Capítulo 3. La pérdida del camión.

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Año: 2050. Enero (aproximadamente).

Coordenadas: 8°04'00"N — 78°21'55''O

Hacia el año 1979 los planes de control de natalidad, en particular en el mundo oriental, fracasaron apenas en el estadío de proyecto. Deng Xiaoping dictador en China renuncia desacreditado por casos de corrupción generalizada y gran caos de hambrunas y revueltas políticas estudiantiles. Genera un caos social en China.


El camión dio una sacudida estertórea y quedó plantado a la carpeta asfáltica como un árbol suele estar adherido al suelo por sus raíces. El gigante dijo basta. El calor y la humedad comenzaron a colarse dentro del vehículo dado que al comenzar a fallar unas horas antes Almendra decidió cortar todos los gastos de energía superfluos. Los últimos kilómetros, tal vez cincuenta, no más, fueron a paso de mula y el ambiente entre los amigos se cortaba con una navaja.

Mientras Ángel tocaba botones y giraba perillas, Almendra se afanaba por leer un manual que estaba redactado en chino, o algo parecido, y en inglés, por lo que fastidiada y sin más que tratar de interpretar las figuras ilustrativas del libraco pudo sospechar que algo estaba fallando y no era error humano. Finalmente Ángel cortó el silencio de la selva que se cernía frente a ellos.

—Maldición, hasta acá llegamos, igualmente, mira, es el fin de la carretera –dice Ángel aporreando el volante a la par que dirige su mirada hacia el horizonte con los brazos en jarra.

Al frente, como si de una pesadilla se tratara, una cerrada vegetación se cierne frente a ellos engullendo lo que queda del camino de cemento. En verdad y por acción del tiempo y tal vez de algún bombardeo pretérito el camino abandona la lisa armonía del cemento para adquirir los pliegues propios de un serpenteante y ondulado camino de tierra hasta que en el horizonte el bosque se come todo, hasta los sonidos parecen que cesaron ante la presencia de tan tupido verde.

—Debemos seguir la marcha a pie, cuanto menos hasta allá –señala Almendra hacia el bosque.

—Me da un poco de miedo, pero que más da, ha sido una semana fabulosa en este hermoso cacharro –Ángel golpea con su pie una de las ruedas del camión.

—Cojamos todo lo que podamos y marchemos, me temo que estamos haciendo algo estúpido –escupe Almendra a los árboles que se encuentran a su paso. Un pájaro parece contestarle pero hacen oídos sordos a su manifiesto. La marcha se hace lenta, casi arrastrando los pies. Las mochilas pesan una enormidad y Almendra parece doblarse en dos bajo el peso de la suya en su espalda pese a ser la más pequeña de las tantas que cargan. Ángel porta dos, una a sus espaldas y otra sobre el pecho, el machete a la cintura y algunos otros menesteres que le cuelgan de todos lados, parece un vendedor de chucherías con todo mal distribuido sobre su cuerpo.

La muchacha, sin embargo, lleva solo esa mochila, una pistola que halló en el camión con un cargador de quince cartuchos y otros dos de repuestos, en total cuarenta y seis disparos, contando el cartucho en la recámara de la pistola. Además su clásica gorra con la visera hacia adelante, baja, ocultando su gélida mirada.

A medida que se internan en el bosque los rayos del sol van cediendo paso a una sombra más benigna para los hombros de ambos. Es agradable sentir la brisa, aunque todavía un tanto tibia sobre sus rostros y no el abrasador sol caliente. Cuando han desandado por lo que queda del camino unas dos o tres horas Ángel camina hasta un árbol frondoso que se encuentra a la vera y sobre él se desploma. Almendra sigue sus pasos y también cae rendida junto a él.

Cuando cambia el aire y comienza a respirar más armónicamente coge de la mochila un deshilachado mapa de la zona y comienza a estudiarlo detenidamente siguiendo con el dedo índice algunas líneas que Ángel, de costado, apenas alcanza a apreciar y mucho menos a comprender.

Apocalípsis AraucaniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora