Nota de la autora

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Formar parte de la diáspora asiática (y, además, solo a medias*), siempre ha sido una barrera en mi vida que me impedía acceder a mi cultura de una manera que me resultase completa. En su lugar, arrancaba fragmentos de ella, desesperada por construir algo que me ofreciera seguridad con respecto a mi lugar en el mundo. Durante mi infancia, no había demasiado a lo que aferrarse: Claudia Kishi de El club de las canguro, la power ranger amarilla de Power Rangers y Michael Chang (el único asiático estadounidense que haya ganado el título del Grand Slam). Entonces, en torno a los diez u once años, vi El club de la buena estrella. La historia de Amy Tan sobre cuatro madres chinas y sus hijas nacidas en Estados Unidos, una de las cuales se llamaba June, resonó conmigo a un nivel diferente. Ahí tenía una película en la que asiáticos y asiáticos estadounidenses ocupaban todos los papeles principales, ofreciendo diferentes representaciones del conflicto entre la primera y la segunda generación, así como de lo que significaba ser chino-estadounidense. Al fin me vi representada de una manera que me parecía completa y auténtica, por lo que codifiqué aquella película como una parte fundamental de mi ser, como si fuera un pensamiento central de la película Del revés.

En un detrás de las cámaras que se escribió décadas más tarde, se reveló que el director, Wayne Wang, comprendía el impacto potencial que una película semejante podría tener en la comunidad de asiáticos estadounidenses de aquel momento, por lo que decidió no limitar el reparto a actores de etnia china. En su lugar, permitió que asiáticos de cualquier procedencia (incluidos aquellos que fueran birraciales) pudieran presentarse a las audiciones, consciente de lo limitadas que eran de por sí sus posibilidades en Hollywood. Hasta entonces, no se me había ocurrido que yo había hecho exactamente lo mismo con mi vida. Nunca me había importado que Claudia Kishi fuera japonesa; que Thuy Trang, la actriz que interpretaba a la power ranger amarilla, fuese vietnamita o que Michael Chang fuese chino. Todos éramos asiáticos estadounidenses y, por lo tanto, estábamos unidos en nuestra lucha por la visibilidad y la aceptación.

Con esto en mente, creé a June Chu, la protagonista estadounidense de origen taiwanés de Mis chicos. Al igual que El club de la buena estrella o yo misma, June se esfuerza por encontrar el lugar que le corresponde en el continuo entre ser asiática y estadounidense y se enfrenta a la cuestión de lo que significa ser taiwanesa. Y, si bien la historia no trata de forma exclusiva la búsqueda de la identidad étnica de June, me resulta imposible separar la experiencia de formar parte de una minoría en los Estados Unidos con otros aspectos de la vida, sobre todo cuando se trata de las relaciones.

Muy a menudo, se reduce a las adolescentes a estereotipos sexuales y se les enseña a interiorizar dobles raseros misóginos. Con la falta de comunicación y educación con respecto a estos asuntos en nuestra comunidad, las jóvenes asiáticas estadounidenses son especialmente susceptibles a sufrir dichas injusticias. Tengo la esperanza de que leer sobre las experiencias de June sirva para evitarles a algunas de ellas el dolor de tener que aprender estas lecciones de primera mano, incluso aunque no compartan el mismo trasfondo exacto. La aceptación de uno mismo (ya sea a nivel sexual, racial o de otro tipo) es un acto radical, en especial en una sociedad que subestima e infravalora de forma sistemática a las chicas como June. Su viaje para descubrir su valía como chica es igual de importante que el que emprende para desentrañar su herencia cultural.

La identidad puede ser un asunto peliagudo, sobre todo cuando intentas navegar el control inevitable que se produce sobre la «autenticidad», tanto por parte de aquellos que están dentro como fuera de dicha identidad. Sin embargo, la verdadera lucha se encuentra en la cantidad de representación que nos ofrecen desde el principio. La experiencia de todo asiático estadounidense es única y desearía que nos dieran el espacio necesario para poder explorar todos y cada uno de esos matices en lugar de tener que controlarnos para encajar en el material que ya existe. Nuestra presencia en la cultura predominante ha crecido exponencialmente desde el lanzamiento de El club de la buena estrella, pero, al mismo tiempo, no es suficiente, se mire como se mire. Espero que cualquier persona que se vea reflejada en este libro tenga cientos de oportunidades de verse reflejada en otros lugares porque, si bien mi June recibe el nombre de aquella June, doy gracias por todos los autores asiáticos estadounidenses que tallaron el espacio suficiente para que yo pudiera compartir mi historia.

*Esto lo digo en sentido irónico, ya que es algo que me han dicho en bastantes ocasiones. Por favor, sed conscientes de que no hay un porcentaje mínimo o unos requisitos visuales para que una persona sea considerada asiática y que si tú, al igual que yo, eres birracial, eres válida tal como eres.

Anna Gracia

Mis chicos *primeros capítulos*जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें