Tregua

69 11 7
                                    

Al día siguiente me despierto con dolor de cabeza pero después de vestirme bajo hasta el primer piso, donde se siente el aroma a desayuno recién hecho. Thomas se encuentra en la cocina y siento un pinchazo de culpa en la boca de mi estómago. Aunque lo conociera desde que éramos pequeños no podía dejar de pensar en lo mucho que había cambiado. Y la noche anterior había quedado claro que lejos de ser amistosos parecíamos un par de extraños intentando actuar con normalidad.

-¿Quieres desayunar conmigo?

Asiento tímidamente y me siento en la hermosa mesa de madera con vista al patio trasero. La luz de la mañana se colaba por los ventanales y la cocina parecía más grande de lo que recordaba. Thomas me sirve un vaso con jugo de naranja y dos tostadas recién hechas. Luego deja sobre la mesa un pequeño frasco de mermelada casera y un plato con frutas presentadas con elegantes cortes. No demoro mucho y me lanzo a beber un poco del jugo. El sabor cítrico logra despertarme por completo y me relamo los labios con placer.

-¿Tú lo hiciste?

El joven asiente y pincha com su tenedor una porción de manzana antes de llevársela a la boca.

-En el patio hay un par de árboles frutales. Cuando quieras beber algo fresco me avisas y te lo prepararé con gusto.

-Gracias -murmuro y me pierdo en la variedad de alimentos que están desperdigados por la mesa-. Parece que te gusta cocinar.

Digo aquello más como una reflexión interna que como un comentario casual. Su madre era una excelente cocinera y su comida siempre había sido mi preferida. Pero Thomas jamás estuvo interesado en aprender de ella y ahora que lo veía tan cómodo en aquel ambiente no podía evitar sentir un poco de tristeza. ¿Cuándo aprendió a cocinar? ¿Qué lo había hecho cambiar de parecer? ¿Y cuántas cosas más me había perdido de su vida como adulto?

Termino de desayunar en silencio y me atrevo a levantar la vista para mirarlo. Tiene la cara lavada y el cabello alborotado. Sus ojos rasgados estudian cada cosa que agarra antes de comerla y su mandíbula masculina se marca cada vez que bebe el jugo. Demonios. Es atractivo. Demasiado atractivo. ¿En qué momento había madurado su belleza física? ¿Por qué sus brazos se veían más largos y su espalda más ancha? Cada vez que sujetaba algo con el tenedor las venas de su mano parecían a punto de explotar y eso me distraía más de lo que quería admitir.

Sus ojos se cruzan con los míos y mi corazón comienza a galopar con fuerza. No estaba haciendo nada malo pero me siento avergonzada de que me atrapara comiéndomelo con la mirada.

-Esto está delicioso -murmuro cuando pruebo la mermelada de fresas y miro inmediatamente hacia un costado.

-Es de una granja local. Los hace una señora que vive a unos pocos kilómetros de la ciudad y deja un par de frascos en el mercado de los domingos. Podrías acompañarme a buscar más la semana que viene.

Sonrío con educación y levanto las cosas que usé para lavarlas en el lavabo mientras Thomas termina su desayuno en paz. Luego me excuso para regresar a mi habitación así podía aprontarme para el primer día de clases. Mi estómago se encontraba revuelto a pesar de haber comido bien y tengo que mentirme a mi misma diciendo que me sentía así por la universidad.

Cuando bajo por las escaleras veo a Thomas esperándome en la entrada vistiendo una hermosa camisa azul con unos pantalones negros y un bolso lleno de papeles colgando al hombro. Lleva puestas unas gafas de cristales redondos y su cabello está peinado de manera prolija, dejando al descubierto su frente y haciendo que se vea más guapo de lo que ya es.

-¿Quieres ir conmigo?

-¿A la universidad? -pregunto incómoda y cuando asiente juego nerviosa con la correa de mi cartera-. Creía que este año sólo tenías las prácticas.

Contrato De Amistad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora