Capítulo 5

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Irina:

— ¿Alex? — le pregunté quedándome de piedra

Él me miró aún con los ojos muy abiertos, y sacó un estuche de su mochila.

— ¿Qué haces aquí? — me preguntó después de un silencio

— Estudiar inglés — le respondí sabiendo que la respuesta era más que obvia

Nos quedamos unos segundos mirándonos a los ojos. Él tenía unos ojos de un verde precioso. Eran color esmeralda, y tenían alguna emoción oculta que no supe descifrar. Me quedé perdida en ellos durante unos segundos, cuándo me dí cuenta de que me había quedado mirándole mientras pensaba en mis cosas.

A veces, cuándo algo me gustaba y me transmitía tranquilidad y confianza, me quedaba mirándolo fijamente, y me quedaba pensando en mis cosas. Pero aquella vez, cuándo me quedé mirando esos ojos verdes, se me quedó la mente en blanco. Me dejé arrastrar por las ganas de sumergirme en esos ojos, cómo si fuesen lagunas, para quedarme nadando por siempre en ellos.

El golpe de los libros contra la mesa que la profesora acababa de dejar, me sacó de mi ensoñación. Y también lo sacó a él de la suya. Él también se había quedado mirándome a los ojos, y la profesora se dió cuenta de ello, por lo que soltó con fuerza los libros en la mesa, provocando el ruido que nos despertó de aquello.

La profesora nos miró y momentos después, siguió repartiendo los libros al resto de los compañeros.

— ¿Qué tal tu lectura?

— ¿Te refieres a "A través de mi ventana"? — Él asintió — Me lo acabé el sábado. Es un libro muy chulo. — le aseguré tratando de sonar agradable

— ¿Te lo acabaste en un día?

— Más bien en unas seis horas — le respondí cómo si nada

— ¿Seis horas? — me preguntó incrédulo

— Sí. Hasta me olvidé de comer. — Le dije, cómo si fuese lo más normal del mundo.

Cuándo un libro de verdad conseguía engancharme, me olvidaba de todo lo que me rodeaba. Solo éramos el libro, y yo. Se me olvidaba comer, y si mi padre me llamaba, no contestaba porque por que no me daba cuenta de que el teléfono estaba sonando. Más de una vez, papá me había regañado por no estar pendiente, y me había dicho que cuándo estaba sola en casa, qué no leyera.

Mi casa no era precisamente pequeña, y aunque tuviese la alarma puesta, mi padre no quería que leyera porque si entraba alguien y yo estaba leyendo, no me daría cuenta. Y cuándo lo hiciese ya sería muy tarde para reaccionar.

Por eso aproveché que ese sábado, mi padre iba a estar en casa, sin ninguna rueda de prensa o alguna cirugía que hacer, para leer el libro, y hacer una maratón de películas de Harry Potter con él.

Mi padre, Alphonse Dubois, era el mejor neurocirujano de todo el mundo. Y también tenía su propia marca de ropa: Gianna Dubois.

Mi madre, Gianna Blanco, era una gran diseñadora de moda. Una de las mejores de Europa. Me hizo todos los disfraces de mi cumpleaños, y los de navidad. Eran vestidos verdaderamente bonitos.

Lamentablemente, falleció de cáncer cuándo yo tenía siete años:

Un día llegué a casa, pensando que estaba mejorando de esa "gripe" que yo creía que tenía. Le había hecho un dibujo. Y me había esforzado mucho en dibujar bien la ropa para que se sintiera orgullosa. Cuándo llegué, fui corriendo a la habitación de mis padres, y al entrar, me encontré a mi madre metida entre las sábanas. Estaba muy pálida, y pensé que se le habría olvidado tomar la medicina. Llamé a mi padre, y este cargó con mi madre hasta el hospital. Mi madre abrió los ojos horas más tarde. Yo me había dormido en una silla, y al verla abrir los ojos, mi padre pegó un salto, y fue corriendo a llamar a los médicos. Cuándo mi padre se fue, me levanté de mi silla, y le di el dibujo a mamá.

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