Prólogo

8 0 0
                                    

Sofía buscó su sitio en el avión. Ya era el segundo, pues había hecho una escala en Roma. Sabía que ahí se subiría otra persona que se alojaría en el mismo lugar que ella así que estaba emocionada. Poco después de haber llegado, un joven de unos 17 años, alto, moreno de piel y sonriente llegó. La miró sin perder esa sonrisa.

- ¿Prácticas algún arte marcial? -preguntó de manera directa, en inglés, con un bonito acento italiano.

Sofía asintió levemente con la cabeza.

- Sí, kyudo. Entonces tú eres con el que pasaré varios meses, ¿no? ¿Qué prácticas?

- Exacto. Aikido -sonrió y rió levemente-. Vamos a ser como perritos sin hogar -bromeó-. Ha sido muy amable por parte de los organizadores proponer que nos quedemos.

- Sí -sonrió-. He oído que otros acogen a más personas... Pero hemos tenido mucha suerte. He leído sobre la Academia Ouran a la que iremos y parece impresionante. Piden unas notas increíbles y... ¿Tú sabes japonés?

El chico asintió.

- Sí, hace cinco años que lo aprendo. Voy a clases cada día. ¿Y tú?

Sofía hizo una pequeña mueca.

- Bueno, me defiendo... Hace tres años que lo aprendo, sí que voy a clases cada día también, pero me da miedo que sea demasiado duro...

- No te preocupes, podremos ayudarnos -le dijo él-. Por cierto, me llamo Enrico, ¿y tú?

- Sofía. ¡Cierto! Perdona, ni siquiera pregunté tu nombre.

Los dos rieron y siguieron hablando de banalidades mientras el avión despegaba. Les esperaban muchas horas de vuelo, once, así que tenían mucho tiempo por delante.

Durante el vuelo estuvieron revisando las bases de japonés para cuando llegaran a la casa donde los acogían. Sabían que era la casa de los Morinozuka, que no estaba muy lejos de la de los Haninozuja. Las dos eran grandes familias en las artes marciales (o budo), aunque los Haninozuka en judo y karate, además de su forma especial de arte marcial puramente familiar, y los Morinozuka se especializaban en kendo. No practicaban las mismas artes marciales, pero aún así los acogían en la casa de los Morinozuka. Al parecer, las dos familias tenían hijos de su edad y los padres de familia pensaron que sería más fácil para todos los temas de escuela. Al ser familias importantes, Enrico y Sofía imaginaron que lo más seguro era que fueran familias algo adineradas.

Ninguno de los dos había ido antes a Japón, por lo que hablaron de los lugares que les encantaría visitar y todo... Quedándose en Tokio, no sería muy difícil.

Llegaron a Tokio al día siguiente. Habían conseguido dormir en el avión, que era muy cómodo. Sabían que la familia Haninozuka había pagado los billetes de avión y habían escogido buenos lugares para que el viaje fuera ameno.

Al llegar a Tokio era mediodía y un chofer fue a buscarlos para llevarlos a la casa de los Morinozuka. Más que una casa, pensaron al llegar delante, era una enorme mansión. El exterior era de estilo bastante tradicional, aunque al entrar no les dijeron de quitarse los zapatos. El interior era bastante moderno, aunque con toques tradicionales que a Sofía le parecieron preciosos.

Los llevaron a sus habitaciones enseñándoles aquella mansión.

- Este es el pasillo donde están la mayor parte de los aposentos. Aquí el de Satoshi-sama, el menor de los Morinozuka, y este es el de Takashi-sama, el mayor. Los vuestros son estos dos -dijo la mujer que los estaba orientando en aquella gran casa-. El de la izquierda es el de Sofía-sama y el de la derecha el de Enrico-sama.

Enrico sonrió levemente al oir su nombre pronunciado con ese acento japonés, le parecía adorable. Los dos hicieron una leve inclinación antes de decir al mismo tiempo:

- Arigatō gozaimasu.

La mujer les sonrió levemente y los dejó instalarse y descansar. Aquella noche sería importante pues se celebraba una pequeña fiesta de bienvenida para las personas que ya estaban allí, donde también estarían personas de la organización. Por eso tanto Enrico como Sofía se pasaron un buen rato durmiendo.

Academia Ouran - Nuevos en la escuelaWhere stories live. Discover now