habían servido del mejor vodka que podía existir en toda la unión soviética y me habían alardeado durante horas, yo no lo hacía por simple poder, el poder ni siquiera me importaba, yo lo hacía por la mujer que amaba porque quería protegerla de todo y de todos.

Ella era la única razón por la que podía convertirme en un monstruo y todo el mundo lo sabía. Se los había aclarado a cada uno de mis soldados en el mismo momento en el que me habían reconocido como una especie de rey, mi lucha siempre sería por ella y por mi hijo, mi lealtad siempre estaría con mi familia, pero de la misma forma velaría por la seguridad de cada uno de ellos.

Mi abuela había sido secuestrada por esos mafiosos, ella era la única que nadie de nosotros había logrado rescatar de ese infierno, ella era una de las cosas principales por las que quería luchar, por las que no me rendía, pero como lo habían dicho, no podíamos hacer nuestra aparición hasta el momento en el que mi muñequita decidiera aparecer.

Ni siquiera sabíamos si seguía con vida o sí esos bastardos le habían hecho daño y habían terminado con su vida, eso era una de mis más grandes preocupaciones, por lo que trataba de ser un buen líder para poder guiarlos en el momento en el que atacáramos.

Por más que habíamos intentado infiltrar alguno de nuestros soldados en las filas de esos bastardos realmente cuidaban cada uno de los detalles, Claro que sabían que podíamos hacerles lo mismo que ellos nos habían hecho a nosotros, unir a su gente en su contra; ese era el motivo por el que habían logrado ganar, de otra manera nunca lo hubiesen logrado, nos habían debilitado desde el punto en el que sabían que no podíamos levantarnos, nos habían quitado valientes soldados que tenían la lealtad hacia el ejército, los habían hecho creer una mentira.

No podía esperar el momento en el que toda la mentira del que había considerado mi mejor amigo se cayera, ese bastardo que nos había engañado y había herido a la mujer que amaba.

Habían pasado cinco meses desde mi supuesta coronación como líder de todos ellos, cinco meses en los que la desesperación me invadía por querer tener a mi muñequita cuanto antes, lo único que anhelaba era tenerla entre mis brazos, poderla abrazar y darle todo el amor que mi corazón sentía por ella. Era horrible esa necesidad de quererla y no poder tenerla, claro que podía romper las reglas como el mayor líder e intentar ir por ella, pero sabía que eso no era simplemente por mis ganas de quererla, si la ponía en peligro jamás me perdonaría eso, además de que también tenía que comenzar a velar por mi ejército y sabía que cualquier error que yo cometiera los podía poner en riesgo a ellos y a todas sus familias no era tan simple como lo creía.

Los días seguían siendo monótonos para mí, aunque Claro que tenía más responsabilidades como el líder, y por más que me había negado tenía que hacerme cargo de los negocios a los que se dedicaba la Bratva, aunque había asignado a mi primo en la mayoría, había algunos de los que yo realmente tenía que hacerme cargo. No podía delegar esas responsabilidades ni siquiera a mi consejero, quien resultaba ser el ministro, algo extraño pero beneficioso.

Sólo tú. Mi dulce salvación.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora