Capítulo 4 | Silencio al otro lado de la línea

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[04] Silencio al otro lado de la línea


Dylan

—No me puedo creer que volvamos a tener de profesor a Russell —masculla Eliott con brusquedad, atravesando el abarrotado pasillo de la universidad—. Esto es una pesadilla de la que nadie nos salvará.

Russell es uno de los profesores más temidos de la escuela de Negocios por su rigorosa e insana forma de dar su cátedra. Había una posibilidad del 50% de que nos tocara otro profesor —de la que todos nos aferramos— pero esta quedó en el olvido en el momento que Russell, con su típico traje marrón, barba canosa y ceño fruncido, pisó el aula a las diez de la mañana. Si algo aprendí de ser alumno de este sujeto, es entender que todo lo irrita. Por ello, y para ahorrarme malestares, evito usar la capucha de mis sudaderas y juguetear con la punta de los bolígrafos, me mantengo lo más silencioso que puedo y limito a hacer preguntas en los espacios silenciosos que deja para nuestro uso.

En la Universidad de Ledingham el nivel de exigencia es la que la ubica en una lista de las universidades más difícil de ingresar y egresar. Desarrolla un sistema académico intenso, brida un sinfín de posibilidades para tomar clases o materiales extras, tiene los mejores maestros con años de experiencia y ofrecen becas completas a aquellos con un impecable historial académico. Desde fuera suena a una universidad de ensueño que te abrirá las puertas a un buen futuro; pero, una vez dentro, ese concepto romantizado se distorsiona por el golpe de realidad que los estudiantes atravesamos.

Por ejemplo, para lograr un promedio pasable nos debemos someter a una exigente rutina de estudio que aumenta en épocas de exámenes. Eso significa que, como mínimo, se pasan tres horas diarias entre páginas, más otras dos si tienes algún proyecto que preparar.

Todos sabemos que la universidad se trata, sobre todo, de resistencia; sin embargo, lo difícil de obtenerla son los sacrificios que debes hacer en el proceso, y de los que muchos, por no querer o poder, terminan fallando.

Frente a mi casillero, busco en mi bolsillo la llave, dejo mis pertenencias de forma ordenada y vuelvo a pasarle seguro, para luego, de brazos cruzados, ubicarme a un lado del casillero de Eliott. Este pelea con sus cosas para que entren en el minúsculo espacio metálico.

—¿Se puede saber por qué estás tan callado? Sé que eres de pocas palabras la mayor parte del tiempo, pero...

—No me ha respondido —lamento en un suspiro.

Han pasado tres días desde la última vez que supe algo de Evelyn.

El domingo cuando vi una notificación de un perfil bastante particular, lo asocié rápidamente con ella y envié un mensaje que me dejó dando vueltas en mi habitación como un chiquillo nervioso. Mas no recibí una respuesta, tampoco lo ha leído. Esa noche dormí con el teléfono en mano pensando en que recibiría una contestación suya, lo cual hasta ahora no ha pasado y empiezo a dudar de que llegue a suceder. Tres días. Quizá insignificantes, pero, para lo que se supone acordamos, es sumamente extraño.

Y eso solo aviva mis dudas.

—Sigues empeñado en que sí era su cuenta. Dylan, tal vez te equivocaste.

—Sé que era de ella.

—¿Entre toda la gente que reacciona a diario a tus publicaciones?

Tampoco es que haya sido muy cuidadosa al crearse un perfil anónimo.

En vez de responderle lo mismo por décima vez, volteo a apoyar mi frente contra el frío metal del casillero de un desconocido. Doy una débil patada con los parpados apretados. A pesar de que el pasillo está repleto de estudiantes por ser la hora del almuerzo, cada quién está en su mundo como para prestar atención a mi flaqueo interno.

La rebeldía de nuestra melodía | Libro 2Where stories live. Discover now