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Gloria comenzó a poner lo que había traído el delivery sobre el escritorio de su jefe, aquel que momentos antes había devorado su boca.

—Emm... aquí está el desayuno —dijo avergonzada al verlo.

Enrique se acercó al escritorio, pero hacia el lugar en el que estaba ella y la rodeó.

—El desayuno se ve muy bien, pero no más que tú, Gloria.

Ella dio un respingo y pasó al otro lado del escritorio y rio con nerviosismo.

—Se te enfriará el café, Enrique —alegó la joven.

—Mientras que no seas tú la que se enfríe, estaremos bien.

La joven siguió sonriendo y prefirió agarrar el vaso descartable de café para llevárselo a los labios e intentar no pasar tanta vergüenza.

A Enrique le gustaba jugar con Gloria y verla sonrojada. Sabía que entre ellos podría salir una buena aventura en la empresa, eso le ayudaría a dejar de quebrantarse tanto. Estaba enfocado en sacar adelante el negocio, pero también quería consentirse un poco. Podría mezclar trabajo y pasión en un mismo lugar,  era el jefe, ¿qué más podría pasar si se trataba de algo de mutuo acuerdo? Además, ella era mayor de edad.

Después él se acercó a ella para beber el café.

—Si por la tarde estarás ocupada, ¿qué te parece de noche? Te invito a cenar... —habló Enrique, decidido a conseguir una cita.

—¿Algo como una cita? Nunca tuve ninguna cita. Como mucho iba al cine con mis amistades y después a comer unas hamburguesas.

—Sí, una cita, Gloria.

—No lo sé, debo preparar a mis padres, no creo que quieran que salga con mi jefe.

—Y menos si les he hablado mal de mí.

—Exactamente. ¿Y si quedamos para la próxima semana? Así tengo toda esta semana para hablar bien de ti y convencerlos de que no eres un haragán despreciable.

—¿Sabes que debería despedirte por esas palabras?

—Sí, pero usted empezó con el sincericidio.

—Está bien, soportaré una semana para salir contigo y lo haré solo porque sé que te veré toda la semana.

—Si no se le antoja faltar... —dijo bromeando.

Los dos comenzaron a tomar el café en compañía de un par de masas dulces.

Enrique se sentía como todo un jovenzuelo de dieciocho años cuando conversaba con Gloria y no era porque ella fuera a hablar como niña, sino que él se sentía emocionado como uno. Ese era el valor que tenía la conquista, la adrenalina que le daba tenerla con él, sabiendo que ambos se gustaban.

Al acabar con el café y los bocadillos, Gloria cogió sus cosas para poder retirarse. Era tiempo de regresar a su casa.

—Me tengo que ir —comunicó Gloria.

—Te dejaré ir porque tienes cosas que hacer, pero no te escaparás el próximo sábado —habló Enrique que se acercó a ella y se apoderó de sus labios otra vez.

Sus lenguas volvieron a encontrarse en aquella fiesta de atracciones que sentían. Como cualquier otros seres que querían besarse por mucho rato hasta que ambos se gastaran, era lo normal después del primer flechazo. Ellos ya habían confesado sus pensamientos y emociones con respecto al otro. No existían secretos, estaban al descubierto y solo les quedaba explorar un de lo que sentían para saber si eso explotaría en algo bueno o sería algo pasajero.

Cuando se separaron, ella continuó su camino hacia el ascensor. Trataba de disimular su cara de felicidad, al abrirse la puerta, Gloria entró en él echó un último vistazo a Enrique antes de que las aberturas metálicas se deslizaran para cerrar.

Reflejada en el espejo cerró los ojos y sonrió de oreja a oreja, emocionada por aquel encuentro. No se había imaginado que algo así pudiera pasar. Se le estaba cumpliendo un sueño y ella no lo podía creer. Podrían ser coincidencias de la vida y dependía de ella aprovechar la oportunidad.

Se sentía en una nube de felicidad. Ser correspondida era lo mejor que le podía ocurrir a cualquiera y por eso no podía contener su emoción.

Al bajar del ascensor se despidió del guardia de la entrada y fue a buscar el vehículo de su madre. Se subió a él, giró la llave y encendió el aire acondicionado.  Dejó a un lado su mochila y golpeó sus manos llena de felicidad, como si fuera una niña con juguete nuevo. ¿A quién se lo contaría? Obvio, a su amiga María. Ella no trabajaba y solo se dedicaba a estudiar, pero cada cierto tiempo se reunían los sábados para comer algo. Las dos no tenían ningún novio que les perturbara la vida, aunque sí siempre existía algo o alguien del cual hablar bien o mal.

Una vez que recuperó la compostura, pudo poner en marcha el vehículo para regresar a su casa. Durante el trayecto no pudo dejar de pensar en lo que ocurrió entre ella y Enrique. La sonrisa que tenía en la cara no desaparecía con nadie, ni siquiera con las personas que iban lento en el tráfico y que con frecuencia le ponían con los nervios de punta. Ese día era maravilloso, único y perfecto. No cambiaría nada de él, ni siquiera las millones de maldiciones que había dicho camino al trabajo. Gracias a Dios o al Diablo que se le había ocurrido mentir. Fue muy afortunado.

Dejó el automóvil estacionado frente a su casa, cogió su mochila y la colocó a su hombro.

—Me dijo tu mamá que «el insufrible» fue a la oficina —comentó su papá sentado con su periódico del sábado.

—El insufrible es mi jefe y es alguien bueno.

—¿Desde cuándo? ¿Te golpeaste la cabeza, Gloria? Todos los días te pasas hablando pestes y culebras de él y ahora resulta que es un santo.

—No es un santo, pero no es tan malo como yo pensaba...

Ella tenía la difícil tarea de limpiar el nombre de Enrique que la misma Gloria se encargó de ensuciar. Lo hizo porque en aquel entonces el mismo Lic. Trociuk, padre del nuevo jefe, no había dejado de maldecirlo, era un hecho que ese hombre murió porque su hijo lo decepcionó y eso lo sabían sus padres. ¿Cómo les diría que él le había invitado a salir?

Buenas tardes! Después de mucho les traigo otro capítulo de esta novela. Ya saben que tuve un fin de año de infierno y el principio del nuevo vamos maso jajaja. El 2024 se viene fuerte. Esperemos que pronto pueda seguir avanzando con esta historia sin tanta pausa.

Mi inocente secretaria Where stories live. Discover now