Rey escondido

Dolor

La puerta fue cerrada con más fuerza de la necesaria, el portazo se deja ir con claridad a lo largo y ancho de toda la pequeña cada, aun así, ella no reacciona ante el ruido. Con la vista fija en aquella pequeña mancha en la pared bebe pequeños sorbos de café, recordando aquel día como si tan solo hubiese sido ayer, recordando quinees y como aquella insignificante mancha había nacido. Toma otro sorbo de su café antes de cerrar los ojos, sintiendo el cálido vapor de la bebida caliente en su rostro.

Un pequeño niño, de escasos cuantos años, corría por la casa siendo perseguido por un hombre de treinta y largos. El pequeño infante reía a carcajadas limpias mientras esquivaba con agilidad, desde su propio punto de vista, cada intento de su padre por atraparlo. Desde un sillón una joven de veinte años los observaba con una pequeña sonrisa en el rostro, disfrutando aquel juego que ambos mantenían y que hacia inmensamente feliz al más pequeño.

_ ¡Te atrape pequeñín!

El más pequeño pataleta entre carcajadas estando entre los brazos de su padre, antes de ser colocado sobre uno de los sillones para luego enfrentarse a un ataque de cosquillas. Él niño ríe al igual que su padre mientras que la madre, a escasa distancia, sonríe con ternura ante las súplicas por ayuda que el pequeño risueño hacía en su dirección.

_ Nadie te ayudará pequeño travieso.

Afirma el hombre, con una gran sonrisa en el rostro, sin dejar de hacerle cosquillas. El pequeño ríe cada vez más fuerte y por momentos su risa era cortada por ataques de tos.

_ Es suficiente, deténganse los dos.

Pide la mujer con calma, el hombre ríe y tras una última cosquilla abraza el cuerpo del más pequeño, quien con la boca bien abierta intentaba recuperar el aliento perdido...

Sonríe, recordar momentos como aquellos hacían que su pecho se oprimiera con fuerza y el deseo de regresar a ellos crecía desmesuradamente. Durante aquellos tiempos no existieron preocupaciones, no había peleas mucho menos gritos, por la casa se escuchaban las risas del pequeño Cristian que corría de lado a lado sin nunca llegar a cansarse. Deseaba recuperar aquellos días durante los cuales fue tan feliz. Ahora todo era distinto, estaban rotos , durante los últimos cuatro años la relación con su hijo se había deteriorado. Cristian no veía una madre cuando la miraba, solo veía basura y aunque no lo dijese ella lo sabía, su hijo mayor la odiaba con todas sus fuerzas y no importaba lo que hiciese o dijese él continuaría odiándola de esa forma.

Lamentaba el momento en que las discusiones comenzaron a hacerse comunes en la casa, primero con Maximiliano y al poco tiempo con su querido hijo que siempre defendía a su tan grandioso padre. La llegada repentina de Sebastián había calmado aquella guerra sin fin en la que los tres se habían enfrascado, hasta la más simple tontería ocasionaba gritos. Aquellos fueron los últimos nueve meses más tranquilos que logro tener, meses durante los cuales Maximiliano era atento y cariñoso, mientras que Cristian se ilusionaba con cuidar del pequeño ser que crecía en su interior.

¿Como es que todo termino de esta forma?

_ Nadie lo entendería_ susurra observando el fondo blanquecino de la taza, perdiéndose por escasos segundos en los pequeños granos de café que descansaban en el fondo. Suspira, no encontraría ninguna respuesta en una simple taza.

Nunca nadie sería capaz de entenderla, para todos ella era la peor madre del mundo, era la zorra que se metió con un hombre catorce años mayor. Siempre seria la mala ante los ojos de todo el mundo, pero lo que más le dolía era ser la mala ante los ojos de sus hijos. No lo demostraba, pero los amaba con todo su corazón, el no poder darles lo que se merecen, el provocar que su padre los abandonara era lo que la atormentaba todos los días, pero aun así una parte de sí misma continuaba creyendo que la culpa era suya.