CAPÍTULO DOS

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Me desplomé contra la puerta cerrada, aliviada de haber conseguido que saliera de casa. Sin embargo, las dudas volvieron a asaltarme a toda velocidad. Seguro que no tenía tan mal aspecto... ¿no? Mis amigas me habrían dicho que mi conjunto parecía... ¿Qué palabra había usado mi madre? ¿«Barato»? De hecho, mi elegante sujetador no era precisamente barato, aunque, para mí, había sido una ganga, ya que lo había comprado de oferta. Aunque no podía presumir de eso con ella.

El refrán en inglés que más le gustaba usar a mi madre conmigo era una versión confusa de «¿Para qué comprar la vaca si puedes tener la leche gratis?», cuya ironía no se me escapaba, ya que las llamases como las llamases, las trabajadoras sexuales cobraban un salario.

Volví a mirar mi teléfono. Rhys llegaría en cualquier momento. En realidad, no tenía tiempo de cambiarme, pero, de todos modos, subí las escaleras corriendo, de dos en dos, y me puse una sencilla sudadera gris. Solo por si acaso. Empleé otro minuto en colocarme bien cualquier mechón suelto y enjuagarme la boca y volví al piso de abajo justo cuando estaba aparcando en el camino de acceso.

Respiré hondo dos veces, contando hasta ocho con cada exhalación. Cuando llamó a la puerta, volví a contar hasta cuatro para que no pareciera que había estado esperándolo detrás de la puerta.

—Ey, hola —dije, abriendo de par en par.

—Hola.

Como de costumbre, tenía los hombros bien formados encorvados, como si quisiera disculparse por ser mucho más alto que yo. El pelo oscuro y rizado le caía sobre la cabeza en todas las direcciones, como si acabara de despertarse, y, por debajo de la camisa de franela desabrochada, le asomaba una camiseta negra desteñida. Dicho de otro modo: estaba perfecto.

Por un instante, me permití fantasear con que me saludaba con un abrazo y un beso, como si fuese una novia en condiciones, en lugar de tener que esperar hasta que estuviéramos en mitad de la sesión de estudio para que diera el paso. Sin embargo, enseguida me obligué a volver al presente antes de que dijera por error algo que lo asustara. Tal como estaban las cosas, ya le había costado tomar la iniciativa; no necesitaba que adivinase que le había invitado como una manera sutil de establecerme en su vida con mayor firmeza.

—¿Qué grupo desconocido llevas puesto hoy?

Hice un gesto con la cabeza en dirección a su camiseta parcialmente oculta. Debía de tener docenas de ellas, todas retro, cortesía de la obsesión de su padre por los conciertos durante los noventa. Mientras todo el mundo compraba réplicas de segunda mano en Target o Urban Outfitters, Rhys tenía una colección interminable de originales, todas descoloridas y con el estampado descascarillado, como si él mismo se las hubiera puesto miles de veces. De normal, las llevaba escondidas bajo una camisa, una sudadera o cualquier otra prenda inocua, pero los bordes andrajosos le asomaban por el cuello y la cintura y yo, por supuesto, me esforzaba mucho para que no me pillaran mirándolos durante las clases.

Se abrió la camisa de franela y reveló la imagen de una persona sentada en una silla eléctrica con medio cuerpo transformado en un esqueleto.

—Metallica. —Ante mi mirada confusa, se le doblaron las rodillas y echó la cabeza hacia atrás, ahogando una súplica—. ¡Venga ya, June! Es uno de los grupos más famosos de todos los tiempos. Fueron ellos los que inventaron el trash metal. ¿Has estado viviendo debajo de una piedra?

No quería admitir en voz alta que no tenía ni idea de quiénes eran, a pesar de que ya resultaba bastante obvio que era así. Era molesto y, a la vez, terriblemente sexy que, de algún modo, además de ser adorable, Rhys fuese culto y también estuviese versado en cultura pop. Se supone que la gente no tiene que ser buena en todo, ya que eso no es justo para los demás. ¿Por qué nunca nadie quería preguntarme por mis conocimientos sobre compositores clásicos?

Mis chicos *primeros capítulos*Where stories live. Discover now