capítulo 12

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A LAS NUEVE EN PUNTO, a la mañana siguiente, su sirviente entró con una taza de chocolate sobre una bandeja y abrió las persianas. Hyunjin dormía plácidamente del lado derecho, con una mano bajo la mejilla. Parecía un niño cansado de jugar o estudiar.

El hombre tuvo que tocarlo dos veces en el hombro antes de que despertara, y al abrir los ojos una vaga sonrisa cruzósoluto. Ninguna imagen de placer ni dolor había turbado su noche. Los jóvenes sonríen sin motivo. Es uno de sus mayores encantos.

Se dio la vuelta y, apoyado sobre el codo, comenzó a beberse el chocolate. El dulce sol de noviembre entraba a raudales en la habitación. El cielo tenía un azul intenso y había una amable calidez en el aire. Era casi como una mañana de mayo.

Poco a poco, los acontecimientos de la noche anterior se fueron deslizando por su mente con pies silenciosos manchados de sangre y se reconstruyeron allí con terrible nitidez. Hizo un gesto de dolor al recordar todo lo que había sufrido y, por un momento, el mismo extraño sentimiento de odio hacia Christopher Bang que lo había llevado a asesinarlo mientras estaba sentado en aquella silla volvió a él y lo llenó de fría pasión. El hombre muerto seguía en aquel instante sentado allí a la luz del sol. ¡Qué cosa tan horrible! Semejantes horrores eran propios de la oscuridad, no del día.

Sintió que, si pensaba demasiado en lo ocurrido, acabaría enfermando o volviéndose loco. Había pecados cuya fascinación era mayor en el recuerdo que mientras se cometían, extraños triunfos que gratificaban el orgullo más que las pasiones y proporcionaban al intelecto una viva sensación de alegría mayor que ninguna otra que pudieran brindar a los sentidos. Pero aquél no era uno de ellos. Era algo que había que expulsar de la mente, adormecer con amapola, ahogar para que no ahogase.

Se pasó la mano por la frente, y entonces se levantó con premura y se vistió, poniendo aún más atención que de costumbre, eligiendo cuidadosamente la corbata y el alfiler y cambiándose los anillos varias veces.

Se demoró bastante desayunando, probando los distintos platos, hablando con su ayuda de cámara sobre unas nuevas libreas que estaba pensando encargar para los criados de Selby y revisando su correspondencia. Se sonrió de algunas de las cartas. Tres de ellas lo aburrieron. Una la leyó varias veces y luego la rompió con un leve gesto de enfado en el rostro. «¡Qué cosa tan terrible la memoria de una mujer!», como había dicho lord Changbin en cierta ocasión.

Cuando se hubo bebido el café, se sentó en la mesa y escribió dos cartas. Una la guardó en su bolsillo; la otra se la entregó al ayuda de cámara.

—Lleve esto al 152 de la calle Hertford, Francis, y si el señor Kim estuviera fuera de la ciudad, consiga su dirección.

En cuanto se quedó solo, encendió un cigarrillo y comenzó a esbozar sobre un papel, dibujando flores y motivos arquitectónicos primero, y luego rostros. Y, de repente, se dio cuenta de que todos los rostros que dibujaba parecían tener una extraña similitud con el de Christopher Bang. Frunció el ceño y, después de levantarse, fue hasta la estantería y cogió un volumen al azar. Estaba decidido a no pensar en lo que había pasado hasta que no fuera absolutamente necesario.

Después de tumbarse en el sofá, miró la portada del libro. Era el Emaux et Camées de Gautier, la edición en papel japonés de Charpentier, con grabados de Jacquemart. Las cubiertas eran de piel verde limón con decoración de enrejado dorado y granadas. Se lo había regalado Adrian Singleton. Pasando las páginas, sus ojos se detuvieron en el poema sobre la mano de Lacenaire, la fría mano amarillenta «du supplice encore mal lavée», con su vello rojizo y sus «doigts de faune». Miró sus propios dedos blancos y afilados y continuó hasta llegar a aquellos encantadores versos sobre Venecia:

Sur une gamme chromatique,

Le sein de perles ruisselant,

La Vénus de l’Adriatique

𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅 & 𝑩𝒆𝒂𝒖𝒕𝒚 / ChanjinOnde histórias criam vida. Descubra agora