Dasaitewa

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La abuela de Aswara era demasiado mayor como para intentar persuadir a su nieta y eso atemorizaba a todo el clan, pues sólo la abuela era capaz de hacer a la joven entrar en razón. La noticia no había pillado por sorpresa a nadie, conocían demasiado bien el ímpetu indomable de la joven y eran conscientes de que nada en aquel devastado mundo suyo podía someter su voluntad, sólo su abuela y las caricias de Yaniktis tenían aquella habilidad. La cercana muerte de la abuela y la ausencia del amante de Aswara propiciaban el contexto perfecto para que aquella joven em·ghul cometiese una temeridad y todo el clan temía que una mañana ya no estuviese allí. Sabían que no era un temor infundado, era más bien la angustiosa espera de algo que irremediablemente sucedería y que efectivamente acabó sucediendo.

Los em·ghul, poblaciones centauras en su mayoría, habían sufrido a lo largo de los milenios la persecución y el genocidio por parte del Magnoimperio, uno de los territorios élficos más grandes y poderosos, hasta que se había construido el Muro, aquello que los em·ghul llamaban de múltiples maneras. El clan de Aswara lo llamaba Dasaitewa, el Muro Que Da Muerte, pues eso era lo único que emanaba de aquella fortificación que cruzaba la tierra de norte a sur, desde las costas septentrionales hasta las meridionales. Sólo tenía una puerta, la Gran Puerta Occidental, custodiada por los elfos imperiales para impedir que los em·ghul pudiesen penetrar en lo que consideraban su territorio. El principal problema del Dasaitewa era que los em·ghul eran criaturas nómadas y habían vivido históricamente deambulando por todo el mundo en libertad, en su naturaleza estaba la necesidad de vivir sin restricciones, sin apegarse especialmente a ningún lugar. El mundo era su hogar y la cultura élfica imponía fronteras, barreras que no eran naturales y que a ojos de cualquier em·ghul eran una aberración que iba a en contra de lo que el mundo era por esencia, un medio sin propietario y sin más límites que los que la propia geografía marcaba. Como consecuencia de la construcción del Dasaitewa, las poblaciones em·ghul quedaron divididas a ambos lados del Muro, por lo que incluso algunos clanes habían quedado fraccionados. Así fue como Aswara perdió a Yaniktis, que junto a su clan había quedado atrapado más allá del Muro. Toda esperanza de poder tener una vida a su lado se había desvanecido, sólo era otra de las múltiples víctimas del Muro Que Da Muerte.

El inicio del sexto milenio era un momento turbulento para cualquier em·ghul porque a pesar del malestar que el Muro provocaba en ellos, el estoicismo había comenzado a extenderse entre todos los clanes y poca gente seguía mostrándose furiosa y beligerante, la mayoría había optado por resignarse y había emprendido la marcha hacia el oeste, alejándose del Dasaitewa hacia los confines del mundo para olvidarse de todo aquello que el Muro representaba. La discriminación, el genocidio, la ruptura del mundo que los em·ghul siempre habían considerado una unidad inseparable... Todo eso quedaba a la vista cuando observaban el Muro en su silencio inquebrantable, la mayoría de clanes prefería intentar dejarlo atrás y ceder a las futuras generaciones una realidad menos dolorosa y descorazonadora. Uno de esos clanes era el de Aswara, pero no todo el mundo estaba de acuerdo con aquella decisión y ella era consciente, así que quiso aprovechar aquella circunstancia para que su mensaje calase entre los demás, pero no tuvo suerte. Nadie la seguiría en una empresa suicida para morir a los pies del Muro, a aquellas alturas nadie creía ya que derribarlo fuese posible. Finalmente, Aswara se cansó de esperar y una mañana el clan despertó sin ella.

Los rumores sobre la Dasaieqanya, La Que Araña El Muro, se extendieron rápidamente de clan en clan hasta llegar al clan de Aswara. Supieron al instante que era ella, encajaba a la perfección con lo que se contaba de aquella extraña que había aparecido de pronto frente al Muro y había comenzado a atacarlo, inicialmente con un pico que había acabado rompiéndose y después con sus propias manos. Había sido el hazmerreír de todo el que pasaba por allí al principio, sólo era una desesperada enloquecida con anhelos irrealizables, pero a medida que pasaban los días y las noches, la Dasaieqanya atraía más miradas y protagonizaba más rumores. Decían que tras haber roto el pico, había arañado la fría piedra del Muro con sus uñas hasta desgastarlas por completo e incluso entonces permaneció allí, golpeando el Dasaitewa con los puños, con rocas y con las pezuñas. Sus gritos se oían incluso más allá de la muralla, donde se decía que los soldados elfos habían comenzado a inquietarse. Em·ghul de más allá del Muro acudían allí para gritar y animarla, algunos habían llegado a golpear el muro también, claro que nadie del otro lado era capaz de saber eso a ciencia cierta. Los que estaban al otro lado le llevaban a la extraña comida y agua para apoyarla, por eso Aswara no perdía las fuerzas y seguía día y noche aferrada al Muro, disociada completamente de la realidad. Ella no veía sus manos ensangrentadas manchando la piedra intacta del Dasaitewa ni el temor que se percibía en la mirada de quienes llegaban allí para apoyarla o quienes se contentaban únicamente con observar en la distancia. Aswara era completamente ajena a la locura que se percibía en ella, se había perdido completamente en una espiral de dolor que se alimentaba de la ausencia de Yaniktis. A pesar de que su realidad personal empeoraba por momentos, se extendía entre los clanes su ánimo revolucionario y sus ansias por quebrantar aquello que el Magnoimperio les había impuesto.

A principios del sexto milenio no se habían apagado todas las hogueras del odio hacia los Pueblos Místicos como el de los em·ghul, especialmente en el Magnoimperio, donde se mantenía la esclavitud hacia las razas místicas y donde el nombre de la aclamada Dasaieqanya era sinónimo de una utopía inmaterial en la que el dominio élfico ya no existía y en el que el Muro había caído, utopía que bajo la mente de los imperiales era más bien una distopía cada vez más factible. Los linajes poderosos afiliados al poder imperial comenzaban a no ser capaces de esconder su inquietud y el Emperador Dalnamwin estaba al corriente sobre el peso que aquella fantasmagórica Dasaieqanya estaba adquiriendo en su tierra, tanto entre sus congéneres como entre sus subordinados. Quizá una em·ghul no representase una amenaza por sí misma, pero su capacidad de infundir la certidumbre de que la Liberación Mística se produciría finalmente atacaba el proyecto político que Dalnamwin tenía en mente para el Magnoimperio. Esto lo llevó a redactar un documento que sería entregado al Alto Conde Dalrias, su lejano pariente del Alto Condado de Wadynn, ordenando que esa Dasaieqanya fuese eliminada cuanto antes.

Aswara ya había dejado de ser Aswara en sus últimos días. Mientras su muerte se gestaba por parte de las autoridades imperiales del Magnoimperio, ella seguía anclada a los pies del Muro, físicamente acabada y mentalmente anulada. Su vida había dejado de ser suya, sólo era una extensión temporal de la amarga pena que la había consumido. Ya no hablaba, de hecho no era capaz de pensar en otra palabra que no fuese el nombre de Yaniktis, al cual a veces sucedía el de su abuela. Quizá si alguno hubiera estado allí habría tenido fin su pesar, pero es más probable que en aquellos días ya no tuviese capacidad ni para reconocerlos a ellos, apenas se reconocía a sí misma. Aswara había quedado atrás, ahora sólo era la Dasaieqanya, una personificación del aciago destino que los em·ghul y el resto de Pueblos Místicos llevaban enfrentando generacionalmente desde el empoderamiento de la raza élfica.

El Alto Conde Dalrias Wadynnel pudo vislumbrar que la Dasaieqanya no era fantasmagórica únicamente porque la mayoría no la había visto jamás. Su cabello estaba sucio y caía tieso a su alrededor, mezclándose con su piel negra embadurnada de sudor y sangre, las puntas de los dedos completamente consumidas y reducidas a muñones ensangrentados. Había dejado de comer aquello que otros se atrevían a llevarle, sus huesos se marcaban rígidos bajo la piel, y su mirada era la prueba de que aquella criatura llevaba muerta mucho tiempo antes de que Dalrias diese la orden de matarla a sus soldados. La primera flecha le atravesó el pecho desnudo, la segunda el cuello y la tercera el hombro. Aswara se tambaleó unos instantes, todavía frente al Dasaitewa, hasta que finalmente sus piernas flaquearon y su cuerpo se desplomó sobre el suelo. La hierba verde a su alrededor se manchó debido a la sangre y dejó de mecerse ante el asedio constante de la brisa, parecía que la muerte de aquella criatura la había impactado.

La noticia de que la Dasaieqanya había muerto corrió más rápido que cualquier otra, pronto todos los clanes em·ghul al oeste del Muro fueron conscientes de ello, incluido el de Aswara. Su viaje hacia el oeste había sido fructífero, pues habían conseguido asentarse en unas llanuras desde las que el Dasaitewa no podía verse y la calma que se respiraba allí ayudaba a olvidar que existía. La muerte de Aswara fue un cruel baño de realidad que devolvió al clan el execrable presentimiento de que no existía un lugar en el mundo en el que poder empezar de cero. La abuela de Aswara murió días después de conocer que su nieta lo había hecho, pero lo hizo con el suplicio que implicaba su privilegio, pues mientras ella moría por naturaleza, su amada nieta había perecido bajo el Dasaitewa. Antes de morir pronunció las palabras que acabarían sacudiendo a todo el clan. "¿Adónde iremos cuando el Dasaitewa sea visible desde aquí? Ojalá no tener que irme con esta inquietud, pero mucho me temo que mi tiempo con el clan ha llegado a su fin y no seré yo la que de con la respuesta". El clan se agitó al comprobar que la sombra del Dasaitewa llegaba hasta allí y no tardó en unirse a otros clanes que también se habían agitado ante la historia de la Dasaieqanya. Su asesinato no era una muerte más, era un nuevo intento del Magnoimperio por vigorizar su opresión sobre los em·ghul, por mantener su férreo control sobre el mundo y sobre toda aquella criatura que vivía en él. El asesinato de Aswara no sirvió para alejar a los em·ghul del Muro y de las tierras que los imperiales se habían ido apropiando con el correr de los siglos, más bien había tenido el efecto contrario, ahora una horda entera de clanes distintos marchaba hacia el Dasaitewa coreando el mismo lema, Takh Dasaitewa (Abajo el Muro Que Da Muerte), pero la Wadyobu, la Guerra del Muro, todavía estaba por llegar. 

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⏰ Last updated: Dec 05, 2023 ⏰

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